Tengo Una Plaga

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El antes conocido como suboficial Mateo Soto se presentaba como un buen hombre, un padre devoto de dos hijos y un tercero en camino

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El antes conocido como suboficial Mateo Soto se presentaba como un buen hombre, un padre devoto de dos hijos y un tercero en camino. Su seriedad contrastaba con los momentos en que se permitía mostrar afecto hacia su familia, un comportamiento inusual para los hombres de la época. Todas las mañanas, su esposa, en un acto casi ritual, se levantaba por las mañanas a prepararle el desayuno. Las ocasiones en que Mateo podía pasar meses bajo el mismo techo que su familia eran escasas, casi como si cada regreso estuviera teñido de una sombra que su trabajo traía consigo. Y en cada despedida, su ausencia no solo dejaba un vacío en su hogar, sino un silencio incómodo, cargado de preguntas sin respuesta, que su esposa se forzaba a ignorar mientras algo inquietante se gestaba en el corazón de su familia.

Se acomodó complacido en su sillón, la suavidad del cuero apenas amortiguando el peso de sus pensamientos. En la cocina, su hija reía mientras ayudaba a su madre, y su hijo empujaba un autito de madera frente al televisor. Todo parecía en su lugar, una vida plena.

Pero un recuerdo hizo que un gesto de disgusto se apodere de su rostro. "Caso Contreras sin avance en la investigación", las palabras de Zapata resonaban en su mente. Para distraerse sus ojos se posaron en un titular del periódico que había comprado esa mañana.

¿Quién se atrevería? ¿Quién sería tan estúpido como para desafiar a este grupo de degenerados? Una chispa de rabia contenida hizo que sus dedos se tensaran alrededor las hojas del diario.

La paz de su hogar, parecía casi... frágil, como si una sola palabra mal dicha pudiera hacerla añicos."

Era una situación extraña, casi absurda. La escena del crimen estaba manchada con las huellas de una... difunta. Lo más perturbador de los restos eran las marcas de mordidas, grotescas, como si un animal hubiera irrumpido en el último suspiro de la víctima.

— ¿Papi? — una joven voz rompió el silencio, pero Mateo no levantó la mirada. Su mente seguía clavada en las palabras que le erosionaban la psique.

— ¡Papi! — insistió una pequeña manito, tirando de su brazo, que reposaba rígido sobre el sillón.

El hermano mayor observaba con atención, una sonrisa maliciosa se asoma en su rostro. Conocía bien esa expresión sombría de su padre, y sabía que todo estallaría en cuestión de segundos.

— ¡Papito! — la niña suplicó por última vez, tirando tan fuerte que casi derriba el codo de su padre del reposabrazos.

De repente, el aire se cargó de tensión.

— ¡Marta, no me interrumpas! ¿No ves que estoy leyendo? — la voz de Mateo estalló como un trueno, haciendo que hasta el perro, que dormitaba cerca, se encogiera asustado.

La niña se encogió, su pequeña figura estaba temblando mientras esperaba el golpe que nunca llegó. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se forzó a mantener la compostura.

El Pacto Infame: Dios Nunca PierdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora