Ansiedad.

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Ya habían pasado ocho años, ocho años en los que Aegon había mantenido una buena relación con su hermana, su esposo y su amante. Hizo todo lo posible por evitar que su madre envenenara a sus hermanos en contra de Rhaenyra y sus sobrinos, y al parecer lo había logrado. En la actualidad, Aegon estaba a punto de cumplir 14 años, Aemond tenía 11 y Helaena estaba por cumplir 10.

Sorprendiendo a su hermana, aceptó en cada embarazo que se le informara el nombre de sus hijos y cómo debían llamarlos, tanto a ellos como a sus dragones. Su sobrino Jacaerys, que ya tenía 8 años, tenía un cabello tan abundante que Aegon solía bromear llamándolo a él y a Lucerys "cabezas de hongos" por lo esponjado que era.

En ese momento, Aegon se encontraba al lado de su hermana, quien estaba a punto de dar a luz a su tercer hijo.

—Se llamará Joffrey —dijo el adolescente, comiendo un pastel mientras observaba a su hermana gritar de dolor.

—¡Aegon, silencio! ¡No ves que no puedo más! —exclamó su hermana, enfadada por la tranquilidad con la que su hermano parecía tomar su sufrimiento.

—Pero, hermana, así se llamará, ya verás que es un varón. Tsss, no me aprecian como se debe —respondió con un tono de falsa ofensa.

—Lo que no entiendo es por qué estás presente en cada parto, pero no dejas que pasen ni Jacaerys ni Lucerys —dijo Laenor, con una risa ante el comportamiento del joven.

—Son unos niños, no tienen experiencia, vomitarán —replicó Aegon, con desdén, como si el asunto no tuviera mayor importancia. En el parto de Jacaerys y Lucerys, Aegon había estado presente, asegurándose de que todo marchara con normalidad.

—¿Experiencia? ¿No se te olvida que soy yo quien está dando a luz, hermano? —respondió la heredera, sofocada por el dolor.

—Tranquila, hermana, respira. No queremos que el pequeño Joffrey nazca trompudo —dijo Aegon, con una sonrisa. A lo largo de los años, él y su hermana habían formado un lazo estrecho, por lo que Aegon se sentía con confianza para bromear en esos momentos. Luego tuvo que esquivar una almohada que su hermana le lanzó.

Poco después, se escuchó el llanto de un bebé.

—Mi princesa, la reina quiere que el bebé sea llevado con ella —anunció una sirvienta que acababa de entrar.

Tanto Laenor como la heredera se miraron, conscientes de las intenciones de Rhaenyra. Con esfuerzo, Rhaenyra se levantó para llevar al menor.

Mientras salían de la recámara de la reina, Laenor se sintió agotado de la situación con la beta. Estaba tan frustrado que casi le dan ganas de empujarla por las escaleras.

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Aegon estaba en los arbustos, sintiendo el peso de la presión que lo agobiaba. Su mente estaba llena de preguntas y temores. La noticia de que su madre lo llamo para hacerle conocer que su hermana había tenido otro bastardo, añadiendo más incertidumbre al futuro de la familia, le pesaba en el alma. Había intentado todo lo posible para que Alicent aceptara el destino y dejara de manipular la situación en su favor, pero no había logrado nada.

Sus días estaban llenos de estudios sobre las castas: alfas, betas, omegas, y lo que significaba ser un omega dominante. Había aprendido lo suficiente para saber que su futuro sería muy diferente al que su madre había planeado para él. La idea de casarse y tener hijos le parecía cada vez más aterradora y repugnante. Había presenciado el sufrimiento de su hermana en los partos y no quería experimentar ni un atisbo de ese dolor en su propia vida.

Lo que más le atormentaba era el hecho de que dentro de un año se presentaría como omega dominante, una posición que no deseaba ni por asomo. Temía cómo reaccionaría su madre al enterarse, si lo castigaría o lo enviaría lejos. A pesar de la protección y el apoyo de su hermana, se preguntaba si eso sería suficiente para evitar que su madre le hiciera daño.

—He intentado cambiar las cosas, pero no sirve de nada si el problema principal, mi madre, no cambia —pensaba Aegon, mirando al suelo con una expresión de desesperanza—. No quiero ser rey. No quiero ver morir a mis hermanos, a mis sobrinos, a mi hermana... ¿Qué debo hacer? ¿Qué más puedo hacer?

Los sentimientos de impotencia y tristeza eran abrumadores. La esperanza de que su hermana y él pudieran hacer una diferencia en sus vidas y en el futuro de la familia parecía cada vez más lejana. En su soledad, Aegon buscaba respuestas y soluciones, pero las sombras de su pasado y las incertidumbres de su futuro lo rodeaban, dejándolo con una sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de dificultades.

Todos esos pensamientos siempre le quitaban la respiración a Aegon, razón por la cual se alejaba de todos, para poder tranquilizarse solo o desmayarse solo, lo que ocurriera primero. No obstante, sintió una palmada en la cabeza mientras estaba sentado con las rodillas en el pecho y su cabeza escondida en ellas. Al alzar la mirada, vio a Ser Harwin mirándolo con preocupación.

—¿Otra vez esos ataques, mi príncipe? —preguntó el caballero. Ser Harwin había sido testigo de su primer ataque y, tras ayudarlo, realizó una investigación a escondidas. Descubrió que lo que Aegon padecía era un trastorno llamado ansiedad, que podía "controlarse" con respiraciones. Desde entonces, Ser Harwin era el único que conocía la condición de Aegon, por petición del príncipe. Aegon quería que así se mantuviera, pues temía que si los demás descubrieran su secreto, no sabría qué excusa dar para explicar esos episodios.

—¿Príncipe, no sería bueno que ya les dijera a su hermana y a los demás sobre esos ataques? A lo mejor podrían ayudarlo —mencionó el caballero, agachándose a su altura.

Aegon simplemente negó con la cabeza y ahí acabó la conversación. Ser Harwin nunca le preguntó directamente sobre el motivo. Esperaba que el adolescente hablara por sí mismo cuando estuviera listo, por lo que siempre lo acompañaba durante sus ataques, ofreciendo apoyo y compañía en esos momentos difíciles.

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Era la hora del almuerzo, y en el comedor estaba toda la familia menos Rhaenyra, quien debía descansar adecuadamente. Al entrar, Aegon ubicó a sus sobrinos y hermanos en sus sillas, esperando la llegada de los reyes para comenzar a comer.

—Hermano, ¿ya viste a nuestro nuevo sobrino? —preguntó el pequeño Aemond, ganándose una sonrisa de Aegon, quien le acarició la mejilla con afecto.

—Obviamente, yo lo vi primero y le puse el nombre —dijo Aegon con orgullo, acomodando sus cubiertos.

—¿Por qué le pones tú el nombre a mis hermanos, tío? —preguntó, desde el otro lado de la mesa, su sobrino Jacaerys.

—Porque soy genial y soy el mayor. Ahora hagan silencio, que ya vienen los no deseados —dijo Aegon con un tono aburrido al escuchar a sus padres hablando mientras se acercaban.

—No hables así, hermano —le reprendió su tierna hermana, y él solo le sonrió.

Cuando sus padres finalmente se sentaron, el rey habló:

—Esta noche llegará mi hermano Daemon con su familia. No quería que viajara todavía, ya que su esposa está por dar a luz —mencionó el rey, tratando de iniciar una conversación.

¿Está por dar a luz? Eso no debe estar ocurriendo. Se supone que ella muere en su palacio; ¿por qué viene a morir aquí? ¿Eso significa que el accidente en el que Aemond pierde un ojo está cerca?

Aegon no tuvo oportunidad de establecer lazos con su tío Daemon, quien nunca parecía aparecer por allí. Si vienen esta noche, eso significa que el incidente se aproxima, el que desgarrará los frágiles lazos de esta familia... No, no pasé ocho años intentando arreglar todo para que se fuera al traste ahora. A buena hora decide morir aquí, esa señora. Aegon estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó la mirada que le daba su sobrino.

Segunda vida.  JACEGONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora