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Renjun Huang se estremeció en la oscuridad, rogando porque nadie lo encontrara. Si lo hicieran, podrían “ayudarlo”, y lo último que necesitaba Renjun era la forma de ayuda de la Manada. Porque si lo encontraban, lo primero que harían sería devolverlo a su padre.

—¿Renjunie?

Él se mantuvo inmóvil, rezando, esperando que Yangyang simplemente desapareciera.

Yangyangn Liu era su mejor amigo. Sabía todo acerca del padre de Renjun, sabía de las borracheras, de las peleas, del chantaje emocional. De los puños que dejaban moretones que nadie más podía ver.

Siempre me preguntaba por qué el Alfa no hacía algo sobre su padre. ¡Tenía que saber lo que estaba pasando! O el Alguacil, el ejecutor del Alfa, el que sentía el bienestar físico de la manada entera, ¿cómo podría el hombre sentir lo que estaba pasando y no hacer nada? El Omega sentía el estado emocional de los miembros de la manada, ¿por qué no hacía que se detuviera?

Pero nadie lo había ayudado. A nadie le importaba, excepto a unos pocos amigos de su misma edad. La Manada completa hacía la vista gorda con las manos de su padre, el alborotador borracho. Hyungjoon Huang tenía cuidado de mantener su forma de beber para sí mismo, ocultándolo de los demás, pero no había manera en el infierno que lo estuviera escondiendo de los líderes de la Manada. Lo cual, para Renjun, significaba que les importaba una mierda el adolescente escondido entre los árboles.

Daba gracias a Dios todos los días de que sus padres sólo hubieran tenido un hijo. Ni siquiera podía imaginar lo que hubiera sido si su padre hubiera tenido a alguien más joven para lastimar. A alguien más débil. A alguien a quien Renjun no pudiera proteger. Diablos, hasta la muerte, su madre no había sido capaz de protegerse a sí misma. Si el cáncer no se la hubiera llevado, su padre lo habría hecho. Tratar de proteger a alguien cuando él apenas podía protegerse a sí mismo habría sido una pesadilla.

—Vamos, Renjunie. Ellos vendrán en esta dirección. 

Mierda.

Si su padre lo encontraba acurrucado en los árboles como una niña pequeña le daría una paliza otra vez. Podría ser un borracho, pero su padre era condenadamente fuerte y aún mucho más grande que Renjun. Se dejó caer al suelo, cerca de donde sabía que Yangyang se estaba escondiendo.

—Vámonos.

Yangyang. El chico totalmente-humano que no vivía muy lejos en la montaña, del que se suponía que no debía ser amigo. El que no sabía nada de Manadas ni de Alfas ni que los hombres se convertían en lobos. Si el Alfa se enteraba de que había dejado a un humano entrar a las tierras de la Manada su padre sería la menor de sus preocupaciones.

El Alfa podría incluso ir tan lejos como para desterrarlo, de echarlo al mundo sin una Manada.

Prefería sufrir los golpes que eso. Ser expulsado era la peor forma de castigo, siempre separados de la voz del Alfa, del calor de la Manada. Siempre solo. Sería un objetivo para cualquier persona were del mundo que quisiera un juguete para jugar o algo para vencer sólo por el placer de hacerlo.

Por lo menos aquí tenía esperanza de que algún día, cuando un nuevo Alfa se hiciera cargo de la manada, estaría a salvo.

Renjun tomó la mano de Yangyang y comenzó a correr.

Renjun estaba aún más asustado ahora que Yangyang estaba aquí. El Alfa podría causarles daños graves a los dos si eran capturados y si los atrapaba, Yangyang probablemente no sobreviviría. El Alfa creía firmemente que los humanos y los weres debían permanecer separados en todo momento, sin importar las circunstancias.

Cualquiera que fuera sorprendido infringiendo esa regla sufriría las consecuencias. Probablemente incluso nunca encontrarían el cuerpo de Yangyang.

Si Jeno estuviera aquí ayudaría a Renjun a esconder al chico. Jeno no compartía las opiniones de su abuelo en la vida de la Manada, pero Jeno no estaba aquí. Estaba confinado en su casa, castigado por una semana por haber tratado de levantarse contra su abuelo. Renjun había estado orgulloso de él.

Algún día, el miedoso pelirrojo desafiaría al Alfa y Renjun tenía toda la intención de estar de pie justo a su lado cuando lo hiciera.

—¿Renjun?

Renjun se quedó helado. Oh Dios. Oh no. Reconoció esa voz. Él no podría estar aquí si el Alfa los atrapaba. Renjun no podría protegerlo. 

—¡Vete, Jisung!

Jisung Park, de quince años y tentador como el pecado, salió de detrás de un arbusto. Su cabello castaño claro brillaba a la luz de la luna como si fuera polvo de oro. Sus sorprendentes ojos color ámbar se ampliaron. Se quedó mirando la mano de Renjun que se había fijado en torno a Yangyang, en un apretón de manos.

Cuando el niño creciera esas manos serían enormes. 

—¿Qué está pasando?

Renjun no quería arrastrar a Jisung a esto. El chico no estaba listo para enfrentar al padre de Renjun y mucho menos al Alfa. 

—Vete —apretó la mano de Yangyang, haciendo caso omiso de la forma en que su estómago se apretó ante la idea de alguien lastimando a Jisung.

La mirada de Jisung subió a la suya, con el dolor en ellos preocupando a Renjun. 

—¿A dónde vas?

—Lejos de aquí —murmuró Yangyang. Miró hacia atrás—. ¿Podrían hablar más tarde, señoritas?

Renjun se sacudió. Podía oír la persecución tras ellos, sabía que tenía segundos antes que los demás se enteraran de ellos. 

—Tenemos que correr. Mira, no le digas a nadie que nos viste, ¿de acuerdo? 

—Pero…

—¡Jisung! —Renjun respiró hondo—. No se lo digas a nadie.

Jisung asintió y se frotó la frente. 

—Sí. Claro. No hay problema. 

Y Renjun se fue, arrastrando a su mejor amigo detrás de él y dejando tras de sí al niño que sabía que algún día sería su compañero.







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Enco | SungrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora