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Era la primera vez en la vida que a Minho lo besaba un alfa sin pedirle permiso.

No dejó de forcejear hasta que Bang lo apresó con más firmeza contra su cuerpo. El conde olía a licor, a caballo y a luz de sol. Y a algo más... a una esencia dulce y seca que a Minho le recordaba al heno recién segado. La presión que ejercía su boca se incrementó en un ardoroso intento de que el joven separara los labios.

Minho nunca había imaginado un beso semejante, una caricia profunda, tierna e
impaciente que pareció dejarlo sin fuerzas hasta el punto de que se vio obligado a
cerrar los ojos y buscar el firme apoyo del torso del hombre. Bang aprovechó al instante su debilidad, lo apretó contra su cuerpo hasta que no quedó un milímetro de separación entre ellos y le introdujo uno de sus fuertes muslos entre las piernas para separarlas.

La punta de la lengua de Bang comenzó a juguetear en el interior de su boca con
cálidas caricias que recorrían el borde de sus dientes y la sedosa humedad que se extendía tras ellos. Sobresaltado por semejante intimidad, Minho retrocedió, pero él acompasó su movimiento y le colocó las manos a ambos lados de la cabeza. El joven no sabía qué hacer con la lengua, de modo que la echó hacia atrás con torpeza mientras Bang seguía jugueteando con él; no dejó de acuciarlo, incitarlo y darle placer hasta que de la garganta del muchacho escapó un gemido tembloroso y comenzó a
empujar a Bang de modo frenético.

La boca del conde se apartó de él. Consciente de la presencia de su padre y de los compañeros de éste, que aún seguían al otro lado del enebro, Minho se esforzó por
recobrar el aliento mientras observaba las sombras oscuras de los hombres a través de
la frondosa protección de las agujas del árbol. El grupo prosiguió su camino, ajeno a la
pareja que se abrazaba, oculta, a la entrada del jardín.

Aliviado al ver que se marchaban, Minho dejó escapar un trémulo suspiro. El corazón comenzó a desbocarse en su pecho cuando sintió que la boca de Bang se deslizaba por la suave curva de su garganta y dejaba tras de sí un reguero de fuego. Minho volvió a removerse para librarse del abrazo, pero aún tenía la pierna del conde entre los muslos y una fulgurante oleada de calor comenzó a extenderse por todo su cuerpo.

—Milord —dijo en un susurro—, ¿se ha vuelto loco?

—Sí. Sí. —Sus labios regresaron de nuevo a la boca de Minho para robarle otro beso tan profundo como los anteriores—. Dame tus labios... la lengua... sí. Sí. Eres tan dulce... tan dulce.

Los labios del conde eran cálidos e implacables, y se movían sobre la boca de Minho con una sensual coerción mientras su aliento le rozaba la mejilla. El joven sentía un
cosquilleo en los labios y en la barbilla, provocado por el roce de la piel de Bang.

—Milord —volvió a susurrar tras separarse de su boca con un gesto brusco—. ¡Por el amor de Dios! ¡Suélteme!

—Sí... Lo siento... Sólo uno más...—y buscó una vez más sus labios al tiempo que Minho lo empujaba con todas sus fuerzas. No obstante, el torso del hombre resultó ser tan duro como el granito.

— ¡Suélteme, bruto!

Tras retorcerse de modo frenético, Minho consiguió librarse de Bang. La exquisita
fricción de sus cuerpos provocó un hormigueo que lo recorrió de la cabeza a los pies, aun cuando ya estaban separados.

Mientras se miraban el uno al otro, Minho percibió cómo la lujuria que había obnubilado al conde abandonaba su rostro un instante antes de que esos ojos oscuros se abrieran de par en par al comprender lo que acababa de ocurrir.

— ¡Por los clavos de Cristo! —exclamó él en voz baja.

A Minho no le gustó en absoluto el modo en que Bang lo observaba, como un hombre que contemplara la cabeza letal de Medusa. Con el ceño fruncido, le dijo con sequedad:

Blossom in Autumn ⏐ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora