17. el patio de Juanjo

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"Te estoy vigilando" amenazó Juanjo.

"Lo sé, lo estoy notando."

"Es para que no hagas trampas."

"¿Por qué no reconoces de una vez que soy mejor que tú? Has perdido tres veces seguidas, creo que es hora de aceptarlo. Y no me mires así. No te pega nada esa cara de enfurruñado, estás mucho más guapo cuando sonríes."

Con tan solo la luz del extractor alumbrándoles, el rostro de Martin brilló con malicia y picardía. Aunque tampoco fue nada nuevo. Su sonrisa siempre crecía hasta doler cuando estaba con Juanjo.

Eran en torno a las tres de la madrugada, o al menos eso era lo que indicaba el reloj de pared que había junto al frigorífico, y ninguno de los dos parecía tener demasiado sueño mientras barajaban y volvían a repartir las cartas para jugar una partida más: los dedos de Martin se movían con maestría, mezclándolas bajo la atenta mirada de Juanjo. En sus labios reposaba el cigarrillo que estaban compartiendo. Sobre sus hombros una chaqueta le protegía del frío, culpa de la ventana que habían tenido que abrir para que el humo no se quedase impregnado sobre ellos. El silencio que les envolvía tan solo se veía interrumpido por la brisa que soplaba en el patio, suave y llena de calma. Zarandeaba los árboles y también algunas ramas. Juanjo tenía las mejillas igual de sonrosadas que siempre. Martin se sentía nervioso, por mucha seguridad que tratase de aparentar. Quiso culpar a la fiebre, a pesar de que ya habían pasado algunos días desde que se había recuperado por completo.

"No lo pienso reconocer. De pequeño me encantaba jugar a las cartas."

"¿Y eso que tiene que ver?" vaciló Martin. "Sigo siendo mejor que tú."

"Di lo que quieras, pero esta vez voy a ganar yo."

"Pareces muy seguro de ti mismo, ¿quieres apostar algo?"

"¿Vas a hacerme alguna proposición guarra? Porque te advierto que vas a perder, listillo."

Martin rodó los ojos, apretando los labios en una sonrisa contenida. El cigarrillo que ahora sostenía entre sus dedos parecía consumirse de forma lenta, sin prisas. Él llevaba sintiéndose de la misma manera durante semanas.

"En realidad quería pedirte algo más sencillo. Mi apuesta era que volvieras a preparar tortitas para desayunar" confesó Martin, riendo con ligereza. "Pero si quieres podemos apostar otra cosa, a mi no me importa."

Juanjo carraspeó la garganta, apretando los labios para también contener su sonrisa. Se sintió acalorado y con el estómago revuelto. Ahogó un suspiro. No entendía porque todo parecía ser tan extraño cuando estaba con Martin. Nunca conseguía ponerle un nombre a todas las cosas que le cruzaban por la cabeza. Eran demasiadas. Eran muchísimas. Un cúmulo de pensamientos desordenados que parecían dispuestos a volverle loco.

"No hace falta, lo de las tortitas está bien."

"¿Un beso?"

"¿Qué?"

"Apostemos un beso. Si tú pierdes, tendrás que dármelo en donde yo te pida. Si yo pierdo, seré yo quien te bese en donde tú me ordenes."

El estómago se le revolvió con más fuerza. En realidad, todo su interior pareció alborotarse con violencia.

"¿En cualquier parte?" su voz sonó extraña, y por un momento no pudo evitar preguntarse a si mismo qué pasaría si alguien estuviera escuchándoles.

"Donde tú quieras" el rostro de Martin se iluminó con astucia, como si fuera consciente del peligro que había en aquella conversación, porque no hubiera habido manera de poder explicarla en caso de que alguien los pillase. "Yo no te voy a decir dónde quiero que me lo des. Será sorpresa."

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