La hora del baño

101 19 15
                                    

Tal y como Katsuki le había ordenado, Izuku no había vuelto a dar problemas hasta el momento. Trabajaba más duro que nadie sin rechistar y cumplía con los horarios. Katsuki sabía que, de vez en cuando, se saltaba las reglas y se acercaba a hurtadillas hasta la zona de los niños para ver a la pequeña a la que había defendido la noche en la que habían llegado al campo. Se llamaba Eri, si no se equivocaba, e Izuku parecía sentir por ella un aprecio especial. 

Katsuki chistó. Eso podía resultar un problema, no solo porque podía meterse en líos si lo pillaban, sino porque, llegado el momento en el que pudiera sacarlo de ese infierno, sabía que el chico se negaría a irse sin la cría, y no estaba seguro de poder convencerlo. 

Prefirió dejar de pensar en ello. Si era necesario, lo obligaría a marcharse por la fuerza, pero eso era algo de lo que ya se preocuparía cuando llegara el momento. Cada día en el campo conllevaba una nueva inquietud y no podía solventar todos los problemas de golpe. Mejor enfrentarse a ellos uno a uno. 

Escuchó las voces de los soldados ordenando que los reclusos del barracón número 3 —aquel al que pertenecía Deku — salieran al patio. Había llegado la hora del baño. 

Katsuki descolgó su chaqueta del perchero y salió. El aire frío de la mañana lo golpeó en la cara.

—Bakugo, si quieres, puedo encargarme yo —le ofreció Kirishima. 

El pelirrojo sabía perfectamente el barracón en el que se encontraba Izuku. De hecho, desde que habían mantenido la charla en la que le había asegurado que le echaría una mano, había estado casi tan atento como él al joven de ojos verdes. Sabía que podía ser sospechoso que un solo capitán estuviera tan atento a uno de los presos, por mucha historia de enemistad que estos cargaran a sus espaldas. 

—No hace falta —masculló Katsuki, abrochándose los botones de la chaqueta. Una nube de vapor salió de sus labios y se deshizo en el aire. 

—Te acompañaré entonces —insistió, y ambos se acercaron al lugar que habían asignado para la ducha de los hombres. 

Los presos se desnudaban en mitad del patio e iban pasando uno a uno por delante de la pared trasera del barracón. Un soldado se encargaba de empaparlos a manguerazos de agua helada que les dejaba la piel morada del frío y de los cardenales causados por la presión del chorro. 

Katsuki siempre se obligaba a mirar hacia otro lado cuando le tocaba el turno a Izuku, pero nunca lo oía llorar o quejarse. El chico aguantaba con firmeza el dolor y la humillación y se alejaba tiritando para volver a ponerse el mismo uniforme polvoriento y sudado. La tela se mojaba al contacto con la piel y la única forma de entrar en calor era poniéndose a trabajar de inmediato.

El trabajo que le habían asignado esta vez al grupo de Izuku era la construcción de un nuevo barracón que acogería a otros tantos desgraciados sin-don como él. Solo de pensarlo, a Katsuki y a Kirishima se les revolvía el estómago. 

—¿Cuántos creen que enfermarán esta vez? —preguntó Eijiro entre dientes mientras veía pasar a los reclusos frente a la pared. 

—Prefiero no pensarlo. 

No bañaban a menudo a los cautivos del campo, pero los soldados siempre se aseguraban de que fuera en día especialmente fríos. Con la nefasta alimentación que llevaban y las condiciones infrahumanas en las que vivían, no era de extrañar que al menos una decena cayera enferma, y los que enfermaban rara vez se recuperaban. 

—Shigakari ya estará preparando una nueva fosa común —comentó el pelirrojo con los puños apretados. Había conseguido, sin embargo, que su expresión no reflejara el odio que sentía en ese momento. 

Noche y niebla (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora