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3.

La belleza en el caos.

Genuinamente, nadie te habla de como te trata la adolescencia con la ausencia de figuras paternas competentes, de como los cambios tanto físicos como mentales te juegan malas pasadas constantemente y así, te conoces, o al menos, haces el intento de hacerlo.

¿Puedo culparme por buscar respuestas y aterrarme de solo saber sus respuestas?

Usualmente, es bastante común tener que pedir ayuda, normalizarlo y tenerlo claro es el verdadero problema cuando miras a tu alrededor sin algún ápice de esperanza, tal cual como una hoja cayendo de un árbol, sin saber dónde será su caída. Un mal sabor de boca traspasa mis labios cuando caigo en esta realidad, mi realidad.

Dentro de mi propia realidad trato de mantenerme serena, lo mas en calma que pueda. Dentro de las cuatro paredes en que me mantengo, tal cual como si lo fuera en un psiquiátrico. Paredes blancas, una cortina gris junto con un pequeño mueble y un par de libros que tome prestados y nuca tuve el valor de regresar, puesto que, si los llevase una vez más, parte de mí también se iría con ellos. Había entre ellos uno en especial que me dio la bibliotecaria cuando cumplí los quince años, curiosamente, cuando me integre a lo que seria la secundaria, tome varias de mis tardes para hacer tareas de algunos compañeros a cambio de dinero y pasar tiempo lejos de casa.

Tiempo, este en serio me sobraba.

¿Me sobrara el tiempo?

Siendo así, este era un poemario de algún escritor cuyo apellido no podría deletrear, sin embargo, sus palabras cálidas arrullaban mi corazón, me hacían compañía, me daban aliento y cariño en medio de lo que era mi tempestad.

La que me esperaba cada que ponía un pie en el remolque.

Clark con el pasar de los meses se había quedado algo ciego y sordo debido a sus años trabajando en fábricas, adicional a que nunca creyó en que fuese netamente necesario tener algún tipo de seguro médico. Repetía una y otra vez que cuando cumpliese la mayoría de edad, seria el día mas grato de su vida. Para mi buena suerte, también seria el mío, sin embargo, era mas probable que el dejara este mundo, a que yo dejara el remolque. Aunque en más de una ocasión intente huir, no dure mucho tiempo en la calle, al menos en ''casa'', había un calentador algo viejo que funcionaba cuando se necesitaba, en las noches. Siempre y cuando Clark pudiese mantener sus manos quietas.

Manos y ojos, estos siempre intentaban estar sobre mí, ya fuese para una caricia, un golpe, un empujón o tan solo un insulto, siempre sobre mí. En mas de una ocasión, su cercanía me aterraba tanto que derramaba todo a mi alrededor, fuese lo que tuviera cerca, de una u otra manera este conseguía hacerme temblar de miedo. La primera vez que me golpeo fueron los días siguientes a mi menstruación, puesto que había manchado un par de sabanas que, según él, fue totalmente apropósito.

Si tan solo pudiera controlarlo todo, sería tan feliz.

Pero por desgracia, es algo que no es, ni será.

Al principio solo habían sido algunos empujones, pellizcos o incluso tirarme su café caliente encima, era algo que tenia que tener en mente que podría pasar, con el tiempo tan solo lo normalice, como todo lo demás que se aproximó. Tan solo fue así como una noche este se acerco a mi cama y me toco las piernas, sus manos heladas tan solo iban de arriba hasta abajo, acariciando mi piel debajo del pijama, soltaba suspiros, lo oía llorar para si mismo un poco, mientras fingía estar dormida, lo suficiente par hacer caso omiso a sus ásperas manos.

Tuve miedo que las caricias se volvieran mas invasivas, pero con suerte, este patrón de conducta no escalo más allá de eso, pero eso no impidió que se repitiese una y otra vez, aunque esto no hacia que tuviera miedo cada vez que sucedía, dentro de mis pensamientos habitaba la idea de que podía ser diferente, de que esta vez sí pasaría algo peor y que así, solo así, al fin acabaría conmigo. Pero mientras se avecinaba su vejez, cada día era mas lento, mas sordo, mas débil, llegando así a darme no más que lastima.

Odie y seguiré odiando tanto esa palabra por el resto de mis días, porque con ella venia este pensamiento que me reusaba a traer a la realidad.

¿Y si el se va antes que yo?

Me refiero a que, el es todo lo que tengo, de una forma real, palpable.

Hace mas de un año me había dado a la tarea a buscar por cielo y tierra a la familia de Adeline, ya fuesen tíos, primos, abuelos lejanos que tal vez, se les haría grato conocerme, pero en este pueblo nuestro apellido era algo totalmente inexistente. No seria algo tan sencillo y menos para alguien como yo. Lo único que tenia de esta llamada familia era una foto de Adeline y Edward, abrazados de niños. La había encontrado entre las pertenecías de mi mama tiempo después de que dejamos la casa y Clark solo quería tirar todo como si fuese basura, al menos, así lo era para él. Pero aun con todo esto, miraba la foto de vez en cuando, aunque no entendía el porqué.

Algo en ella me generaba una sensación extraña, me daba calor en las manos y sudor en la nuca, aunque ya estuviera vieja y parte de la imagen ya estaba algo desvanecida, puesto que en mas de una ocasión, las lagrimas y mis dedos buscaban consuelo en esa imagen de niños. Pensaba mucho en Edward, en cómo se sentía morir, en como era morir por tu patria, en como era tener hermanos y extrañarlos.

La primera pregunta era la mas frecuente.

No había sido alguien que tuviera el valor de intentarlo, pero la pregunta azotaba mi mente en mas de una vez, suponía que era como quedarse dormido luego de un día muy atareado. SI sabia que muchas personas mueren de manera dolorosa, en mis pensamientos habitaba la idea de que esta no lo era, era dormir, descansar. Y no le tenia temor a descansar, me gustaba bastante, sentir que así, estabas en una burbuja en donde nadie podía hacerte daño.

Pensaba en el día de mi muerte muchas veces.

En como seria, en que ropa tendría, que edad tendría.

¿Alguien me extrañaría?

FLORAL RETURN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora