MONSTRUO

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                       Chile 1979.

Camino en silencio, con el rostro impasible, acompañada por el sargento Pradenas. Los pasillos oscuros que recorremos huelen a mierda y otros desechos humanos. De cada puerta que pasamos se filtran lamentos, susurros de dolor que se mezclan con el aire viciado.

Mi larga trenza se balancea ligeramente con cada paso que doy.

Nos detenemos frente a un par de soldados que custodian la salida hacia un patio descubierto. El lugar está lleno de barro, sombrío, gris. A lo largo del patio, se alinean docenas de pequeñas celdas, tan diminutas que las llamamos "casas de perro". En su interior, los prisioneros, encogidos e incómodos, apenas pueden moverse. Sus rostros reflejan el miedo y la desesperación.

Hoy hemos venido por uno de estos "animales" en particular. Alzo la mano y señalo con el dedo índice hacia una de las celdas, reconociendo a nuestro objetivo.

— Ese — digo con frialdad.

El sargento Pradenas pide el informe. Se lo entregan, y lo lee en silencio. Cada palabra parece endurecer más su expresión. No hace falta que diga nada; ya sé lo que debemos hacer.

— El número 12, al interrogatorio en 20 minutos — ordeno, mirando mi reloj. Los soldados asienten con firmeza. — Y preparen la "Cama".

Pradenas devuelve el informe con desdén, y me doy media vuelta para regresar a la sala de interrogatorios. Mi trenza, que llega hasta la parte baja de mi espalda, se mueve rítmicamente de un lado a otro con cada paso. El eco de mis botas resuena en este lugar lúgubre, impregnado del olor a muerte que parece colarse por cada rincón.

La verdadera pesadilla tendrá lugar en una pequeña sala oscura. Nuestro prisionero comunista, cuyo nombre no me interesa recordar, está amarrado de cada extremidad a un catre, completamente desnudo con una toalla húmeda en su pecho. Su cuerpo, cubierto de moratones, rastro de torturas pasadas. Los golpes han dejado su rostro irreconocible.

Frente a él, nos encontramos nosotros, observando su desesperación. El sargento Pradenas me hace un gesto, y sé que ha llegado el momento. Me preparo para comenzar otra ronda de sufrimiento en "la parrilla".

Como parte de la rutina diaria, a Número 12 le esperaba una buena dosis de descargas eléctricas para desayunar, almorzar y cenar. Yo ya lo sabía: sería un día largo, y por desgracia para mí, uno más de esos que parecían nunca acabar.

Generalmente, este procedimiento se realiza con más personas, pero la insistencia del sargento por "adelantar trabajo" me tiene aquí, a solas con él. Espero que su verdadera intención no sea una "cita". Ha bromeado innumerables veces con la idea de invitarme a salir, o comentando que ojalá lo hubiera conocido en sus tiempos más mozos. Sería típico de una mente tan retorcida como la suya intentar un encuentro así.

Específicamente hoy no tenía paciencia. Una vez que me aseguré de que el número 12 estuviera bien sujeto al catre metálico, conecté el transformador eléctrico, conecté los electrodos directamente a sus genitales y otro en su cabeza. Verifiqué el generador eléctrico sobre el escritorio: todo estaba en su lugar. El número 12 sudaba y temblaba ante mi presencia.

El sargento Pradenas arrastró una silla, la colocó frente a "la parrilla" y volvió a leer el informe, a su vez tenía un lápiz listo para anotar en las hojas en blanco restantes.

— número 12 , llevamos días en esto. Sabemos que eres parte del comité. Solo falta que hables. Dinos dónde están tus compañeros...  — ordenó con frialdad.

El número 12 se esforzó por abrir sus labios hinchados, escupiendo sangre mientras hablaba.

— No tengo idea de qué hablas... No tengo nada que decirles — su voz era áspera, seca, como si llevara días sin agua, apenas un murmullo.

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⏰ Última actualización: Sep 09 ⏰

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El Pacto Infame: Dios Nunca PierdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora