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—Milord.

Al oír la voz de su mayordomo, Christopher levantó la vista del escritorio con el ceño ligeramente fruncido. Llevaba trabajando más de dos horas en las enmiendas de una lista de recomendaciones que sería presentada al Parlamento ese mismo año por un comité al que se había comprometido a ayudar. Si se aceptaban dichas recomendaciones, se produciría una mejora sustancial de las casas, las calles y el alcantarillado de Londres y de sus distritos circundantes. No obstante, Salter, el viejo mayordomo de la familia, sabía muy bien que no debía molestarlo mientras trabajaba, a menos que sucediese algo muy importante.

—Se ha producido... una situación, milord, de la que estaba seguro que querría ser informado.

—¿ Qué tipo de situación?

—Se trata de uno de los invitados, milord.

—¿Y bien? —quiso saber Christopher, molesto por la discreción del mayordomo— , ¿De quién se trata? ¿Qué está haciendo?

—Uno de los sirvientes acaba de informarme de que ha visto al joven Lee en la biblioteca, y el joven está... no se encuentra bien.

Christopher se puso en pie de forma tan brusca que estuvo a punto de tirar la silla.

— ¿Cuál de los jóvenes Lee?

—No lo sé, milord.

— ¿Qué quieres decir con eso de que «no se encuentra bien " ? ¿Hay alguien más con él?

—No lo creo, milord.

— ¿Está herido? ¿Está enfermo?

El mayordomo compuso una expresión ligeramente angustiada.

—Ninguna de las dos cosas, señor. Sencillamente... no se encuentra bien.

Negándose a perder más tiempo con preguntas, Christopher abandonó la habitación con un juramento entre dientes y se encaminó hacia la biblioteca a grandes zancadas que se diferenciaban muy poco de una carrera en toda regla. En nombre de Dios, ¿qué podría haberle ocurrido a Minho o a su hermano? Al instante, se vio embargado por la preocupación.

Mientras avanzaba a toda velocidad por los pasillos, pasó por su cabeza un buen número de pensamientos irrelevantes. Había, que reconocer que la casa tenía un aspecto cavernoso cuando los huéspedes se marchaban, con sus kilómetros de corredores y sus infinitos racimos de habitaciones. Una casa enorme y antigua con la atmósfera impersonal de un hotel. Una casa como aquélla necesitaba el eco de los gritos alegres de los niños en los pasillos, una multitud de juguetes desperdigados por el suelo del salón y el chirriante sonido de las lecciones de violín proveniente del salón de música. Marcas en las paredes, tardes de té con pegajosas tartas de compota y aros de juguete rodando por la terraza trasera.

Hasta ese momento, Christopher había considerado la idea del matrimonio como un deber necesario para continuar el linaje de los Bang, nada más. Sin embargo, en los últimos tiempos se le había pasado por la cabeza que su futuro podría ser muy diferente a su pasado. Podría ser un nuevo comienzo... una oportunidad para crear el tipo de familia con la que nunca se hubiera atrevido a soñar.

Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que lo deseaba  y no con cualquier persona. No con un omega que no conociera o del que jamás hubiese oído hablar, sino con quién era justo lo contrario de lo que debería desear. Cosa que había comenzado a importarle un
comino.

Apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos y aceleró el paso. Tuvo la sensación de que tardaba una eternidad en llegar a la biblioteca. Para cuando hubo atravesado el vano de la puerta, el corazón palpitaba con fuerza en el interior de su pecho  a un ritmo que no tenía nada que ver con el ejercicio y sí mucho con el pánico. Lo que vio hizo que se detuviera en seco en medio de la enorme estancia.

Blossom in Autumn ⏐ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora