2. Las carreras.

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—Tienes que ir a la universidad, amiga —insistió Mei, observando la resistencia de su amiga a enfrentar a Valencia—. Si no vas, solo será peor.

—No puedo creer que haya enviado fotografías de ese tipo a una mujer tan culta —respondió Lorena, hundiendo su rostro aún más en la almohada—. Va a reprobarme en este semestre, ¡y en todos los que vienen!

—Si decides no ir, podrías fingir que estás enferma —sugirió Mei, tratando de infundirle un poco de esperanza—. Será solo temporal mientras decides qué hacer.

—Pero eso no funcionará. Necesito una nota médica para que me crea —replicó Lorena, con un suspiro profundo que reflejaba su desesperación.

—Y yo tengo una tía que es doctora —respondió Mei, esbozando una sonrisa que iluminaría incluso la habitación más oscura—. Si lo hace por mí, ¿por qué no lo haría por mi mejor amiga? Vamos, anímate.

Lorena, sintiendo una chispa de determinación, se empezó a recomponer, buscando sus zapatos a toda prisa. Si tenía la oportunidad de esquivar a la profesora, no pensaba desaprovecharla. Así que, por primera vez en su vida, iba a fingir estar incapacitada para escapar de la universidad.

—¿Otra vez faltarás a la clase, Mei? —preguntó su tía, arqueando una ceja con desconfianza.

Mei, cuyo verdadero nombre era Yang Mei-ying, provenía de una familia China dedicada al ámbito médico. A pesar de que su tía siempre se mostraba dispuesta a ayudarla, sabía que estaban jugando con fuego al eludir la normativa.

—Esto podría ser ilegal —murmuró la tía de Mei, entregándole la nota médica falsa con un aire de resignación—. Lorena, ahora estás enferma y no puedes ir a la universidad.

—Gracias, tía —respondió Mei, con una sonrisa llena de gratitud—. Enviaré la nota de inmediato para que no te tenga que esperar mañana. Y mientras tanto, te invito a un lugar.

Lorena sintió un escalofrío. Le insistió a Mei que debían regresar a casa; alguien podría verlas y contarle a la profesora que no estaba realmente enferma.

—¿Quién le diría eso a Adriana? —preguntó Mei, con una risa despreocupada—. Todos la temen.

—Aun así, no creo que deba estar en la calle antes de enviar esa nota.

Pero Mei mantenía su actitud despreocupada. En lugar de pensar en llevar a su amiga a casa, se le ocurrió que era el momento perfecto para despejar su mente.

—No, Mei —se negó rotundamente—. No me gustan esas carreras clandestinas en moto. Es muy peligroso.

—No te montarás en una, solo será un vistazo —insistió Mei—. Vamos, no seas aburrida. Solo será un ratito.

Lorena dudó, pero la insistencia de su mejor amiga fue demasiado. Al final, decidió acompañarla. Después de todo, era verdad que nadie le diría nada a la profesora Adriana Valencia.

Llegaron a un lugar bullicioso, lleno de motociclistas. La mayoría de ellos probablemente ni siquiera contaba con licencia, lo que hacía que el ambiente se sintiera peligrosamente emocionante. Veía alcohol y evidencias de drogas por doquier, aunque ella y Mei no participaban en eso. Aún así, el espectáculo de las carreras era, sin duda, hipnotizante.

Los corredores ocultaban sus rostros, y solo algunos se mostraban indiferentes ante el riesgo. Había apuestas, por supuesto: todas ilegales y enviadas con una mezcla de euforia y desconfianza. Se apostaba no solo dinero, sino también cosas que rozaban lo indecoroso.

Mientras Lorena se dejaba llevar por la adrenalina del momento, su corazón latía con fuerza. Aunque ese instante no era lo que había planeado, a veces, alejarse de la rutina era un acto de valentía en sí mismo.

El viento le acariciaba el rostro mientras observaba las motos acelerar en la pista clandestina. Mei, su amiga, se preparaba para subirse a la moto como acompañante, con una sonrisa nerviosa que delataba su mezcla de emoción y temor. De repente, el rugido de los motores fue interrumpido por el sonido agudo de las sirenas policiales. La multitud se desató en un mar de cuerpos, corriendo en todas direcciones, presa del pánico.

Sin pensarlo, Lorena se unió a la estampida, su corazón acelerado como un tambor. Corría sin rumbo, sin saber adónde iba ni dónde estaba Mei. El caos reinaba en la pista; gritos y motos abandonadas esparcidas por doquier añadían más confusión a la escena.

Mientras corría, Lorena buscó desesperadamente a su amiga entre la multitud. Pero Mei parecía haberse desvanecido. Las luces intermitentes de la policía se acercaban, y la presión de la situación le hizo comprender que necesitaba encontrar un refugio, y rápido. Pero, ¿dónde? ¿Y qué había sido de Mei?

—¡Mei! ¡Mei, espera! —gritó Lorena mientras se abría paso entre la multitud—. ¡¿Dónde estás?!

—¡Vamos, sigue corriendo! —le respondió un desconocido que corría a su lado—. ¡La policía está cerca!

—¿A dónde... a dónde vamos? —preguntó Lorena, jadeando—. ¡No sé dónde está Mei!

—¡No importa! ¡Solo tenemos que salir de aquí antes de que nos atrapen!

—¡Alto! ¡Deténganse! —gritó un policía—. ¡No corran!

El corazón de Lorena se encogió mientras sus pensamientos giraban en torno a Mei. —Por favor, que esté bien —susurró para sí misma—... por favor...

Siguió corriendo, ignorando todo a su alrededor, incluso cuando las sirenas se desvanecieron en la distancia. Su miedo la empujaba hacia adelante, hasta que, distraída, no vio el semáforo en rojo ni la camioneta que se acercaba a gran velocidad.

Lo último que percibió fueron las brillantes luces de la camioneta blanca y el estruendo del claxon antes de que todo se sumergiera en un oscuro silencio.

Cuando despertó, lo primero que sintió fue una venda en su muñeca; se dio cuenta de que la había lastimado. Aparte de eso, se encontraba en una habitación desconocida y se alteró tanto que terminó cayendo de la cama. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de compañía, pero no había nadie cerca.

Con una mezcla de miedo y curiosidad, se acercó a la puerta. Al abrirla con cautela, oyó ruidos provenientes de la cocina, lo que la llevó a darse cuenta de que había alguien más en aquel lugar.

Sin el valor para confrontar a la persona que estaba cocinando, decidió deslizarse por la sala y escapar. Con cada paso, trató de hacer el menor ruido posible, conteniendo la respiración mientras se acercaba a la puerta.

—Vamos, abre —murmuró, luchando por hacer girar la perilla—. No puede ser…

Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que estaba en la casa de su profesora, la señora Valencia, a quien ya había mentido en una nota sobre su estado de salud. Ahora, confrontaría una explicación aún más complicada: las fotos semidesnudas y la falsedad de su mensaje.

—¿Qué karma estaré pagando? —se preguntó en un susurro, sintiendo el peso de la culpa.

De pronto, una voz cortante la hizo girar.

—Tiene mucho que explicarme, señorita Hurtado —dijo Adriana, su profesora, con un tono helado que hizo que el corazón de Lorena se detuviera—. Más le vale ofrecerme una buena justificación para todo esto.

Lorena sintió que el nerviosismo la invadía de inmediato. La figura de Adriana era imponente: su traje ceñido, su cabello negro corto y su voz grave hacían que todos la veneraran y temieran a la vez. Sin embargo, Lorena se daba cuenta de que había algo intrigante y seductor en su personalidad... algo que iba más allá de lo académico.

Si llegaste hasta aquí, muchas gracias por darle una oportunidad a mi historia... nos veremos pronto.

Profesora Valencia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora