25. Con la niña no...

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Adriana se plantó frente a la madre de Mónica, sus brazos cruzados y su mirada desafiante, como un escudo protector frente a cualquier amenaza. La madre de Mónica, Silvia, la enfrentó con una expresión de desdén, pero Adriana no se amedrentó. Había lanzado un ultimátum claro: si Mónica tocaba a Lorena, sufriría las consecuencias.

—Ya le advertí lo que le haría a su hija si se atreve a tocar a Lorena —dijo Adriana, su voz firme y sin temblor, mientras mantenía su mirada fija en Silvia.

Silvia se encogió de hombros, pero Adriana no se dejó intimidar.

—Aquí me tiene, ¿qué va a hacer al respecto? —desafió Adriana, su tono retador.

Silvia esbozó una sonrisa sarcástica.

—Ya le dejé claro mi punto, indecente —dijo, su voz llena de veneno.

Adriana la interrumpió, su voz cortante como un cuchillo.

—Y yo ya le dejé claro el mío, señora —dijo, su mirada brillando con una intensidad feroz—. Si la desgraciada de su hija toca a Lorena, busque dónde esconderla de mí.

—Le voy a pedir no insultar a mi hija.

—¿Por qué? ¿Qué va a hacer? —desafió Adriana— ¿Golpearme? Porque todavía tengo dentro de mí el odio que me llevó a querer golpear a su hija y podría desahogar todo eso con usted.

—¿Crees tener el derecho de golpearme? —preguntó Silvia con una sonrisa sarcástica.

—Sí, desde que te atreviste a entrar a mi salón para hablarme de esa víbora —dijo Adriana—. Así que lárgate —le dijo en un susurro.

—Le voy a pedir que no insulte a mi hija —dijo Silvia, su voz temblando ligeramente.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer si no lo hago? —desafió Adriana, su mirada ardiente y su voz baja y peligrosa.

—¿Golpearme? —sugirió Adriana con una sonrisa sarcástica.

Adriana se acercó a ella, su rostro a centímetros del de Silvia.

—Porque todavía tengo dentro de mí el odio que me llevó a querer golpear a su hija —dijo Adriana, su voz baja y vibrante de furia—. Y podría desahogar todo eso con usted. Aquí. Ahora.

Silvia retrocedió un paso, su sonrisa desapareciendo.

—¿Crees tener el derecho de golpearme? —preguntó, su voz temblando.

Adriana se inclinó hacia ella, su aliento cálido en la cara de Silvia.

—Sí, desde que te atreviste a entrar a mi salón para hablarme de esa víbora —dijo Adriana, su voz baja y letal—. Así que lárgate. Antes de que pierda el control.

Adriana movió su pierna con una impaciencia febril, su mirada fija en Silvia como un cronómetro contando los segundos para que se marchara. Silvia, desafiante, le devolvió la mirada, su rostro una máscara de desdén. Era claro que no iba a obedecer, así que Adriana tomaría medidas drásticas.

Con un movimiento rápido y furioso, Adriana agarró a Silvia por el cabello, jalándola con una fuerza que la hizo trastabillar. Silvia gritó de dolor mientras Adriana la arrastraba hacia la puerta, su ira acumulada explotando en una furia ciega.

—¡Fuera de aquí! —gritó Adriana, empujando a Silvia hacia el pasillo. Silvia cayó al suelo con un golpe seco, su mirada llena de shock y miedo.

Adriana se inclinó sobre ella, su voz baja y letal.

—Tu hija no me conoce —amenazó—, y te juro que no quieres que lo haga. Así que mantenla lejos de Lorena. ¡Lejos!

Y con eso, Adriana cerró la puerta con un golpe seco, dejando a Silvia temblando en el pasillo. Silvia se dio cuenta, demasiado tarde, de que Adriana no era una mujer con la que se pudiera jugar. Era una mujer complicada, capaz de cualquier cosa cuando se trataba de proteger a los suyos.

Profesora Valencia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora