Capítulo 5: El refugio

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El auto se deslizaba a través de la carretera oscura, apenas iluminada por la pálida luz de la luna. Rachel mantenía la mirada fija en el camino, tratando de calmar la oleada de pensamientos que invadían su mente. Marilyn, a su lado, sostenía el volante con manos temblorosas, sus nudillos blancos por la fuerza con la que lo apretaba.

—¿A dónde nos llevas? —preguntó Marilyn finalmente, rompiendo el silencio que había llenado el auto desde que la mujer misteriosa se había subido.

—A un lugar seguro —respondió la mujer con un tono tranquilo—. Es lo único que puedo ofrecerles por ahora.

Rachel la miró de reojo, intentando encontrar alguna señal de mentira en su rostro. La mujer seguía mirando al frente, su expresión imperturbable, como si hubiera recorrido ese camino muchas veces antes.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, el auto se detuvo frente a una vieja y desgastada cabaña en medio de un bosque denso. Las ramas de los árboles se mecían lentamente, creando sombras danzantes en las paredes de madera, como si el propio bosque las invitara a entrar.

—Es aquí —dijo la mujer mientras abría la puerta y bajaba del auto—. Síganme.

Marilyn y Rachel intercambiaron una mirada nerviosa pero decidida, y siguieron a la mujer hasta la entrada de la cabaña. La puerta de madera se abrió con un chirrido inquietante, y al cruzar el umbral, ambas sintieron un escalofrío que recorrió sus cuerpos.

El interior de la cabaña era mucho más amplio de lo que parecía desde fuera. Había colchones dispersos por todo el suelo, y lámparas de aceite colgaban del techo, arrojando una luz cálida y tenue. El aire estaba cargado de una mezcla de miedo y esperanza.

Rachel y Marilyn observaron a su alrededor, sorprendidas al ver a personas de todas las edades. Había niños pequeños, abrazados a adultos que parecían ser sus padres; adolescentes que se murmuraban entre sí con los ojos llenos de angustia; y ancianos que parecían haber vivido una vida completa pero ahora estaban atrapados en esta pesadilla.

—¿Quiénes son todos ellos? —preguntó Rachel, incapaz de contener su curiosidad.

La mujer se giró hacia ellas, su expresión suavizándose un poco.

—Son sobrevivientes, como ustedes. Todos han recibido la llamada, pero de alguna manera han logrado escapar... por ahora.

Un hombre mayor, con el cabello gris y una cicatriz que le cruzaba la mejilla, se acercó cojeando. Su mirada era severa pero no hostil.

—¿Así que trajiste a más? —dijo con una voz ronca—. No tenemos espacio para más, ya sabes cómo es esto...

—Lo sé, Richard —replicó la mujer—. Pero necesitamos todas las manos posibles si queremos ponerle fin a esto.

Richard suspiró y miró a las chicas con una mezcla de desconfianza y lástima.

—Bien, bien... —murmuró—. Pero no causen problemas, ¿entendido?

Marilyn asintió rápidamente, sintiendo la presión de todos los ojos en la cabaña sobre ellas. Rachel, por otro lado, no pudo evitar fijarse en una pared al fondo del refugio. Estaba llena de fotos y recortes de periódico, con frases y nombres subrayados, como si alguien estuviera tratando de armar un rompecabezas gigante.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Rachel, señalando la pared.

La mujer suspiró y se acercó, acariciando suavemente un recorte desgastado.

—Es todo lo que sabemos de la maldición —explicó—. Historias de aquellos que la enfrentaron antes... y de aquellos que no sobrevivieron.

Marilyn tragó saliva, sintiendo una oleada de terror al ver los rostros en las fotos: personas jóvenes y mayores, de todas las razas y etnias. Todos ellos habían sido marcados por la misma maldición, arrastrados a una pesadilla de la que no podían despertar.

—¿Cómo puede alguien sobrevivir a esto? —preguntó Marilyn, su voz apenas un susurro.

La mujer la miró con seriedad.

—No es fácil. La maldición se adapta, cambia... intenta atraparte de diferentes formas. Pero hay formas de engañarla. Maneras de resistir. Por eso estamos aquí, para unir fuerzas y encontrar una forma de acabar con ella para siempre.

Rachel sintió que una chispa de esperanza crecía en su interior. Si todas estas personas habían sobrevivido, si realmente había una manera de terminar con esto, entonces tal vez, solo tal vez, podían tener una oportunidad.

De repente, un sonido cortante llenó el aire: el tono agudo de un teléfono sonando. Todos en la cabaña se tensaron al instante, mirándose unos a otros con pánico en sus ojos.

—¡Apáguenlo! —gritó Richard, corriendo hacia un adolescente que sacaba temblorosamente su celular del bolsillo.

—No es mío... —susurró el chico, dejando caer el teléfono al suelo como si quemara. El sonido seguía resonando en la cabaña.

Rachel sintió un sudor frío recorrer su espalda. Miró a Marilyn, quien estaba paralizada, sus ojos clavados en el teléfono.

—¿Qué hacemos? —preguntó Rachel en voz baja, temiendo la respuesta.

La mujer misteriosa tomó una respiración profunda y cerró los ojos por un momento, como si buscara fuerzas en su interior.

—No contesten. Pase lo que pase, no contesten... —advirtió con voz firme.

La cabaña se sumió en un tenso silencio, solo roto por el incesante sonido del teléfono, que parecía taladrar los oídos de todos los presentes.

—Richard —dijo la mujer, acercándose al hombre de la cicatriz—. Debemos preparar a todos. No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo.

Richard asintió, y con un gesto rápido, comenzó a organizar a las personas. Rachel sintió que el miedo la envolvía como una manta húmeda, pero al mismo tiempo una extraña determinación comenzaba a brotar en su interior.

—No dejaré que ese monstruo me tome —pensó, apretando los puños.

Marilyn se acercó a Rachel y le susurró:

—Tenemos que confiar en ellos, pero también estar listas para correr en cualquier momento.

Rachel asintió, sabiendo que sus vidas dependían de cada decisión que tomaran a partir de ese momento. Mientras el refugio se llenaba de actividad, ambas sabían que solo el tiempo diría si habían tomado la decisión correcta.

"Ring Ring es tu fin"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora