La jubilación en las lunas de Júpiter

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Gulika se sentía aliviada con la placentera media g de desaceleración que el Senior VI mantenía de forma constante. Los últimos seis días habían sido una de las experiencias más gratificantes en más de una década. El miedo a caerse persistía, pues sus pasos sobre la cubierta de recreo eran inseguros, con las manos siempre cerca de la pared por si las piernas le fallaban; pero no se podía negar que estaba caminando. Ella sola.

Ankur la vigilaba desde su asiento, los puños firmemente apretados en el reposabrazos, listo para saltar a la más mínima señal de que Gulika fuera a caerse. «No voy a caer», se dijo la anciana. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora a su marido y agitó las manos de forma pausada para demostrarle que tampoco hacía falta que se apoyara para mantenerse en equilibrio.

Al otro lado del comedor, la Informante de Travesía sonreía condescendiente. Gulika supuso que debía ver algo parecido en todos los viajes a Io.

—Es increíble, ¿verdad? —dijo la mujer—. Lo que un cambio de gravedad puede hacer por nuestros huesos.

—Cero coma cinco g —suspiró Gulika. La voz le salió natural, como si no hubiera hecho el esfuerzo de haber estado la última media hora en pie—. Y en Io ¿la gravedad es de cero coma dos?

—Un poco menos —dijo la informante. Sus dos pies se despegaron ligeramente del suelo cuando avanzó hacia Gulika. Parecía demasiado alta para ser terrana—. Haciendo un cálculo de cabeza, usted se sentirá como si pesara unos diez u once kilogramos.

Gulika se quedó boquiabierta como si fuera una chiquilla viendo su primera nave despegar. Diez kilogramos. El sueño de una anciana de huesos martillados por el trabajo.

—Por supuesto, tendrá que hacer ejercicio —añadió la informante—. Los músculos se acostumbran demasiado rápido a la buena vida y hay que mantenerlos activos. Hago este viaje cada dos meses, a veces uno al mes, en función de la demanda de residentes, y cuando vuelvo a Tierra siempre tengo que acudir al gimnasio para recuperar fuerzas. Es obligatorio para los empleados de Senior, pero yo lo hago encantada. Nací en Marte y dos semanas en el espacio no son la mejor preparación para la gravedad terrestre.

—¿Dos semanas? —se extrañó Gulika.

—Una de ida, una de vuelta —explicó la informante.

«Ah, claro». Gulika no había pensado en el viaje de vuelta, para ellos no habría. Se estaban jubilando.Pese a los largos años de trabajo, su plan de pensiones era exiguo y el gobierno indio no podía garantizarles más que unos ínfimos ingresos que apenas cubriría lo básico. Jubilarse en las lunas de Júpiter era la mejor opción. Solo debían soportar las ochenta horas de viaje que el Senior VI necesitaba para llevarles hasta allí.

Ankur se acercaba con la torpeza que caracterizaba a casi todos los pasajeros de la nave, gruñendo por ser el centro de atención de quienes permanecían sentados. La verdad es que era un espectáculo cómico ver a todos aquellos ancianos correr el riesgo de que las dentaduras postizas les saltaran de la boca entre carcajada y carcajada. La ligereza de sus cuerpos los hacía comportarse como chavales en un parque ecológico, tratando de hacer movimientos bruscos que en Tierra hubiera sido imposible. El babel de lenguas de distintas partes del Sistema Solar también contribuía al jolgorio.

La informante se volvió hacia Ankur mostrando una blanca sonrisa de dientes naturales. No debía tener más de cincuenta años, todavía joven desde la perspectiva de Gulika.

—No estoy seguro de que mi mujer pueda hacer esos ejercicios.

La sonrisa de la informante continuaba y su mano se posó sobre el hombro del anciano.

—El caso de su mujer es bastante habitual entre nuestros residentes. Todas nuestras instalaciones tienen equipamientos deportivos para mantener los cuerpos... digamos más veteranos... en buenas condiciones de salud —explicó—. Io no será una excepción.

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