Después de la comida, Aegon se levantó y se dirigió hacia su recámara, mordiendo sus uñas en un gesto de nerviosismo. Debía encontrar una manera de evitar el accidente en el que su pequeño hermano perdería el ojo. Si lo lograba, significaría que su familia podría mantenerse unida. Detrás de él iban sus sobrinos y hermanos; no era sorpresa para nadie que donde iba Aegon, los menores lo seguían, como un grupo de patitos tras su madre.
Al llegar a su habitación, dejó la puerta abierta, sabiendo que entrarían uno por uno. Ya estaba acostumbrado; era una batalla que había dejado de librar hace años en su búsqueda de algo de privacidad. Se sentó en el borde de su cama, aún inmerso en sus pensamientos sobre cómo solucionar la situación. Una vez que todos entraron, cerraron la puerta y lo miraron, observando cómo Aegon seguía sumido en sus reflexiones.
—¿Qué le pasa al tío Aegon? Está raro desde la comida —mencionó el pequeño Lucerys, notando la actitud extraña de su tío.
—No lo sé, se ve raro. Está nervioso y se está mordiendo las uñas —dijo su tío Aemond, observando la expresión preocupada de Aegon.
—Su olor se volvió agrio —comentó Jacaerys, notando el cambio en el aroma de su tío. Normalmente, su olor era el de un vino dulce que agradaba a quienes lo percibían, pero ahora olía a una mezcla poco agradable de vino y basura.
—Está intentando encontrar una solución para el ojo que los dioses quieren —dijo Helaena con tranquilidad, acercándose a su hermano mayor. Los demás la miraron, tratando de entender lo que había querido decir. No era sorpresa que Helaena hablara de manera incoherente de vez en cuando.
Todos se acercaron a donde estaba Aegon. Aemond le bajó la mano de la boca y lo miró con una expresión que claramente preguntaba qué sucedía. Aegon, al ver la preocupación en los ojos de su hermano menor, sintió aún más miedo. No sabía qué hacer, así que solo lo miró y acercó ambas manos a sus mejillas para sonreírle. El menor le correspondió con una sonrisa, y de repente, Aegon lo abrazó con fuerza. El abrazo era tan intenso que los demás se pusieron nerviosos, preguntándose qué le pasaba a su tío Aegon para que estuviera tan asustado.
Aegon escondió su rostro en el hombro de su hermano menor, inhalando su aroma, que le recordaba al pan recién horneado. Le gustaba ese olor, y al mismo tiempo, le daba hambre. Al levantar la cabeza, volvió a acariciar las mejillas regordetas de Aemond, sin querer imaginar el dolor que podría regresar a su rostro.
Aemond, confundido, permitió que lo acariciara. No le molestaba; desde que tenía memoria, Aegon siempre le había tocado las mejillas, diciendo que eran lindas.
De repente, Aegon se levantó y trató de calmarse.
—Cada quien a sus aposentos ahora. Deben prepararse para la cena. El tío Daemon viene con su familia, y debemos dar una buena impresión. Vayan a bañarse y a arreglarse —dijo Aegon con tono autoritario, lo cual sorprendió a los demás jóvenes. Solo usaba ese tono cuando estaban entrenando o cuando algo no le parecía justo.
—Pero tío, ¿estás bien? —preguntó el pequeño Jacaerys, notando que el comportamiento de su tío era inusual. La preocupación era evidente en su expresión y en el olor a frutos rojos que lo rodeaba. —Si nos dices, podemos ayudarte. Yo te puedo ayudar —añadió con nerviosismo.
—No lo voy a repetir. A sus cuartos, ahora —respondió Aegon con firmeza, antes de darles la espalda y entrar en su baño.
Los menores se quedaron mirándose, conscientes de que algo grave estaba ocurriendo y que tenía que ver con la cena de esa noche. Para no atormentar más al mayor, salieron en silencio.
Mientras caminaban por los pasillos, percibieron un olor a pastel echado a perder. Giraron y vieron a Lucerys con una expresión triste en el rostro.
—¿Qué sucede, Luke? —preguntó su tía, acercándose a él. Lucerys levantó la vista, y unas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, lo que hizo que los demás se acercaran, preocupados.
—¿El tío Egg nos odia? —preguntó el menor con temor.
—Claro que no, él nos quiere —respondió Jacaerys, con mal humor, haciendo que el olor a frutos rojos se intensificara.
—¿Entonces por qué no confía en nosotros? ¿Por qué no nos dice qué le molesta o qué es lo que lo hace comportarse así? —preguntó el menor de todos, esperando una respuesta que nunca llegó. Nadie sabía por qué Aegon no les tenía la confianza para contarles sus problemas. Aunque siempre había estado para ellos, ellos no podían hacer lo mismo por él, no por falta de deseo, sino porque él había construido un muro que nadie podía atravesar.
De repente, un olor dulce como la miel se hizo presente. Helaena, con una sonrisa, dijo:
—A lo mejor son cosas de adultos. Aegon aún no es adulto, pero en un año se presentará como tal, y eso trae más responsabilidades. Quizás es eso, no nos cuenta porque probablemente no entenderíamos o no podríamos hacer nada. Seguimos siendo niños.
Con esa explicación, Helaena trató de calmar a su hermano y sobrinos. Todos asintieron con dudas, queriendo creer que era así. Pero para el pequeño Jacaerys, la idea lo ponía de peor humor. Ya no era un niño, sentía que podía proteger a su tío.
Con esos pensamientos en mente, cada uno se dirigió a sus habitaciones para alistarse.
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Segunda vida. JACEGON
FanficAgonizando se encontraba el actual rey Aegon II Targaryen, envenenado por su propia gente, lo mas curioso que en su agonía no tenia deseos de vivir, a estas alturas para que pensaba el joven rey, no tenía a nadie, sus hermanos, sus hijos, su madre...