La carta

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Bueno, pues parece que en la última encuesta, todos estuvisteis de acuerdo en lo que haría Izuku si Katsuki le mandara escribir una carta. La opción ganadora ha sido: 

c) En lugar de escribir lo que Katsuki le dicta, escribe una carta a su madre diciéndole que está bien y le pide a Mitsuki que se la haga llegar.

Así pues, ¡disfrutad del capítulo con la opción elegida! 

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Al estirar la espalda, le crujieron todas las vértebras. Después de pasar la noche en el suelo de aquella mugrosa celda, pensaba que no podría haber nada peor, pero los colchones de los barracones eran tan finos como una hoja de papel y los muelles se le clavaban en todas partes fuera cual fuera la posición que tomara para dormir. 

Aquel lugar era mucho peor de lo que había imaginado. Dormían acinados en un lugar que había sido construido para albergar a una tercera parte de los que eran, les daban de comer pura basura y, desde que había llegado hacía un par de noches, todavía no había oído siquiera la palabra "baño". Les habían quitado sus ropas y les habían dado un uniforme de color gris que estaba roto y remendado por distintas partes. Algunos incluso tenían manchas de sangre secas. Izuku no quería pensar en el destino que habían corrido los antiguos propietarios de esos uniformes, pero aunque intentara distraer su mente, sabía que de allí nadie había salido con vida; al menos, que él supiera. 

Apretó los puños para no derrumbarse. Debía ser fuerte y buscar una forma de escapar. No por él —desde la noche en la que lo habían encontrado, escondido en un almacén abandonado a las afueras de la ciudad, había perdido toda esperanza de sobrevivir—, sino por la niña que había conocido esa misma noche en el vagón del tren: Eri. 

La pequeña temblaba en un rincón. Estaba sola y lloraba, buscando con los ojos consuelo en alguno de los presentes, pero todo el mundo la ignoraba. Estaban demasiado asustados como para estar pendientes de una niña a la que no conocían. Izuku era el único que se había acercado y se había sentado a su lado. 

—Hola, ¿cómo te llamas?

—Eri —había murmurado ella con un hilo de voz. 

—Yo soy Izuku. ¿Estás aquí sola? 

La niña asintió, secándose las lágrimas con los puños de su vestido rojo. Le contó, con el corazón encogido, que, de toda su familia, ella era la única que no había desarrollado ningún quirk. A Izuku le pareció una niña tan dulce que se le hizo un nudo en la garganta. Embargado por tantas emociones, abrió los brazos en un ofrecimiento silencioso, y la niña se lanzó a ellos como si se conocieran de toda la vida. Poco después se quedó dormida y no despertó hasta llegar a campo. 

Izuku ya se había resignado a morir. No tenía poder alguno con el que resistirse a su destino. No era más que un veinteañero escuchimizado y miedoso al que tirarían al suelo con un solo dedo. Con su complexión física y su sensibilidad no aguantaría en el campo de concentración más de un mes. Pero entonces había visto a Eri, sus ojos llenos de lágrimas, y había comprendido lo injusto que era aquel régimen que perseguía a los más débiles, sin importar que estos fueran niños inocentes, y se negó a rendirse, se negó de darle la satisfacción a esos tipos de verlo hundido, derrotado, muerto... 

Eri le había dado una razón por la que luchar. Debía escapar de allí y llevarse con él a la niña. Parecía algo imposible, pero buscaría la forma de hacerlo realidad. Tenía que ponerla a salvo fuera como fuera y devolvérsela a sus padres. Esa niña... todos los niños merecían vivir una vida larga y feliz. No era justo que tuviera que ver y sufrir en primera persona las injusticias de ese mundo, las barbaridades de las que eran capaces los seres humanos. 

Noche y niebla (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora