Capítulo 6

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Ryder


Mi mano recorre la curva de su cuello hasta llegar a su espalda, y apoyando mi peso en mi brazo, me mantengo a punto para no aplastarla. Sigo bajando, disfrutando del aroma intenso que emana de su piel, y por encima de la ligera tela de su blusa, la beso suavemente, buscando con cuidado los contornos de sus pechos

—Aquí no. —susurra.

—No, aquí no.

Está no era mi intención en absoluto, al menos no aquí, dónde me arriesgo a que alguien la pueda ver. Así que me incorporo dándole la mano y ella la acepta sacudiéndose la arena del cuerpo.

—¿A dónde podemos ir? —la pregunta de su parte me hace mirarla a los ojos.

—Se de un lugar.

—¿Dónde?

—Ya lo verás.

No sé qué tan buena idea sea, pero decido correr el riesgo solo por hoy, así que tomo mis zapatos con una mano y con la otra tiro de ella trayendola conmigo.

Hace preguntas en todo lo que caminamos hacia el muelle, pero no respondo ninguna y cuando se queja porque la hago caminar varios metros, termino echándola sobre mi hombro.

—¡Oye, bájame!

Sonrío.

—Pero si acabas de decir que estabas cansada.

—Si, pero no para que me cargaras.

Me detengo.

—¿Segura que quieres que te baje?

Guarda silencio un momento.

—Okey, no.

Se ríe cuando le hago cosquillas en las piernas, pero después se queda quieta hasta que subo las escaleras del Yate que está aparcado a una orilla del muelle. La bajo cuando ya estamos arriba y ella se baja la minifalda observando a su alrededor.

—¿Es tuyo? —niego. —¿Entonces?

—Es de mi madre.

—Oh.

No es muy grande, pero tampoco muy pequeño. Cuenta con un camarote en la parte baja, la cabina del capitán y tanto en la parte trasera como en la de enfrente, hay sitios para broncearte cómodamente o simplemente para pasar un buen rato.

—No vamos a navegar a esta hora ¿O sí?

—No.

Suelta un suspiro que no sé cómo interpretar.

—Aunque sería increíble ver el amanecer justo dentro del mar, ya sabes, los primeros rayos de sol y así. —juega con sus manos. —En fin, ¿Me darás un recorrido?

La forma en que sonríe, mostrando sus labios gruesos y llamativos, me deja sin aliento, algo que juré no volver a experimentar, pero aquí estoy, tomando su mano para darle un recorrido por el yate, cediendo a la atracción que siento hacia ella.

Ella opina sobre la tapicería, sobre los detalles que cambiaría si fuera suyo y también me cuenta que su padre tiene dos, uno en Australia que casi nunca utiliza y otro aquí, que usan solo cuando salen en familia.

El de aquí si lo utilizan más seguido y ese es Pete, quien más de una vez ha paseado a Rita para que ella vuelva con él y todas esas veces ha funcionado.

Terminamos el recorrido en la parte delantera del yate, en el segundo piso, y ella se acerca a la zona de descanso, donde un colchón suave la invita a relajarse. Se sienta de rodillas, mirando hacia el horizonte, y yo no puedo evitar sentirme atraído por su presencia.

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