10. Pídeme.

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Antes de este capítulo, por el amor de Dios, recuerden la advertencia del principio. Es una historia de dominio y sumisión, y aunque a algunas personas les guste a otras les incomoda. Si no es de tu agrado, por favor, tienes dos opciones: saltar este tipo de escenas o dejar de leer la historia. No quiero incomodar a nadie, mucho menos prestaré atención a quejas porque ya fueron advertidxs.

—Nadie responde el teléfono —dijo José, con un suspiro que reflejaba la frustración que lo invadía—. Parece que tendremos que aguardar hasta llegar a casa.

—¿Pero quién podría haber pinchado las cuatro llantas de nuestro auto? —se preguntó Mercedes, inquieta.

—Seguramente algún vagabundo —respondió José, resignado, mientras su mirada se posaba en las llantas desinfladas con una mezcla de rabia y desánimo.

—Debemos regresar con Lorena; la pobre debe estar preocupada, asustada y triste —insistió Mercedes, sin poder evitar que el temor se deslizará en su voz.

—No te preocupes, cariño. Mei está con ella y le ofrecerá consuelo —aseguró José, intentando calmar la creciente inquietud que lo invadía al pensar en la angustia de su hija.

Sí, era probable que Lorena se sintiera muy “sola”…

Por su parte, Lorena subía las escaleras, cada peldaño aumentando su nerviosismo. La presión del momento hacía que cada paso pese más que el anterior. Aún luchaba por asimilar la presencia de su profesora en casa, especialmente tras lo ocurrido en su último encuentro. Las imágenes de aquel día aún danzaban vívidas en su mente, pero a pesar de la confusión, una inconfesable parte de ella anhelaba que todo se repitiera. Era una necesidad ardiente, una llama que no podía ignorar; la hacía sentir viva, la llenaba de una extraña vitalidad… lo necesitaba.

Al llegar al segundo piso, su mirada vaciló y se posó tímidamente en su habitación, en un silencio lleno de significados. Adriana, al captar el gesto, sonrió con una seguridad que emanaba un aire de posesión. Aquella sonrisa, como un comando silencioso, hizo que Lorena retrocediera un paso involuntariamente, como si se sintiera arrastrada a la inevitable corriente de sus deseos.

Con una delicadeza inesperada, Adriana rodeó la cintura de Lorena, pero esa ternura se desvaneció rápidamente al apretarla con fuerza y elevarla del suelo. Instintivamente, Lorena entrelazó sus piernas alrededor de la cintura de Adriana, aferrándose a sus hombros en busca de estabilidad. Sabía que en ese instante, entre los brazos de Adriana, perderse era una posibilidad tan seductora como aterradora.

—Puedo sentir el temblor en tus piernas —murmuró Adriana, su mirada fija en los ojos de Lorena—, y me muero de ganas de ser la causa de ese temblor. Quiero poseerte, Lorena, quiero ser la razón por la que tiemblas, por la que te sientes viva.

Adriana, después de pronunciar esas palabras, intensificó su abrazo, sujetando a Lorena con firmeza y seguridad, pero esta vez enfocándose en sus piernas. Aunque sus pasos hacia la habitación de Lorena eran lentos y deliberados, sus manos transmitían un deseo ardiente, acariciando las piernas de Lorena con suaves masajes llenos de anticipación, como si cada toque fuera un preludio de lo que estaba por venir.

Justo en la puerta de la habitación de Lorena, Adriana la bajó suavemente y la puso de pie, su mirada intensa y dominante. Tomó la mandíbula de Lorena con suavidad, pero esa delicadeza se desvaneció rápidamente. La obligó a mirar hacia arriba, sus ojos ardientes y posesivos. Luego, subió las manos de Lorena hasta que estuvieron extendidas, primero la derecha y después la izquierda, como si la estuviera preparando para un ritual de sumisión.

Posteriormente, puso un dedo en la barbilla de Lorena, su toque lleno de deseo y promesas de dominio.

—Haré que cada parte de ti sea mía —susurró Adriana, su voz baja y seductora—, cada rincón de tu cuerpo, lo someteré a mi dominio, y después de eso, cada parte de ti me pedirá por más.

Profesora Valencia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora