Tom Thurston

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El autobús se había detenido en la intersección de la calle Caldwell y McGregor, ni indicios de volver a encender el motor, aun así, Tom Thurston, hijo menor de la familia Thurston, no se había movido de su asiento, lo consideraba por el atroz dolor de espalda que desde muy temprano venía aquejándolo. Vació otra aspirina en su boca y trató de cerrar los ojos, faltaban veinte minutos (o más) para llegar a casa o al menos acercarse. Pero el monstruo del sueño no vendría por ahora.

Elevó la cabeza sobre los asientos vacíos en un intento por ver lo que sucedía, las puertas de vidrio con el nombre de la facultad se mantenían aferradas entre sí. Un hombre gordo con la pequeña gorra de algún campamento caminó el angosto corredor que cubría con su masa corporal, las gotas de sudor corrían por su frente y bajo sus axilas el uniforme se veía un tanto húmedo. El conductor informó que el motor había dejado de funcionar, y Tom le aseguró que no había problema, claro que había problemas, muchos problemas.

Comenzaba a sentirse nervioso, le sudaban las manos y sus piernas comenzaban a temblar, no había manera de ocultarlo cuando golpeó su cabeza con el techo del bus.

Ya lo saben.

El conductor más tarde estaría en la estación de policía dando su declaración y diría que en cuanto bajó del bus su esquelética silueta desapareció entre la oscuridad de la calle McGregor.

Avanzaba por el asfalto en una sola melodía, no había ruido, ni aves cantando o arboles moviéndose, un simple chico caminando frente a casas oscuras, las luces de los faroles apenas iluminaban en la esquina, en unos cuantos metros la calle terminaría y no tenía idea de qué pasaría luego. Calculó que en una hora estaría llegando a casa o menos si continuaba caminando así de rápido, pero era inevitable, había hecho algo muy malo...

Podrían estar detrás de ti.

El vecindario era común, al menos para él lo era, suponía que había jardines, pero por los muros de concreto que se alzaban cómo furiosas bestias entendió que los propietarios de aquellas casas no deseaban que los transeúntes los vean, era un lugar sin chiste ni encanto, una jaula con barrotes de oro falso.

Ni que tuvieran setos de oro.

Sacó el teléfono de su bolsillo al sentir la vibración clásica del aparato al apagarse.

Presionó el botón lateral, esperó. Nada.

Volvió a presionar. Nada.

Estaba muerto.

Presionó entonces por un largo tiempo y el nombre de la marca apareció en la pantalla Samsung, frunció el ceño confundido, tenía por qué estarlo, siempre cargaba su teléfono... ¿lo había hecho? entonces respondiendo a su confusión la pantalla volvió apagarse, antes de que lo hiciera logró ver el icono de batería vacío.

Hiciste algo muy malo.

Tuvo la súbita sensación de alguien escondido entre la oscuridad, ¿lo estaban observando? Eso no era posible.

Estamos trabajando en eso, una región del cerebro lo percibe, es increíble...

Debieron ser las aspirinas, tomó más de tres esta mañana y una más en el bus. Había leído que el subconsciente podía saber, podía saber mucho más de lo que él creía y si tenía la sensación de ser observado... ¿lo había leído? De donde lo haya sacado, debía ser el estrés ¿por qué estaba debatiéndose si estaba siendo observado o no? Era mejor que se apresurara. De todas formas, no tenían manera de saberlo, su intención principal no era mostrarlo, sólo le sacaría una copia y ya, le pagarían muy bien por las vistas en internet y ahí acabaría todo... sí, acabaría todo.

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