Capítulo 4

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La muerte cambia a las personas, dijo alguien alguna vez; ella ya no recuerda quién fue.

Las admiraciones serenas de la vida prodigan inefables deleites para aquellos que ya no pueden disfrutarlos, todo es diferente desde la muerte (los individuos, las trivialidades e incluso las estaciones del año), y solo aquel que ha visto lo que hay más allá de la vida, lo que se esconde en los parajes más recónditos, podrá entender a la mujer que yace sepultada bajo las raíces de un viejo y podrido roble, alrededor de tumbas ya sin nombres, quien se ha convertido en un recuerdo que la memoria va desvaneciendo.

Fiódor Dostoievski dijo: "me gusta estar solo; no sentirme solo", un pensamiento indiscutible, el epítome de la naturaleza humana. La soledad siempre le había fascinado, la mera idea de tener que estar en compañía de otras personas le solía provocar arcadas de puro asco, pero ahora observa el mundo cambiar, mira cómo todo avanza como una humilde espectadora (ya nunca protagonista), las personas tan distintas (mujeres, hombres, niños, viejos) y ella sigue atrapada, anclada al destino impuesto por las leyes divinas.

Sí, ella se siente sola.

Ella todavía recuerda su propio nombre, por supuesto, sus memorias no han sido borradas ni por el tiempo ni por dolor que perdura, pero ya no es la misma persona que fue en vida. Permanecer en este limbo convertido en cárcel es un suicidio lento, una segunda muerte, y la que alguna vez fue una mujer insensible y con planes maquiavélicos, ahora no es más que un cascarón lleno de anhelo, hambriento de amor.

Su cuerpo físico yace enterrado a más de dos metros bajo tierra y mugre, olvidado y nunca buscado, pero su alma sangra entre los árboles, se escabulle errante en las noches de luna llena, para luego volver a la oscuridad una vez que el tiempo pase. Un alma en pena. Las bajas temperaturas de Vermont y el suelo húmedo han hecho maravillas para preservar su cuerpo, sin embargo, ya el desgaste es notorio, las carnes poco a poco se separan del hueso, cada capa se va descomponiendo hasta ya no dejar rastro de ella, y su corazón sigue roto y ennegrecido.

A veces solo espera que la paz llegue antes de que su espíritu se desgaste, a veces solo espera que su alma inmortal se destruya. Lo que alguna vez fue repugnante ahora es ansiado. No descansa en paz y puede que nunca lo haga (aunque hay algo en su mente que desmiente esa suposición), su alma y su cuerpo hace tiempo que discuten, uno quiere ser libre y hallar la paz eterna, el otro ruega por aquella promesa que realizó.

Una mujer muerta cuya alma se niega a dejar el plano espiritual.

Algunos curiosos, los excéntricos del pueblo que se han aburrido de su vida pueril, se adentran en el bosque en busca de algo de emoción, algunos se espantan con su presencia, con la sensación de ser puestos bajo el escrutinio de ojos invisibles. Algunos enloquecen si alguna vez la logran ver: la mujer vestida de novio, una leyenda del folclore de Jericó, junto a tantas que ya nadie recuerda; halla consuelo en ser objeto de terror en los lugareños.

Hoy no es diferente, hoy también hay un visitante, pero es diferente a aquellos inadaptados, o de los que se pierden entre las viejas tumbas. Es alguien que ella reconoce de tantas visitas que ha hecho.

La mujer está pronunciando palabras tan emotivas en medio del silencio sepulcral, su voz es tan melodiosa que no puede evitar dejarse llevar por ella mientras, su alma añejada, la ve danzando alrededor del claro como las brujas de Macbeth alrededor del caldero. Sin embargo, ya no es la adolescente que se escondía entre los hierbajos para sollozar en silencio, ni tampoco la joven que siempre se mostraba tan triste y afligida; esta mujer es diferente ahora, como si se hubiera liberado de algo.

Y le recita los votos que se dicen en una ceremonia de bodas.

Su nombre es Enid, lo memorizó al verla deambular por el bosque tantas veces, ella la visto a lo largo de los años, y la encontró encantadora en cada ocasión, como ver florecer a una flor en un ambiente hostil. ¿Cómo no pudo fijarse en una mujer así? ¿Cómo no asociar las emociones que Enid despertaba en ella con el amor? En vida conoció a personas a personas falsas e hipócritas, de miradas dulces pero palabras cínicas; Enid nunca ha sido así.

Hasta que la muerte nos separe | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora