Le dolía la espalda baja y sus brazos estaban tensionados mientras abrazaba sus rodillas junto al pecho sobre aquel sillón mullido donde tiempo atrás había aguardado interminables minutos junto a sus padres, y en los que ahora permanecía en la más espesa soledad, en la más temible de las penumbras, solamente alumbrada por la llama de una vela que flameaba lentamente, y sobre cuya lumbre posaba su mirada atemorizada.
Se había negado rotundamente a seguir a la anciana ama de llaves y también al viejo hombre, que sin dar explicación alguna de las posibles razones por las que había sido abandonada en aquella casa, había insistido con malos modos y fastidio, que se calmara de tanta gritería y fuera a descansar. No habían importado sus exigencias de alguna explicación, ni de salir de aquella casa; simplemente se había limitado a gruñir y afirmarle que el tiempo para hablar sería probablemente en la mañana.
Había repetido aquella única frase en su mente como si fuera una total ironía. Necesitaba una explicación urgentemente, en aquel mismo instante. Había visto a sus padres tomar el camino de regreso y aunque había pensado en la posibilidad de obviar sus órdenes de permanecer allí, eran demasiadas millas para recorrer a pie en medio de la noche. Se sintió miserable ante tanta ansiedad, abrumada de miedo y pensando cosas catastróficas respecto a sus padres, a sus circunstancias.
Si las cosas eran como pensaba y había sido abandonada allí para casarla con aquel hombre, sin dudarlo escaparía; ya lo había decidido. Conseguiría calzado adecuado, algo que sirviera de arma y robaría algunos alimentos de la despensa. No iría a su casa, sino buscaría refugio en William y le reclamaría por la vileza de su padre de querer casarla con un hombre tan despreciable. Tal vez él le encontraría un buen lugar con algún pariente o podría conseguir un trabajo con el cual mantenerse por su cuenta. No le temía a los trabajos y si así debía ser, lo prefería a cualquier humillación. Aquella idea era lo único capaz de consolarle en aquel momento en que apretaba sus manos la una a la otra, sumamente ansiosa.
La vieja mansión estaba a oscuras y en silencio. Solo oía el mismo tic tac que la había acompañado aquella funesta tarde. Sentía angustia, miedo y su garganta apretada. Los ojos se desviaron al pabilo que ya se extinguía y la dejaría en la más oscura de las noches. La idea le hizo temblar aún más el corazón y por un momento lamentó no haber aceptado las indicaciones de la anciana. De haberlo hecho, estaría al menos en una habitación iluminada y se sentiría, quizás, más protegida. De las oscuridades de aquel amplio ambiente, ruidos desconocidos y misteriosos la mantenían constantemente en alerta, lo mismo que el silencio profundo que por momentos se adueñaba de todo.
Un chirriar de bisagras viejas la estremeció y sus ojos se volvieron al oscuro pasillo que suponía llegaba a la despensa. Al rechinar, le siguió el arrastrar de una desvencijada puerta de madera contra el suelo, luego pasos.
Pegó su espalda al sillón, sus rodillas temblaron y los pies se sentían helados dentro de sus viejos zapatos. Por unos segundos, contuvo la respiración hasta que los pasos se aproximaban y de repente se sobresaltó ante el ladrido de un perro bestial. Era alto y temible, de pelaje blanco como la nieve y dientes afilados, los cuales mostraba amenazante y dispuesto atacar si tan solo pestañeaba.
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La Bitácora de los Secretos
Historical FictionRomance. Misterio. Inglaterra año 1808 Myla Lennox es una señorita de zona rural, acostumbrada a su vida sencilla, mantenida principalmente por su hermano William a quien su padre adora. Un día común y sin esperarlo, es dejada en casa de un compl...