Capítulo 11.

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Debería existir un experimento científico que justifique y valide la posibilidad de que el cambio de residencia sea un potenciador de la estupidez humana

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Debería existir un experimento científico que justifique y valide la posibilidad de que el cambio de residencia sea un potenciador de la estupidez humana. De otra manera, Caleb era incapaz de comprender por qué estaba sentado en la silla de la terraza, esperando a que Alina volviera a salir, en lugar de reflexionar en el hecho de que sus antiguos mejores amigos respiraban el mismo aire que él.

En contra de su voluntad, se obligó a considerar que quizá, y solo por una pizca, Imogen tenía razón al insistir en que no le dedicaba tiempo suficiente. Los últimos once días eran una prueba fehaciente de que, una vez que su cabeza se concentraba en una tarea, el mundo entero podría incendiarse y de todos modos no abandonaría la silla de su escritorio. De lo contrario, habría leído el mensaje de Alina y encontrarse con Liam no hubiese representado el coque colosal que fue. No, verlo jugar no fue la bala de cañón que le perforó el pecho. Catharina. ¿Desde cuándo se llevaban tan bien que viajaba a otro país para verlo jugar? Demonios... con un solo vistazo a sus ojos grises, Caleb sintió que su mundo colapsaba. Había perdido dos años de verla crecer. Se veía tan diferente y, al mismo tiempo, no había cambiado nada. El tiempo pasó frente a sus narices, y su cabeza volvía al mismo predicamento: si le habían clavado un puñal en la espalda, ¿por qué sentía que Imogen era la única con el cuchillo?

Evidentemente, enfrentar una situación incómoda no estaba en sus planes ese día. Un solo vistazo a los ojos de sus amigos y salió huyendo directo al apartamento, donde el silencio y la soledad abrieron una nueva herida sobre la cicatrizada. Algo terrible pasaba con él: en lugar de procesar el desconcierto que le causaba la presencia de ambos, su inamovible atención continuaba fija en los estrechos espacios de las rejas treillage.

Esperando.

Y esperando.

Caleb se sentó en el borde de la silla, con los codos afirmados en sus rodillas, y movió los pies con impaciencia. No era ignorante a las reacciones atípicas de su cuerpo o el errático pulso que incrementó a medida que los minutos pasaban a cuenta gota y el otro lado de la terraza continuaba inhabitado. Si le gustaba tanto la soledad y la tranquilidad de vivir solo, entonces... Maldita sea, ¿por qué se le aceleraba el corazón ante la idea de que apareciera? Estaba a un soplo de aire caliente de combustionar y meditó lo satisfactorio que sería abofetearse a sí mismo por desesperarse tanto. Alina no era más que una mujer común y corriente. ¿Desde cuándo le temía al sexo opuesto?

Un escalofrío de horror reptó por su columna al percibir la tensión desvaneciendo de su cuerpo al verla regresar a la terraza. Caleb achicó los ojos, reduciendo la ceguera del sol, pero al instante los abrió y su cuerpo se irguió. Considerando las contadas ocasiones en que se habían visto, Alina llevaba muy poca ropa encima. Un taje de baño, de hecho, que debía ser uno de los menos provocadores que hubiese visto a la fecha. Por favor, incluso Olive usaba unos que entallaban partes de su cuerpo que preferiría no ver. Y, aún así, Caleb no dejaba de mirar. Vamos... mirar no era un pecado, ¿o sí? Su madre había criado a un caballero, pero los hombres caían en el desafortunado acto de pecar. E inapropiado si consideraba como se le había secado la garganta y el movimiento inquieto de sus pies incrementó como si fuera un jodido perro al que le tocaban la barriga.

Choque de coronas (Serie Herederos 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora