7. porque no somos tan diferentes

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Los domingos solían ser diferentes al resto de días. Cada uno solía despertarse a la hora que le daba la gana, sin alarmas u horarios por cumplir. Hasta su padre aprovechaba para dormir hasta tarde. Todos, en realidad, aprovechaban para descansar hasta tarde. Por eso era el día favorito de Martin, porque solía aprovechar aquello para revolcarse en su cama hasta la hora de comer. Tener a Chiara roncando a su lado no le gustaba tanto, a decir verdad. Porque siempre le interrumpía el sueño. Ahora eran las diez de la mañana y él no podía volver a dormir. No con tanto ruido al lado.

Porque su hermana había pensado que sería buena idea colarse en su habitación de madrugada para contarle cómo, por cuarta vez desde que había empezado el verano, su ex novia le había escrito para preguntarle qué tal le iban las cosas. Como si Chiara no la tuviera más que superada, como si no tuviese encuentros con Violeta a escondidas de todos. Asegurándole que ahora estaba confundida y autoinvitándose a dormir con él, argumentando que sería algo así como una fiesta de pijamas entre hermanos.

A Martin le había sido imposible concentrarse para darle algún consejo. Había estado a punto de bajar a la cocina cuando la había visto. Él abría la puerta y ella tenía el puño levantado preparando para tocarla. Y no lo había hecho por nada en especial, solo le apetecía bajar para ver si se lo encontraba, para comprobar si, como cada noche, también le había dado insomnio, teniendo que cumplir con aquella extraña manía suya de hacerse un té antes de dormir. Solo le apetecía fingir que se lo había encontrado de casualidad, como si no lo hiciera a posta cada noche que bajaba a la cocina con intenciones de buscarle.

Y la mente de Martin también había divagado por mil lugares diferentes mientras su hermana le narraba la conversación telefónica que había tenido con su ex. En la tarde que había pasado con Juanjo, por ejemplo. En las horas que se habían pasado bañándose en aquel lago.

"Tampoco te emociones mucho" le había dicho Juanjo, justo después de confirmarle que aceptaría la propuesta que le había hecho Martin. "No pienso darte ningún beso o algo parecido. Me da repelús."

El vasco sonrió ante aquello. No consiguió sentirse ofendido. Por el contrario, el comentario le había hecho bastante gracia. Y Juanjo se sonrojó bajo su mirada, pero fue algo bastante sutil, casi imperceptible.

"Tranquilo. No hará falta nada de eso. Solo haré mis maletas y me subiré en el mismo autobús en el que te subas tú. Me quedaré unos días contigo, tal vez una semana. Cuando mi padre me llame le diré que me he ido contigo y que estamos juntos. No creo que le haga mucha gracia. Me ofrecerá lo que yo quiera a cambio de que te deje y vuelva. Será entonces cuando le pida que me page la matrícula en Dantzerti. Aceptará, porque no le quedará de otra. Entonces tú y yo... Tu y yo no volveremos a vernos nunca. Te daré lo que quieres, te dejaré en paz. Pero hasta entonces tendrás que seguir soportándome. Son las condiciones."

A Juanjo le había gustado su propuesta, porque no había dicho mucho más. Simplemente había asentido con la cabeza, dando a entender que le parecía bien, que era un buen plan. Y después de aquello, no habían hablado mucho más. Al menos no de cosas interesantes para contar. Alguna discusión tonta de las que solían tener siempre y ya está. Nada más.

Fue mientras Juanjo se secaba con la toalla que Martin se había acercado a él, siendo ya la hora de volver a casa para llegar a tiempo para la cena. Le había puesto cara de pena, o al menos lo había intentado. Los labios fruncidos hacia abajo y las cejas hundidas con algo parecido a la tristeza. Todo para suplicarle la mitad de su toalla.

"Me estoy muriendo de frío. ¿Por qué no me das un trozo de tu toalla? Anda, Juanjo, sé bueno conmigo. Que te he traído hasta aquí."

Pero Juanjo se había negado. Parecía no querer ni mirarle, tal vez asustado de hacerlo demasiado. Y Martin, consciente de aquello, no había dudado en deshacer los brazos cruzados con los que se había estado envolviendo el cuerpo para mantenerse en calor, dejando su pecho aún más expuesto, sabiendo lo que hacía. Y después de insistir durante un buen rato, a Juanjo no le había quedado de otra que aceptar, levantando un extremo de la toalla para que Martin pudiera envolverse los hombros en ella.

Cowboy Like meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora