La Reina Verde

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Nota: Al que me vuelva a preguntar que cuando actualizo le hago lo mismo que a Nyra, tengo un trapo mojado y no tengo miedo de usarlo. WYUAAAAHH!!!

Mato a Daemon, pero eso no lo hizo sentir satisfecho.

Siempre deseo ser el mejor, el mejor guerrero, el mejor jinete de dragón. Pero por mas que se esforzaba seguía atrapado bajo la sombra borracha de su hermano, pero Daemon no, aunque no era el rey, su tío brillaba con luz propia, era fuerte, decidido y todo lo que Aemond aspiraba a ser. Lo veía paseándose por el castillo, con la puta de su media hermana mayor aferrada a su brazo, inquebrantable, imparable. Paseaba exhibiendo a la delicia del reino preñada como si fuera un trofeo y él un conquistador que se había hecho dueño del coño de la mujer mas deseada de los siete reinos. Pensó que al matarlo toda esa gloría caería sobre él, que saldría por fin de las sombras, pero no paso un día para que se volviera a sentir vacío, incompleto. Nadie podía ver la grandeza de Daemon en él, cada vez que alguien, incluso su propia madre lo miraba solo podían ver las cientos de vidas extintas que el fuego de su dragón provoco. Él era mejor, mejor que todos en ellos en todo, mas fuerte, mas letal, mas decidido, era el mejor, sin embargo solo él podía verlo y ese sentimiento agónico lo hacia desear tomar a Vhagar y quemar los siete reinos hasta las cenizas. Quería ser visto, ser reconocido, pero incluso con el príncipe canalla muerto y con la guerra prácticamente ganada seguía ahogándose en la sombra de Aegon, todo era por él, todo era para él. Una vida entera destinado a servirle. Maldita sea, no. 

Aemond caminaba hacia sus habitaciones después de un largo día en su dragón, estaba cansado, pero en cuanto llegó vio a su madre, la reina Alicent esperándolo.

—Escuche que más territorios enemigos han caído,—asi era su madre, sin saludos, sin preocuparse. si estaba bien o herido, solo le importaba mantener el poder—eso es bueno, ¿Ya se han rendido los señores de esas tierras? ¿Ya han declarado su lealtad a tu hermano?

Aemond se cruzó de brazos y la miro

— todavía no, pero lo harán — dijo sin mucho esfuerzo, sin parecer molesto por como lo recibió su madre, ya estaba acostumbrado a esa falta de cariño por parte de ella—solo es cuestión de tiempo hasta que las casas del reino caigan ante nosotros, ya hemos ganado más territorio que hace un año —se acercó a la botella de vino y llenando una copa.

—Ojala hubiera otra forma, una menos violenta de obtener lo que es nuestro por derecho,— Alicent se pellizco la piel alrededor de sus dedos, un gesto que Aemond sabía era cuando estaba nerviosa—pero es bueno que estés consciente de que debes hacer cosas malas para mantener el equilibrio en el reino— la reina en cadenas se acercó lentamente a él, parecía algo asqueada y nerviosa.

Aemond miro a su madre, mientras daba un pequeño sorbo a la copa de vino

—Siempre tengo en mente lo que debe hacerse, y he tomado la decisión de hacerlo— se acerca a su madre aún más—la guerra es cruel, madre, pero hemos ganado tantas batallas, por qué detener ahora —sonrio y le dio un pequeño trago más al vino—solo quedan unos pocos rebeldes, pero los doblegaremos, no tienes de que preocuparte.

—No es eso le que me preocupa,— admitió ella —es tu hermano, quien no me deja conciliar el sueño.— la reina tomo una copa, sirviéndose a si misma vino —A veces desearía que no fuera el primogénito, es tan volátil y desde hace un tiempo no me escucha tanto como debería— le dio un sorbo a la copa, haciendo mover el vino entre la copa como si fuera un mar en plena tormenta. Aemond la miro, se preguntó qué desastre de su hermano tendría que reparar esa vez.

Aemond suspiro con molestia. Aegon, Aegon, Aegon. Comenzaba a preguntarse si su hermano le había chupado la polla al Guerrero para que todos lo tuvieran en su boca. Estaba cansado de hablar siempre de él, desde su despertar hasta su dormir, todo era sobre Aegon.