T/n Malfoy, una mortífaga nacida en una familia atrapada en las oscuras artes y lealtades inquebrantables, nunca imaginó que su vida tomaría un rumbo tan peligroso e inesperado. Mientras lucha por mantener la apariencia de lealtad a su padre, Lucius...
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La lluvia caía con fuerza sobre los tejados de la Mansión Malfoy, como si el cielo se atreviera a llorar por ella. T/n Malfoy se encontraba de pie junto a la ventana de su habitación, observando cómo las gotas de agua se deslizaban por el vidrio empañado. Su mente estaba llena de pensamientos oscuros, atormentada por las decisiones que había tomado.
Ser una Malfoy siempre había significado lealtad inquebrantable a la causa, a la pureza de sangre y al Señor Tenebroso. Desde pequeña, le habían enseñado a odiar a los Potter, a considerar su existencia como una afrenta a todo lo que ella representaba. Pero había algo, algo que la había atraído a ese nombre prohibido desde el primer momento que lo escuchó en boca de su padre.
La Orden del Fénix y los Potter eran enemigos naturales, pero T/n siempre había sentido una curiosidad insana por ese apellido, por esa familia que simbolizaba todo lo contrario a lo que ella había sido criada. Su obsesión, sin embargo, había tomado un giro inesperado el día en que conoció a Alastor Potter.
Alastor era un joven audaz, con el cabello negro como el azabache y ojos verdes que parecían poder mirar dentro de su alma. Lo había visto por primera vez durante una misión en el Callejón Knockturn, donde ambos estaban tras la misma pista: un horrocrux perdido, un rastro del poder de Lord Voldemort. Pero mientras ella lo buscaba por lealtad, Alastor lo hacía por justicia. Sus caminos se cruzaron, y en aquel instante, sintió una conexión que no pudo entender.
Él la miró, y en sus ojos no había odio, solo una extraña fascinación. Un destello de comprensión, de algo que T/n no había sentido nunca antes: empatía.
—Nunca pensé que me encontraría con un Malfoy en un lugar como este —dijo Alastor con una sonrisa socarrona, inclinando ligeramente la cabeza. Su varita estaba lista, pero sus hombros relajados.
—Y yo nunca pensé que vería a un Potter fuera de su jaula dorada —respondió T/n con frialdad, aunque su corazón latía con fuerza. ¿Qué hacía un Potter aquí, solo y tan vulnerable? Ella tenía la ventaja, y lo sabía. Podía atacarlo, cumplir con su deber como mortífaga, pero algo la detenía. Tal vez era la curiosidad, o tal vez era algo más.
—Supongo que ninguno de los dos está donde debería estar, ¿verdad? —Alastor dio un paso hacia ella, sin apartar la vista de sus ojos. Había algo en su mirada, algo que la desarmaba, algo que hacía que se olvidara de todo lo que había aprendido, de todo lo que le habían ordenado creer.
T/n se maldijo por su debilidad. "Esto es un juego peligroso," pensó. No debía dejarse engañar por la simpatía aparente de un enemigo. Pero había algo en él, una sombra de dolor en esos ojos verdes, que despertó una parte de ella que pensaba muerta.
—¿Por qué me sigues? —preguntó ella, entrecerrando los ojos. El tono de su voz era gélido, pero su mente ardía con mil preguntas.
—Porque, T/n Malfoy, creo que tú tampoco perteneces a este lugar.
Un silencio incómodo cayó entre ambos, interrumpido solo por el sonido de la lluvia golpeando los adoquines del callejón. T/n sentía como si el mundo hubiera dejado de girar. Por un momento, se permitió a sí misma imaginar lo imposible: una vida diferente, lejos de las sombras de su familia, lejos del odio y de la guerra.
Pero entonces, recordó quién era. Recordó a quién le debía lealtad. Con un rápido movimiento, levantó su varita y apuntó al pecho de Alastor. Él no se inmutó.
—Te sugiero que te vayas, Potter, antes de que cambie de opinión —advirtió, tratando de sonar amenazante. Pero en su interior, la batalla había comenzado.
Alastor dio un paso atrás, sin perder su sonrisa desafiante. —Nos veremos pronto, Malfoy. —Y con esas palabras, desapareció en la penumbra del callejón, dejándola con mil preguntas sin respuesta y un latido irregular en su pecho.