―¿Que hiciste qué? ―la pregunta abandonó los rosados y temblorosos labios de Alina con la sutileza de un elefante en una cristalería.
―Invité a Caleb a cenar ―le repitió Rainier, pausando entre cada palabra.
Alina se aferró al reposabrazos de su silla con la mano izquierda y observó el tenedor en su mano derecha. Si fundamentaba su pérdida de juicio aduciendo que Rainier la volvía loca, ¿podría alegar defensa propia? No contaba con el poder necesario para salir impune de un intento de asesinado en contra del príncipe heredero.
―El chico está solo en Mónaco. Me pareció buena idea...
―No. ―Apretó el tenedor y encajó un par de frutas en los dientes filosos―. Hace años que no tenemos una cena tranquila. A papá no le gustará.
―Esa es la mejor parte.
Por supuesto. ¿Por qué otro motivo se arriesgaría a invitar a un príncipe extranjero a una cena de un momento a otro? Incomodar a su padre era su deporte favorito.
―No podré asistir.
Rainier, que se paseaba por la biblioteca con los brazos flexionados y una expresión de serenidad que la impacientaba con cada fresco palpitar de su corazón, se detuvo y la miró con el ceño fruncido.
―¿Por qué no?
―Tengo un compromiso. ―Golpeó la pantalla del teléfono dos veces y observó la hora. Faltaban diez minutos para las diez y media de la mañana.
―Pensé que a ti, más que a nadie, le entusiasmaría tenerlo aquí. ―Señaló los cuatro libros apilados en una esquina del escritorio―. Has leído su libro como mil veces.
El abrupto calentón de sus mejillas se trasladó al resto del cuerpo; su piel enrojecida vibró del nerviosismo. Rainier ni siquiera sabía que llevaba años bebiendo vitaminas, ¿y se fijaba precisamente en ese detalle? Estaba maldita.
―Sabes que no se me da bien... socializar ―ignoró el sabor amargo de la palabra. Socializaba bien, en términos generales, hasta que le ganaba la ansiedad. La gente se aburría de lo que decía o se abrumaba cuando hablaba de más. No tenía punto medio.
―Míralo por el lado positivo: como has leído su libro tantas veces, eres quien mejor le puede sacar un tema de conversación.
Alina hizo una mueca de descontento con la boca. Lo último en su lista de interés era conversar con él. Prefería evitarlo a toda costa durante lo que dure su estadía en el país, que esperaba fuera poca.
―¿De verdad no te entusiasma nada? ―Rainier las manos en el borde de la mesa y estiró los brazos―. Juraría que cualquier otra lectora estaría saltando de felicidad si cenara con su autor favorito.
―No es mi autor favorito ―se defendió con los dientes apretados―. ¿Se te ofrece otra cosa?
Rainier la observó largo y tendido en completo silencio. Al final, esbozó una sonrisa comedida.
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Choque de coronas (Serie Herederos 4)
RomanceTras dos años de una abrupta separación, Caleb, el hijo menor del monarca de Reino Unido, ha decidido retomar las riendas de su vida y cumplir con el peligroso ultimátum de su editora: si no le entrega material nuevo, serias repercusiones tocarán a...