Capítulo 13.

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Lo que más le gustaba a Alina de nadar era la libertad que le proporciona y la reducción del peso de su cuerpo

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Lo que más le gustaba a Alina de nadar era la libertad que le proporciona y la reducción del peso de su cuerpo. Era lo más cercano a volar. Una vez que su cabeza se metía debajo del agua, el ruido del mundo se detenía y lo ocupaba un murmullo tranquilizador. Esa era la única razón por la que desobedecía las indicaciones de su reumatólogo. El agua, después de todo, era desventajosa para la densidad mineral ósea. Pero necesitaba nadar: se había convertido en uno de los canalizadores vitales de su ansiedad, que no paraba de escalar desde que adquirió la presidencia de la fundación.

El acelerón de su pulso, sin embargo, lo causaba otra persona que no guardaba relación alguna con su familia.

Caleb.

Cada vez que Alina entraba al agua, su cabeza se transportaba al día de piscina. En los últimos meses, Alina había tenido contacto con todo tipo de hombres en sus diferentes moldes: altos, fornidos, de espaldas como de gorila, flacuchos... Diferentes variantes que, si los comparaba con Caleb, no le hacían justicia al género masculino. Caleb estaba construido de manera diferente. La firmeza de sus brazos era suficiente para aplastarla en miles de pedacitos, un destino que encontró inusualmente placentero. El verde con fragmentos azules de sus ojos emanaba la dulzura de su carácter, pero las palabras que salían de su boca a menudo delataban a su mente pícara. Y luego estaba su adicción más persistente: la barba. Y por supuesto que había visto hombres con barba antes, sin embargo, ninguna le había causado tanto interés o deseos de tocar. Peor aún: no paraba de pensar en cómo se sentiría su textura sobre su piel. Cada vez que la pregunta azotaba en su mente, la descartaba con un suspiro. De seguro su piel sensible encontraría de todo menos placentero ese rose y acabaría decepcionada con sus fantasía.

La puerta del área de la piscina se abrió y la expectativa le aceleró el pulso. Sentada en la escalera imperial de la cocina, Alina cruzó las piernas y se concentró en tranquilizarse. Qué tontería... ¡Ni que esa fuera la primera vez que la veía en traje de baño! O quizá justamente por eso el nerviosismo se la comía viva. En más de una ocasión atrapó la mirada de Caleb en ella mientras caminaba por el borde de la piscina, subía las escaleras o incluso mientras tomaba el remanente del sol de la tarde. Y ni siquiera eran miradas discretas, sino contemplativas; una mirada inamovible que encendió la calefacción de su cuerpo. Alina no paraba de pensar en las posibilidades de lo que ocurría dentro de la cabeza de Caleb. ¿La encontraría atractiva? Después del cáncer, Alina mantuvo una exhausta lucha con su cuerpo: cómo se veía, cómo se sentía su piel, lo poco saludable que era su peso... Pero la manera en que Caleb la miraba no mostraba descontento. Las suposiciones no la convencían. ¿Qué sabía sobre interpretar las acciones de un hombre? Nada.

El pulso acelerado de Alina pisó el freno al toparse con la sonrisa amable de Liam en un bañador rojo. Junto a él, con un traje de baño blanco y negro, veía una chica joven que reconoció al instante. Detrás de ellos, sin embargo...

No venía nadie.

―¡Hola! ―Catharina, la hija de la reina de Dinamarca, la saludó con una sacudida de manos y una despampanante sonrisa―. Soy Catharina, ¿me recuerdas?

Choque de coronas (Serie Herederos 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora