El Canto del Mirlo

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- Lado A, aseguren el perímetro. B, conmigo.

El sudor caía en el cuello de Jack Hansen como navaja, apenas dos gotas saladas que desaparecían en el armazón negro. Los árboles se mecían de un lado a otro en medio de la mayor nevada en la historia de la Syland, el frío chocaba los huesos, pero no importaba, a Jack Hansen no le importaba, no cuando estaba tan cerca.

Quitó el seguro de su Heckler cuando el radio volvió a comunicar:

- Perímetro asegurado sin contacto visual.

Para entonces el pequeño Strauch corrió hacia la puerta con la agilidad de un gato.

- B, mantén posición, voy a comprobar la puerta.

Tras desactivar el seguro de la puerta el aire se volvió más pesado, como si se tratara de un soplo del infierno, en su cabeza rubia pensó que algo iba mal, más tarde entendería el porqué de su preocupación.

- Puerta desactivada – Jack sostuvo el arma con fuerza, había hecho esto un millón de veces, si fallaba jamás se lo perdonaría, Sam jamás se lo perdonaría – entramos en tres... dos... uno...

Las ventanas vibraban, los casquetes caían en el suelo como cuerpos de metal inertes, cada paso extendía aún más el pasillo.

- ¡Nos han descubierto! – Gritó Suárez por el intercomunicador, su equipo permanecía en las puertas traseras cuidando el escape de los hermanos - ¡Tienen niños!

Más tarde descubrirían que la verdadera emboscada la habían planeado los hermanos, pues en cuanto el equipo de la CIA forzó la puerta unas cuantas balas se hicieron esperar. Por el lado este, en la puerta trasera de metal cuyo número era A-34, Stephen Murphy soltó el primer ataque hacia unos cuantos en la salida.

Los niños estaban listos.

Entonces le acarició el cabello a su hija y tras señalarle a los hombres en la puerta estos cayeron como naipes golpeados por la gran puerta, luego de unos minutos el hedor de los cadáveres llenaría el lugar.

Los disparos volvían con más fuerza y a medida que su equipo avanzaba, los hermanos iban ganando terreno.

Suárez disparó hacia lo único que lastimaba a su equipo, el ardor era insoportable, entonces escuchó el grito desgarrador de un niño.

- ¡Papá! – Gritó entre sollozos.

Para el viejo comandante de la CIA, todo se había vuelto tan extraño, estaba seguro, sin embargo, que nada de esto volvería a pasar en lo que le quedaba de vida al pueblo.

Al abrir los ojos apenas pudo ver la silueta obscura, los ojos cristalizados del pobre niño lo observaban con dolor, un tanto entreabiertos dejando escapar algunas lágrimas.

Los gritos de los hombres habían cesado, Jack no tardaría mucho en llegar, si es que aún estaba vivo.

- Mátalo – ordenó el hombre detrás de él, por la barba supo que se trataba del mayor de ellos, Stephen Murphy.

- No quiero – murmuró el niño apenas en un hilo de voz.

- Le disparó a tu hermana, mátalo... ¡Hazlo!

No fue rápido, no fue indoloro, sintió cada hueso derretirse y cada pedazo de piel carbonizarse, antes de que la demencia lo atrapara lo entendió dos cosas, la primera fue que el niño lo estaba quemando, de alguna forma, solo con mirarlo lo estaba quemando. La segunda cosa que descubrió fue que Jack tenía razón, algo malo pasaba, algo extraño, no lo hubiera creído antes pero ahora que se quemaba en medio de las llamas de una hoguera inexistente lo entendió.

INSIDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora