Capítulo 10

18 5 0
                                    

Habitación de Bianca Barclay, Mansión Barclay

El cielo rugió en la madrugada y las nubes eléctricas derramaron su llanto frío sobre la tierra, atrayendo el aroma a petricor con él, y un talante helor; los caminos de tierra se vuelven casi intransitables, las farolas parpadean en la penumbra de la noche y los pobladores de Jericó se levantaron en sus casas completamente preocupados por la tormenta, mientras pasaba la furiosa tempestad que azotaba al lugar, temiendo que empeoré conforme la noche va consumiéndose, antes de que raye el alba.

Dentro de la mansión Barclay, una diferente tormenta los azota: la locura parece haberse adueñado de la joven heredera, cuyo rostro sereno ha perdido tal virtud, y sus ojos están abiertos de par en par, inyectados en sangre. Su madre, despierta por culpa de sus desesperados gritos (donde el nombre de Enid Sinclair fue dicho más de una vez), está de pie junto a la sirvienta, escuchaban las palabras provenir de sus labios, pero la miran como si fuera producto de su imaginación o, peor, una excusa bien tramada para evitar la reprimenda por el escándalo.

— ¡No estoy exagerando, madre! ¿Cómo puedes creer eso? ¡Era el cadáver de una novia, pero vestía como un novio! —exclamó horrorizada, tal y como lo ha dicho ya tres veces—. ¡Yo la vi! Enid vino a buscarme, y ella la persiguió, ¡y se llevó a Enid!

Las palabras se le acaban a Bianca, ya no halla cómo plasmar lo sucedido hace menos de una hora, su cuerpo todavía tiembla ante el más breve recuerdo de ojos oscuros perforando su alma, de una fría navaja apuntando directo a su cuello, y esa voz helada ordenarle mantenerse alejada de su esposa. Mira a su madre y a la criada, la mirada de disgusto (en el caso de su madre) y horror (en el caso de Hildegart) en sus rostros no tiene comparación, aunque ella no les culpa, al oírlo de su propia boca, suena a una locura.

Pero, apenas aquel comentario salió de sus labios y fue asimilado por las presentes, el ambiente se tornó pesado, asfixiante, Bianca tenía la cara de una verdadera demente, y empezaba a comportarse como tal.

— ¡¿Enid Sinclair estaba en tu habitación?! —le gruñó su madre, escandalizada, enfocada en ese único detalle—. ¡Qué descaro el de esa mujer aparecerse así!

— ¡Tenía que ayudarla, madre! Tú no la viste, Enid estaba tan desesperada —trata de hacerla recapacitar—. ¡Entiéndelo, no podía quedarme de brazos cruzados al verla así! —reclamó ofendida

¡¿Acaso no la habían escuchado?!

— ¡Repito que no estoy mintiendo ni exagerando nada!

En la vida de Bianca suceden demasiados eventos, donde ha contenido el llanto más de una vez y se ha hecho de tripas el corazón, y esta es una de ellas, quiere llorar por la impotencia, pero no dejará que ni una sola lagrima se derrame delante de su madre; su única opción es Hildegart, la anciana de ojos desgastados y rostro cansado, caminó hasta quedar al frente de ella, tomó sus manos envejecidas entre las suyas y la miró suplicante.

—Por favor, Hildegart, tú me crees, ¿cierto? —su voz tiembla.

—Mi niña... —por su parte, ella miró a la joven con una mueca de desconcierto. Bianca puede ver con claridad que no le cree, aunque quiera mentir para protegerle del escarnio y la furia de su madre—. Estás temblando... Déjame traerte una frazada.

—Tráele una camisa de fuerza, Hildegart, ¡se ha vuelto loca!

Su madre, por supuesto, tampoco creyó en sus palabras y la tachó de loca sin pestañar, ¿por qué eso no le sorprende? De inmediato, ella sacó una llave de la parte superior de su vestido de dormir, e hizo que Hildegart saliera de la habitación de Bianca con un gesto de su mano.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 02 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hasta que la muerte nos separe | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora