—¿Tu sabor de helado favorito, César? —pregunta Leandro.
—Ehm..., pistache.
—¡¿Es en serio?! —El verde de sus ojos hace que sea fácil ver sus pupilas dilatadas. Asiento y ella vuelve a enganchar su brazo con el mío. Aun no sé qué me pasa con ella..., o sea, sí lo sé, pero no entiendo por qué. Me gusta que haga eso.
—Curioso, ya tienen algo en común —Es Sergio el que lo dice.
—Ahorita venimos entonces, no se vayan por ahí, eh —advierte Leandro, señalándonos con su dedo.
Sergio empieza a caminar, y Leandro le da alcance golpeando ligeramente su hombro, gesto que Sergio le regresa.
—¿Pudiste practicar? —pregunta ella soltando mi brazo, para poder sentarse sobre la mesa de concreto en el área de descanso de la alameda.
—Sí —Me siento a un lado de ella mientras que, al tiempo, dejo con cuidado el estuche en el suelo, recargándolo en la orilla de la mesa—. Tu primo me enseñó unos acordes, y busqué en internet los círculos que te faltaron de enseñarme.
—¿En serio? —Asiento, me encanta su reacción, su expresión es la misma que mi tío cuando ve mis calificaciones—. Aprendes demasiado rápido.
—Y los practiqué un rato, no fue tan dificil.
—Bueno, al menos aprovechaste el receso y le estás avanzando. En poco tiempo vas a dominarla.
—Me gustas más tu como maestra que Leandro —Me encuentro con sus ojos verdes, y sin pensarlo mucho, le sonrío.
—Perdón —Corresponde a mi gesto, y no puedo evitar ver de nuevo el golpe en su frente.
—Entonces, ¿qué te pasó? —Sus ojos me evaden nuevamente y busca la manera de desviar la atención. Se inclina para tomar el estuche de la guitarra.
—¿Por qué no me muestras lo que aprendiste? —pide corriendo el cierre del estuche, hasta que logra tomar la guitarra y ponerla en mis manos.
Posiciono mis dedos en un acorde, y rasgo con suavidad las cuerdas, para que no suenen muy fuerte. Necesito que hable. Necesito saber qué está pasando.
—Entonces, ¿ya tienes más amigos? —Ella no responde, así que busco su mirada, pero tiene expresión de no comprender, y tengo que ser más específico—. Además de el del comité—, otro acorde.
—¿Óscar?
—Ah, se llama Óscar —No pretendía decir eso en voz alta, pero pues ya ni modo, se me escapó... ¿o no? Ella deja de mirarme y es el piso lo que parece más interesante ahora.
—Sí, él..., Óscar no es mi amigo.
—Ah, pensé que sí —Sé que podría tratar de actuar como si no me importara, pero curiosamente, sí me importa y no sé cómo preguntar de donde chingados salió entonces.
—Hay unas tipas en mi clase que quieren el número de Leo —dice con tristeza—. Obvio que él ni las va a topar, y pues..., no se los he querido dar. El otro día me quitaron el telefono para buscar el contacto, y como no lo van a obtener de mí, le di un manazo que la hizo soltarlo y se quebró toda la pantalla.
—¿Fue el día que le pediste el telefono a Leandro? —Ella asiente sin mirarme—. Tambien traías pintura en la falda.
—Ellas empezaron a empujarme, y yo solo trataba de recuperar el telefono, pensando en qué les diría a mis papás sobre ese incidente. Afuera del aula, está una jardinera que don Carlos estaba pintando, y pues...
—Ellas te aventaron.
—Sí. Y hoy volvieron a pedirme el número y les dije que no —Dejo la guitarra a un lado y le presto más atención, flexiono una de mis piernas y me giro un poco hacia ella—. Volvieron a empujarme, y bueno..., la primera vez tenía otras preocupaciones, esta vez, no.
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Al final del arcoíris | En proceso
Teen FictionIsabel, una joven apasionada y aventurera, vive la vida al límite. Su mundo se basa en la emoción y la exploración constante. Por otro lado, César, un joven introvertido y tímido, se refugia en su mundo interior, alejado de los riesgos. Cuando sus c...