La Última Cena (parte 1/2)

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Advertencia

Contenido +18 y no del sabroson. Abuso físico y verbal, violencia y todo lo malo que pueda pasar. Si eres sensible a este tipo de contenido te recomiendo salir de esta novela por tu bien. Nada de lo que está escrito aquí debe ser tomado como algo real.

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La muerte nunca olió tan dulce, ni se presentó tan seductora.

Mateo comenzó a abrir los ojos lentamente, cada parpadeo acompañado de una creciente sensación de asfixia. Un aroma nauseabundo, mezcla de sangre y algo dulzón, lo golpeó en la nariz con la fuerza de una bofetada. El dolor punzante en su hombro le atravesó como un hierro candente, obligándolo a apretar los dientes y retorcer el rostro, incapaz de contener una mueca de sufrimiento.

El estómago le daba vueltas, amenazando con traicionarlo en cualquier momento. Su visión, todavía borrosa, solo captaba sombras deformes y manchas. Todo era tan oscuro, tan ajeno, que por un instante deseó volver a la inconsciencia, a esa paz incómoda donde el terror no tenía forma. Pero la realidad no le permitió esa tregua. Poco a poco, su vista fue aclarando, las sombras se convirtieron en formas, y las formas en horrores que lo dejaron paralizado.

Un escalofrío helado subió desde sus pies hasta la nuca, recorriendo cada centímetro de su piel, erizándola como si el propio aliento de la muerte le acariciara la carne. Mateo sintió cómo la sangre se le quedaba fría en las venas, solidificándose en un pánico tan absoluto que apenas pudo respirar. El sudor comenzó a correrle por la frente, pegándole el cabello a la piel.

Incapaz de procesar lo que veía, Mateo empezó a sacudir débilmente la cabeza. La desorientación lo tenía atrapado. Sus pensamientos eran un caos, una maraña de confusión y terror que lo mantenía incapaz de moverse, de gritar, de escapar. El dolor en su hombro, el hedor de la sangre, y esa dulzura insoportable en el aire lo asustaban.

La imagen le quitó el habla.

La escena frente a él era una monstruosidad tan absoluta que su mente casi se negó a aceptarla. Era de noche, y estaba sentado en la larga mesa de sus padres, una mesa que había conocido durante toda su vida, pero que ahora era un altar macabro. El lugar estaba alumbrado solo por velas, cuyas llamas titilantes arrojaban sombras inquietas sobre todo a su alrededor.

A cada lado tenía a uno de sus padres,  estaban sentados. El horror lo consumió cuando sus ojos se enfocaron en los cuerpos de sus progenitores. En sus abdómenes, había enormes huecos abiertos, cavernas sangrantes de las que colgaban sus intestinos como grotescas serpientes.La sangre, ya seca en algunos lugares y fresca en otros, cubría sus cuerpos como una espesa capa de pintura. El rostro de ambos estaba congelado en una expresión de terror puro.

Sin embargo, lo peor era lo que habían hecho con sus órganos. Sus entrañas aún conectadas a sus cuerpos habían sido cruelmente arrastradas hasta los platos frente a ellos, dispuestas como si fueran el plato principal de una macabra cena. A su lado, cada uno tenía una copa llena de un líquido rojo oscuro, un fluido que, al respirar profundamente, reconoció con un asco profundo: el inconfundible olor a hierro, el olor de la sangre.

Mateo sintió cómo el horror se apoderaba de su garganta, cerrándola por completo, robándole la capacidad de emitir sonido alguno.Quería gritar, pero sus cuerdas vocales estaban paralizadas por el terror. Todo en su interior se retorcía con una repulsión tan intensa que tuvo que luchar para no vomitar.Su cuerpo entero temblaba.

El silencio de la habitación se volvió ensordecedor. El dolor punzante en su hombro se mezclaba con el dolor emocional, y cada segundo que pasaba sentía cómo la cordura comenzaba a desmoronarse.

El Pacto Infame: Dios Nunca PierdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora