El sol del mediodía daba de lleno sobre su cabeza y caía como un manto sobre la hierba del campo. Al lado de la senda imaginaria que recorría campo traviesa, los acantilados caían abruptos al mar, marcados por aquella pincelada blanca que tanto los caracterizaba.
Los cascos del caballo apenas golpeaban el suelo mientras la brisa salada del mar azotaba su rostro a gran velocidad. El cielo estaba diáfano y percibía el sudor del animal con cada zancada que daba. Se había aferrado a sus riendas y no dejaba de azuzarlo para que aumentara aún más el galope y de alguna manera alcanzar a sus pensamientos que desde el desayuno, estaban en cualquier sitio, menos concentrados en lo que debían.
Quizás había incrementado la intensidad de su ansiedad, haberse tomado el trabajo de leer las palabras de su madre que insistía en la gravedad del asunto y en la premura porque fuera a ayudarle. Cartas que no dejaban de llegar en cuanta ciudad se instalará, acosando su vida ordenada. Sus palabras lo hacían sentir acorralado y deseoso de por un instante dejar de ser un caballero y gritar para desahogarse, si acaso eso pudiera aliviar un poco su corazón.
Durante toda su niñez y adolescencia había aprendido a ser el hijo menor del conde y a que debía esforzarse para forjar su futuro, puesto que la posesión de absolutamente todo caería sobre Henrry, el heredero.
La herencia parecía incluir la honra, el honor y todos los buenos atributos, haciendo que en verdad llegara a preguntarse si por ser el menor, carecía de ellos en absoluto. Al menos por el trato recibido, es lo que había entendido y aprendido. Para él era lo que sobraba, lo que Henrry despreciaba, lo que desechaba.
Durante su niñez había recibido instrucción de los sirvientes de su familia sobre las cosas simples y hermosas de la vida: lo que era una caricia o el significado de un abrazo; había aprendido a que no estaba mal llorar cuando se sentía herido, y que era agradable que le preguntaran cómo había estado su día sin decirle de innumerables maneras y gestos que no les interesaba en absoluto lo que tuviera para decirles. Con el paso del tiempo y la madurez de los años, decidió aprovechar cada pequeña oportunidad que por ser de la familia podía alcanzar, entre ellas, la buena educación.
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La Bitácora de los Secretos
Historical FictionRomance. Misterio. Inglaterra año 1808 Myla Lennox es una señorita de zona rural, acostumbrada a su vida sencilla, mantenida principalmente por su hermano William a quien su padre adora. Un día común y sin esperarlo, es dejada en casa de un compl...