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Day at the beach

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Day at the beach

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El sol estaba en su punto más alto, pero una suave brisa que venía del mar hacía que el calor fuera más llevadero. La playa se extendía frente a mí, con la arena dorada que brillaba bajo el sol, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla llenaba mis oídos. No podía pedir un día más perfecto.

Él estaba junto a mí, descansando sobre una toalla extendida, con los ojos cerrados y una leve sonrisa dibujada en su rostro. Me encantaba verlo así, tan relajado, tan en paz. Desde que llegamos a este lugar, no había dejado de sorprenderme lo feliz que se veía. Tal vez era el ambiente, o tal vez el hecho de que por fin podíamos escaparnos de todo por un rato. Sea lo que sea, verlo feliz también me hacía sentir bien.

—¿En qué piensas? —pregunté, inclinándome un poco hacia él.

Sin abrir los ojos, él respondió con una voz tranquila, casi perezosa:

—En lo bonito que está todo. Y en lo bien que se siente estar aquí contigo, sin ninguna preocupación.

No pude evitar sonreír. Era tan sencillo, tan directo. Lo que más me gustaba de él era justamente eso, su capacidad de disfrutar las cosas simples sin complicarse la vida. Me estiré en mi toalla, apoyando los brazos sobre la arena caliente, mientras mis ojos se perdían en el horizonte. El mar parecía infinito, y el azul del cielo se fundía con el agua en la distancia.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de estar aquí? —pregunté, dejando que mi voz se mezclara con el sonido del mar.

—¿El mar? —respondió sin titubear.

—El mar, sí, pero también... —me giré para mirarlo—. El hecho de que aquí no tenemos que hacer nada. No hay prisas, no hay compromisos. Sólo estamos tú y yo.

Abrió los ojos y me miró con esa chispa divertida que siempre me hacía sonreír.

—Eso suena a que quieres quedarte aquí para siempre.

One Shots ; Natanael CanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora