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—¡Ya basta!—gritaba Rhaenyra mientras Aemond la mantenía sobre sus piernas, azotando sus glúteos. Desde que habían ganado la guerra y Rhaenyra era su rehén el deseo lascivo de Aemond por Rhaenyra no habia hecho mas que crecer, ahora le habían ordenado castigarla por ofender al rey y lastimarlo cuando intento convertirla en su concubina—¡Detente!—gritaba adolorida, mientras seguía azotándola con un trapo mojado, algo doloroso, pero que no dejaría marcas en su cremosa piel.

Aemond siguió golpeándola con el trapo mojado, mientras la mantenía con firmeza sobre sus muslos. Su respiración se volvía rápida y agitada mientras continuaba castigándola.

—Eres una maldita terca, ¿no? —siseó entre dientes con el ceño fruncido, observando como sus nalgas iban adquiriendo un tono rojizo.

—¡Tu eres un salvaje, maldito, mata parientes!—chillo retorciéndose, como una serpiente intentando escaparse de él.

Aemond se rio ante sus palabras y siguió azotándola con más fuerza, viendo sus nalgas retorcerse debajo de él.

—Y tú eres una mujer rebelde y terca, princesa. Así debes ser tratada. —susurró con voz ronca, manteniendo su agarre firme mientras seguía azotando su piel suave.

—¡Soy tu reina!—clavo sus uñas en los dedos de Aemond que mantenían sus manos sujetas a su espalda, no comprendía cómo podía sujetarla con tanta facilidad. El ojo del príncipe cayo entonces en la piel que se veía debajo de la traslucida tela, sin duda alguna ese vestido estaba echo para resaltar la figura de su hermana. Aemond gruñó a causa del dolor que sintió cuando ella le clavó las uñas en los dedos, pero no la soltó. Su mirada siguió bajando hasta la piel que se asomaba debajo del vestido, y una sonrisa lasciva apareció en su rostro al ver su figura. Sus ojos estaban llenos de lujuria y deseo, lo que solo aumentó cuando oyó las palabras de Rhaenyra.

—Es cierto, eres mi reina. Y como tal, debes aprender a obedecer. —dijo con voz entrecortada.

—¿Eh?—levanto torpemente la cabeza, sus mejillas estaban enrojecidas por la rabia y sus ojos brillaban en odio.

Aemond se rio al ver su expresión llena de odio, y siguió con sus azotes hasta que sus nalgas quedaron completamente rojas. Después, se inclinó hacia delante y acercó su rostro a su oído.

—Debes aprender tu lugar, reina. —susurró con voz seductora, disfrutando de la sensación de tenerla sometida entre sus piernas.

—¿Y cuál es mi lugar, mata parientes maldito?—volvió a inclinar su cabeza hacia adelante, le dolía el cuerpo, peor a un, le dolía el orgullo—Suéltame—sonaba como una niñita caprichosa a la que se niega lo que quiere.

Aemond se rio ante su tono petulante, disfrutando de su desesperación. Se inclinó aún más hacia delante, presionando su cuerpo contra el suyo y provocando que sus piernas se abrieran aún más sobre su regazo.

—Tu lugar es debajo de mí, reina. Y no irás a ninguna parte hasta que aprendas a obedecer. —respondió con voz ronca, apretando aún más su agarre en sus muñecas.

—¡Tu maldito...!—el príncipe comenzaba a cansarse de sus insultos.

Aemond rodó el ojo ante sus insultos, y aumentó la fuerza de los azotes con la toalla, esta vez enfocándose en la parte interior de sus muslos. Su piel suave se enrojecía aún más, y él sentía su propio deseo crecer cada vez más.

—Insulta todo lo que quieras, princesa. Pero no te soltaré hasta que aprendas a comportarte. —respondió con voz firme, manteniendo su agarre firme en sus muñecas.,Aemond ya había tenido suficiente de sus palabras, por lo que decidió hacerla callar de otra manera. En un rápido movimiento, la sentó sobre su regazo a horcajadas y la aferró por la cintura, asegurándose de que no pudiera moverse.

La Reina VerdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora