18. Un poco de alivio.

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La sala de espera estaba impregnada de una tensión palpable, con todos atrapados en una penumbra de incertidumbre y angustia, sin poder imaginar el caos que reinaba dentro de la UCI. La espera se estiraba como un chicle, convirtiendo cada segundo en una eternidad. De repente, la puerta se abrió con un chirrido que resonó como un eco ominoso, y la enfermera apareció, su rostro despojado de esperanza.

—Lo siento mucho, no pudimos hacer nada por Lorena —dijo con voz temblorosa, como si cada palabra le costara una eternidad pronunciarla. El aire se tornó gélido, como si el tiempo se detuviera en ese instante.

Mercedes, que se aferraba a la ilusión de un desenlace diferente, buscó desesperadamente un atisbo de esperanza en los ojos de la enfermera, pero solo encontró un vacío que selló su destino.

—Lo siento de verdad —agregó la enfermera, su tono cargado de compasión, confirmando lo que ya se temía.

En un instante, el mundo de Mercedes se desmoronó. La fragilidad de su ser se hizo evidente y cayó, su corazón hecho pedazos.

—No, eso no puede ser verdad —dijo Mei, volteándose para enfrentar a Adriana.

Pero Mei no encontraría consuelo en los ojos de Adriana. Ella no estaba presente, se había marchado en cuanto escuchó la desgarradora noticia. El peso de la culpa la consumía, especialmente por lo que le había ocurrido a Lorena. La buscó frenéticamente por el hospital hasta que finalmente dio con su cirujano, cuyo rostro reflejaba el mismo desgarro que sentía en su interior.

Cuando Adriana finalmente encontró a Lorena, esta yacía tendida en una camilla. El monitor de ritmo cardíaco emitía un sonido monótono, una línea plana que robaba toda esperanza de vida del corazón de Lorena.

La angustia de esa imagen comenzó a distorsionarse, desdibujándose lentamente hasta que, de repente, despertó...

Afortunadamente, solo había sido una pesadilla. Se levantó con un mareo repentino y tuvo que apoyarse en la pared para no desvanecerse. Un ligero dolor de cabeza la atravesó, pero fue momentáneo. Una vez recuperada, se dirigió de nuevo a la sala de espera, ansiosa por conocer cualquier noticia sobre Lorena.

——¿Ya tienen alguna noticia? —preguntó con un tono suave, cuidando de no romper el silencio que reinaba en la sala.

Mei soltó un bostezo antes de responderle a Adriana, su cansancio era evidente.

—Deberías irte a casa —sugirió Adriana, con preocupación en su mirada—. Dormir un poco te haría bien.

—No —replicó Mei, bostezando nuevamente—. Estoy bien. Además, aún no sé nada de Lorena.

—Insisto, necesitas descansar —dijo Adriana, levantándola de la silla con gentileza—. Te llevo a casa.

—No, ¿y si se despierta? Su mejor amiga no estará aquí, —dijo Mei, con un tono de preocupación que apenas podía ocultar.

—Ella lo entenderá, vamos… —insistió Adriana, firmemente decidida.

Con un gesto decidido, Adriana se volvió para tomarla de la mano, dispuesta a llevarla a su casa a pesar de la resistencia de Mei.

—¿Me cargas? —preguntó Mei, sus ojos reflejando el evidente cansancio que sentía.

—¡Ni lo pienses! —contestó Adriana de inmediato.

—Creo que no puedo moverme —murmuró Mei, quedándose atrás con la mirada perdida.

Adriana soltó un suspiro exasperado. Sin dudarlo, se giró y se acercó a Mei, dispuesta a ayudarla a llegar a su auto para llevarla a casa.

Profesora Valencia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora