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La aparición de Arthur

Finalmente, Tristan había derrotado a Megagalland de una manera inhumana, lenta y dolorosa. Con su poder demoníaco desatado, Tristan se movía con una precisión letal. Cada golpe que daba resonaba con una fuerza oscura, desgarrando la carne y la armadura de Megagalland. El monstruo gritaba de dolor, sus gritos resonando en todo Liones.

Tristan no mostró piedad. Con cada ataque, se aseguraba de infligir el máximo dolor posible. Utilizó sus garras demoníacas para arrancar trozos de la abominación, mientras su aura oscura corroía la esencia misma de Megagalland. Los ojos del monstruo se llenaron de terror y desesperación, sabiendo que su fin estaba cerca.

El combate se prolongó, con Tristan manteniendo un ritmo implacable. Finalmente, con un último y devastador golpe, atravesó el corazón de Megagalland, destruyendo su núcleo de energía. La abominación se desplomó, su cuerpo desintegrándose en una nube de polvo y oscuridad. La batalla había terminado, pero el precio había sido alto.

Mientras tanto, en Camelot, Arthur creía que todo estaba bajo control en cuanto a las memorias de Aria. Confiado en que el espejo había sido reforzado, decidió salir a probar a los Jinetes del Apocalipsis. Sabía que debía enfrentarlos personalmente para asegurar su dominio.

Aria, por otro lado, dejó de tener esas estúpidas distracciones. Ahora podía lograr su cometido: matar a los Jinetes del Apocalipsis, a excepción de Gawain. Su mente estaba clara y su objetivo definido. Se preparó para la traición, sabiendo que el momento era crítico.

A lo lejos, se escuchó un aplauso. De repente, del suelo comenzaron a levitar escombros, formando una escalera al cielo. Fue un momento mágico y realmente hermoso, de no ser porque se trataba del rey del caos, Arthur. Todo hubiera sido perfecto.

Sin embargo, antes de que el rey de Camelot pudiera acertar un ataque directo en Tristan, una fuerza misteriosa lo impidió. Era Meliodas, el padre de Tristan, quien estaba furioso. Meliodas se lanzó a atacarlo, dejándole en claro a su hijo que no interviniera.

Los ataques entre Arthur y Meliodas eran directos y precisos, llevándose consigo una montaña y mostrando el inimaginable poder que ambos poseían. Sin embargo, Tristan, en aquel estado, era muy testarudo e intervino en la batalla, poniendo a Meliodas en desventaja. Arthur aprovechó la situación y atacó a Tristan, convirtiéndolo en una carga para su padre.

Meliodas, con el corazón dividido entre proteger a su hijo y derrotar a Arthur, luchaba con todas sus fuerzas. Arthur, con una sonrisa siniestra, disfrutaba de la ventaja que había ganado. Tristan, aunque debilitado, no se rendía y seguía intentando ayudar a su padre, a pesar de que cada intervención lo ponía en mayor peligro.

La batalla alcanzó un punto crítico cuando Arthur lanzó un ataque devastador hacia Tristan. Meliodas, en un acto desesperado, se interpuso, recibiendo el golpe en lugar de su lugar.

Meliodas logró repeler el ataque de Arthur y calmó a su hijo, quien ahora estaba inconsciente. Justo en ese momento, el espejo maldito se rompió, revelando todos los recuerdos de Aria. Un grito de dolor escapó de sus labios al recibir toda esa información de golpe. Aria observó a su padre, Meliodas, quien se mantenía serio.

Arthur, al recibir rápidamente el reporte de este incidente, se preocupó.

-Mi querida amada y futura esposa, sal de donde quiera que estés. Te prometo que todo tiene una explicación clara,- repetía Arthur, notando cómo el hechizo finalmente se había roto.

Por otro lado, Aria estaba en el suelo, sosteniendo su cabeza aún con el casco de la armadura puesto, preocupando a los presentes. Intentaron acercarse para quitarle el casco, pero Aria lo impidió. Se levantó del suelo con lágrimas en los ojos, aunque no se veían.

-Aria: Así que con esto te referías cuando dijiste que algún día te odiaría, Ardberck,- murmuró con voz temblorosa.

Aria se levantó del suelo y vio a Arthur, quien la buscaba con la mirada.

-Aria: Aquí estoy- dijo con una voz firme y seria.

Arthur la vio, y Aria dio un salto, cayendo a un metro de distancia de él. Arthur intentó abrazarla como si no hubiera un mañana, sin embargo, Aria retrocedió en cuanto se dio cuenta de las intenciones de Arthur. Él borró su cálida sonrisa al notar cómo su amada se alejaba de él. Lleno de ira, Arthur lanzó un ataque que no iba dirigido hacia Aria, sino hacia su padre y su hermano mellizo. Aria, en un movimiento rápido, se interpuso frente a ellos, recibiendo el ataque. Su casco salió volando, revelando por primera vez su rostro.

Aria era tan hermosa como la luna. Tenía una piel pálida y hermosa, que parecía brillar bajo la luz. Su largo cabello plateado y sedoso caía en cascada, tapando uno de sus ojos. Sus labios carnosos y rosados contrastaban con su piel, dándole un aire etéreo y misterioso. Sus ojos, ahora visibles, eran de un azul profundo, llenos de determinación y dolor.

-Meliodas: Elizabeth...-murmuró Meliodas, incrédulo.

Sin embargo, Aria lo corrigió con una voz firme y decidida.

-Aria: No... Aria.-

Perdida, Pero Jamás Olvidada 【LANCELOTXOCXARTHUR】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora