XIV. Confesión

101 15 2
                                    

— ¿Alguna vez has pensado en que tengamos hijos? — dijo Marcus mientras me presionaba suavemente sobre su pecho y los suaves rayos del sol se adentraban por nuestra habitación.

¿Hijos? La palabra resonó en mi mente como un eco lejano, devolviendo un silencio cargado de incertidumbre. Nunca había permitido que esa idea tomara forma en mis pensamientos. Para mí, la vida con Marcus siempre había estado envuelta en sombras, un lugar donde la luz difícilmente podría penetrar.

No es que no hubiera pensado alguna vez en la posibilidad de ser madre, en lo que podría significar tener una pequeña vida creciendo dentro de mí. Pero en el fondo, sabía que eso no era para mí, al menos no ahora, no aquí. La oscuridad que rodea a Marcus, el peligro constante, los secretos que nos envuelven... todo eso no es un lugar para un niño, no es un lugar para traer una vida inocente al mundo.

— ¿Hijos? — repetí en voz baja, sintiendo cómo mi voz se quebraba un poco. Mi mirada se perdió en el suave resplandor del sol que se filtraba por la ventana. — No... no es algo que haya pensado realmente.

Mientras lo decía, me di cuenta de que era cierto. No lo había pensado, no quería pensarlo. Tener hijos significaba un compromiso con un futuro que, sinceramente, no podía ver. No en este ambiente. No en esta vida. Y mucho menos con Marcus, a quien ahora mismo no sabía si amaba, pero cuya oscuridad sabía que nunca podría desvanecerse del todo.

El silencio que siguió a mis palabras fue tan denso que casi podía sentirlo envolviéndonos. Marcus no respondió de inmediato; en su lugar, sus brazos me apretaron un poco más contra su pecho, como si intentara protegerme de algo que no podía nombrar. Sentí su respiración en la coronilla de mi cabeza, lenta y profunda, mientras su mano acariciaba distraídamente mi espalda.

El peso de su pregunta seguía ahí, suspendido en el aire entre nosotros. Sabía que debía decir algo más, algo que explicara lo que realmente estaba sintiendo. Pero las palabras se me escapaban, deslizándose por los rincones de mi mente antes de que pudiera atraparlas.

— Es solo que... no sé si eso es lo que quiero. — susurré finalmente, sin atreverme a mirarlo a los ojos. La idea de un hijo con Marcus, de traer una vida a este mundo, era algo que simplemente no podía reconciliar en mi corazón. No aquí, no ahora. No cuando todo es tan incierto.

Las palabras salieron más vacilantes de lo que hubiera querido. Pero eran la verdad. Vivir con Marcus era como caminar en una cuerda floja, siempre al borde del abismo. Y yo no podía imaginarme siendo madre en un lugar donde la seguridad, la paz, eran tan fugaces, tan imposibles de alcanzar.

El sol seguía filtrándose por la ventana, bañando la habitación en una luz cálida que parecía casi cruel en su contraste con el frío que sentía dentro de mí. Marcus no respondió de inmediato, pero su mano se detuvo en mi espalda, sus dedos tensándose levemente. Sabía que mis palabras habían caído como una losa, pero no podía retractarme. Esto era lo que sentía, lo que sabía que era cierto.

— Entiendo. — dijo finalmente, su voz más baja, casi inaudible. Pero la forma en que me sostuvo, el modo en que su cuerpo se tensó contra el mío, me hizo dudar de si realmente lo hacía.

El recuerdo de esa mañana me atravesó la mente como un rayo, trayendo consigo una sensación de inquietud. Jennie y yo habíamos regresado al amanecer, después de nuestra pequeña fuga para escapar de todo, para encontrar un respiro en medio del caos. Cuando llegué a casa, el lugar estaba oscuro y silencioso, vacío de la presencia de Marcus. Miré el reloj: eran alrededor de las 4 o 5 de la mañana, y él aún no había vuelto.

La preocupación había comenzado a instalarse en mi pecho en ese momento, pero lo había ahogado rápidamente, diciéndome que no debía pensar demasiado en ello. Sin embargo, ahora, con Marcus sosteniéndome tan cerca, la misma inquietud regresaba, alimentada por la frialdad de su tono y la tensión en sus músculos.

La Musa de Venus | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora