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Stony Cross Park, Hampshire

—Han llegado los Lee —anunció lady Somi desde la entrada del estudio, donde su hermano mayor estaba sentado tras su escritorio en medio de un montón de libros de contabilidad.

El sol del atardecer se colaba a través de las enormes ventanas rectangulares de cristal tintado, que eran la única ornamentación de una estancia cuyas paredes estaban cubiertas con paneles de palisandro.

Christopher, lord Bang, levantó la vista de su trabajo con un siniestro ceño fruncido que unió sus cejas por encima de los ojos color café.

— ¿Que empiece el caos... —musitó.

Somi se echó a reír.

—Supongo que te refieres a los hijos. En realidad no son tan malos, ¿verdad?

—Son peores —afirmó Christopher de forma sucinta; su ceño se acentuó todavía más cuando vio que la pluma que había olvidado entre sus dedos acababa de dejar una
enorme mancha de tinta en la, hasta ese momento, inmaculada columna de números.—No he conocido dos jóvenes omegas tan maleducados en toda mi vida. Sobre todo, el mayor.

—Bueno, son americanos —señaló Somi—. Sería justo que gozaran de cierta flexibilidad, ¿no te parece? No se puede esperar que conozcan cada uno de los complejos detalles de nuestra interminable lista de reglas sociales...

—Puedo permitirles cierta flexibilidad con los detalles —interrumpió Christopher de forma
cortante—. Como bien sabes, no soy el tipo de Alfa que se quejaría por el ángulo impropio del dedo meñique de la señorita Kang al coger la taza de té. Lo que no puedo pasar por alto son ciertos comportamientos que se encontrarían inaceptables en cualquier rincón del mundo civilizado.

« ¿Comportamientos?» Vaya, aquello se estaba poniendo interesante. Somi se adentró en el estudio, una habitación que solía resultarle de lo más desagradable debido a lo mucho que le recordaba a su difunta madre. Ningún recuerdo de la octava alfa con el título de condesa Bang era agradable. Su madre había sido una alfa fría y cruel que parecía absorber todo el oxígeno de una habitación cuando entraba. No había nada ni nadie que no hubiera decepcionado a la condesa en vida.

De sus vástagos, tan sólo Christopher se había aproximado a sus elevadas expectativas, ya que, sin importar lo imposibles que fueran sus requerimientos o lo injustos que resultaran sus juicios, Chris jamás se había quejado. Somi y Lily admiraban a su hermano mayor, cuyo esfuerzo constante por alcanzar la excelencia lo había conducido a obtener las más altas calificaciones en la escuela, a romper todas las marcas en sus deportes preferidos y a juzgarse con más dureza de lo que lo habría hecho nadie.

Christopher era un hombre que sabía montar a caballo, bailar una contradanza, dar una conferencia sobre una teoría matemática, vendar una herida y reparar la rueda de un
carruaje. No obstante, ninguna de su vasta colección de habilidades había merecido
nunca una felicitación por parte de su madre.

Al volver la vista atrás, Somi se dio cuenta de que la intención del anterior conde debía de haber sido eliminar cualquier vestigio de amabilidad o compasión que poseyera su hijo. Y, al parecer, durante una época lo había conseguido. Sin embargo, tras la muerte de su progenitora alfa, cinco años atrás, Christopher había demostrado ser un hombre muy diferente al que se suponía que debía ser. Somi y Lily habían descubierto que su hermano mayor nunca estaba demasiado ocupado para escuchadas; sin importar lo insignificantes que le parecieran sus problemas, siempre estaba dispuesto a ayudar. A decir verdad, era comprensivo, cariñoso e increíblemente atento; lo cual no dejaba de ser un milagro si se tenía en cuenta que la mayor parte de su vida había
transcurrido sin que nadie le demostrara esas cualidades.

Blossom in Autumn ⏐ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora