Hubo un tiempo en que intenté desprenderme de esta obra, buscando nuevas formas de provocar mi inventiva y mis sentidos, pero fue en vano. No importa cuán lejos crea navegar, todos los caminos me conducen al mismo destino, como si, en lugar de estar bendecido por todo esto, estuviera maldito.
No obstante, dejando de lado estas exageraciones, quiero explicar por qué esta obra, aparentemente irrisoria, logra conmoverme de tal manera. Como ocurre con la mayoría de los seres humanos, todo tiene un comienzo, una génesis particular. Para aquellos que se dedican al arte, suele ser algo relacionado con sus primeros intereses. Es natural que un cineasta, por ejemplo, haya sido cautivado inicialmente por series de televisión o películas. Sin embargo, mi caso es un tanto peculiar.
Ninguna de las personas con las que he conversado -salvo contadas excepciones- habría imaginado que yo, un tipo arisco y lejano, podría tener un adarme tan dulce. Lo mejor es que esta serie fue uno de los primeros descubrimientos de mi conciencia, uno de los eventos que moldearon mi ser y mi sentido.
Sin proponérselo, esta obra sembró en mí un arraigo literario y filosófico mucho más profundo que cualquier escrito o manifestación artística. Hoy, después de varios años desde que la vi por primera vez, finalmente me atreví a hacer lo que jamás pensé posible: rendir homenaje a lo que fue y sigue siendo uno de los agentes de mi memoria.
Antes, pensaba que el paso del tiempo solo desgastaba nuestras fruiciones. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que en mí existe una incidencia sublime al infinito. Solo puedo agradecer por todo lo que esta obra me ha dado, lo que me sigue enseñando y los frutos que he cosechado gracias a ella, impregnados en flores, rostros y almas.