Capítulo 1.

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27 de mayoMontecarlo, Mónaco

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27 de mayo
Montecarlo, Mónaco

El rugido de los motores sacudió el cerco de vidrio que rodeaba la terraza. Abajo, en la calle, la gente vitoreó ante el recorrido de las monoplazas con la misma euforia que la vuelta anterior. Y la anterior. Y la anterior. Caleb, conde de Andale, evidentemente no compartía el mismo gusto por el ruido de una sierra y cortadora de césped fusionado en un vehículo de carreras como lo hacía su hermano mayor, William, de pie a su izquierda.

―Ese subviraje le va a costar una vuelta ―masculló el mayor con los brazos cruzados sobre el cerco de vidrio polarizado.

Caleb esbozó una sonrisa ladeada, consciente de que William no lo miraba, y prefirió concentrarse en la taza de té que sostenía cuidadosamente con los dedos anillados. Cuando de mecánica se trataba, William hablaba en un idioma que el menor de cuatro hermanos no conseguía comprender. Lo que fuera que estuviera sucediendo en el Grand Prix de Mónaco, solo uno de ellos lo entendía... y Caleb no era el indicado. Tampoco le entusiasmaba la idea de adquirir ese conocimiento. Tres horas de sueño por noche durante la última semana consiguieron freírle el cerebro.

O, por lo menos, la última parte racional que le quedaba desde...

Sopesó la posibilidad de dejar caer la taza desde la prominente altura de su apartamento frente a la bahía. El fragor de la porcelana rota apartaría sus pensamientos de ese día, aunque solo fuera por un momento. El barullo de la gente en los yates y las calles le recordó la poca posibilidad de que la escuchara caer y romperse.

―¿Cuántas vueltas faltan? ―le preguntó a su hermano.

―Once. ―Algo extraño debió encontrar en la pregunta en su voz, porque William frunció el ceño y lo miró de lado―. ¿Por qué?

―Me aburro de ver los autos dar vueltas ―admitió con un marcado fastidio en la voz.

Su hermano mayor soltó una carcajada.

―Solo vine a ver a mi hermanito. Puedo volver al yate con mis compañeros y tú podrás... ―Lo estudió de pies a cabeza―. ¿Qué hacías antes de llegar? ¡O mejor no me digas! ―Descruzó los brazos y los levantó por encima de la cabeza―. No quiero arriesgarme a escuchar la respuesta.

Caleb puso los ojos en blanco antes de sonreír.

―Preparaba té para irme a la cama temprano. ¿Qué pensabas que diría?

―Solo tomo precauciones, primor. ―Volvió a mirarlo de pies a cabeza―. Espera... ¿te vas a dormir tan temprano? ¿Estás enfermo? Mira que si lo estás y mamá se entera...

Caleb bufó. Conociendo a la reina consorte, mejor conocida como su madre, volaría desde Londres a atenderlo personalmente... y poco importaba que Caleb tuviera casi veintitrés años. Tal vez ahí estaba el problema: que la familia seguía viéndolo como si fuera un niño. El dulce, amable y cariñoso pequeño Caleb... cuando de él ya no quedaba nada.

Choque de coronas (Serie Herederos 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora