Preludio: El Extranjero.

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Puede que sea él...
¿Un forajido? ¿Alguien que no es bienvenido?

Todos apuntan al hombre de la mirada fría creyendo que él puede aliviar cualquier penitencia, incluso los sacerdotes le han visto y no encuentran más que algo siniestro.
No es para menos, un hombre de su calaña solo puede aspirar a ser perseguido por rumores y críticas; no hay hospitalidad para aquellos con la marca del diablo en su alma.

Los residentes del pequeño pueblo de Magnolia en Ciudad Juárez aguardan fuera de la iglesia a que el clérigo Joaquín Heredia termine de hablar con el hombre de la mirada fría. El extranjero de cabellera rubia asomaba sus rizos desde los vitrales, siendo más alto que el hombre de dios, atento a los gestos y movimientos que él hacía. Los más ancianos solo esperaban a que el forastero se revele como el verdadero artífice del mal y desvele su oscura naturaleza dejando caer su ira con el cura. Después de todo ¿Que es sino lo que ocurría en Magnolia el perfecto augurio para la llegada del maldito?

El hombre sale con la misma calma con la que entró. Deja incómodos a todos los que pacientemente aguardaban a que el clérigo lo presentará ante el pueblo y les prometiera resolver la maldición que los asolaba.

Mientras el hombre conducía hacia la cumbre del cerro de los hermanos mudos, por su mente atravesaban las distintas características del mal que estaba por enfrentar.

"Espero sea un hombre de dios" Eran las palabras que más habían marcado su charla con el sacerdote.
No había habitante del pueblo que no lo fuera, sería tonto creer que un extranjero lo sería, para ellos, a opinión del hombre, todo aquel fuera de su territorio había perdido el camino.
Santos e imágenes, altares en cada esquina y un fervor casi obsesivo por mantenerse protegido, si él hubiera conocido ese lugar antes les habría ayudado.
Joaquín había sido específico con que no era la primera criatura que los acechaba, pues años atrás lidiaron con brujas y otras bestias, siendo el último algo que describían como un vampiro. El cura le dijo que quien se encargó de eso había recomendado al forastero para trabajos más específicos.
El hombre anteriormente había conocido pueblos asediados por el mal, pero aquel sin duda se había forjado en el miedo y la incertidumbre, dos cosas a las que no cualquiera se acostumbra.

Antes de continuar, tendría que buscar posada, siendo un hostal casi a las afueras el sitio que mejor le acomodaba.
Ingresó y esperó en la recepción, insistiendo con el timbre.
Una joven de cabello negro con una diadema llamativa emulando los cuernos del diablo llegaría a atenderlo.
Con el humo de su cigarrillo extendiéndose rápidamente, el hombre preguntó por un cuarto disponible, a lo que la chica respondería sin apartarle la mirada "Tu eres el gringo ¿No? No pareces un sacerdote"
"No soy sacerdote..." Respondió con la misma frialdad que la mujer.
"¿No le molesta el humo?"
"Puedo tolerarlo"
"En ese caso tenemos un cuarto, que afortunado es usted"

La mujer le extendería una llave y este la recibiría, forcejeando un poco al creer que ella la soltaría con fragilidad.

"Los visitantes suelen quedarse en el centro"
"No me gusta la aglomeración"
"Entonces aquí estarás a toda madre, corazón, ni un alma se presenta, solo cuando hay festivales y todos los borrachos no tienen donde caerse"

Tras dejar sus cosas en el cuarto, no esperó a observar el lugar ni familiarizarse con el camino a su cuarto. Cruzó la salida encaminado a su motocicleta, observando como la noche se mostraba plenamente nublada.

Lo único que lo detendría de partir sería una pelota de béisbol saliendo de un callejón entre el hostal y una tienda de zapatos.
El camino empedrado, humedecido por las recientes lluvias y resplandeciente por la noche parecía anteponer el juguete por sobre todas las cosas.
Aquello era más que solo sinónimo de diversión para un infante; para el hombre era la carga de ser quien es y el recuerdo de su misión, uno no muy feliz.
Con ello apareció frente a él la figura maldita del demonio a sus espaldas, retornando el vacío que dejó la esperanza por salvar a su padre y el agobio de una carga que tendrá que llevar consigo siempre.
Al acercarse a recoger la pelota, en espera de ver a algún infante al final del callejón, una cucaracha rodeó la bola seguida de larvas que por poco se cruzaban con su mano. Al mirar hacia el callejón, miró una silueta alejarse para perderse en la oscuridad.
Inclinado, perdería de vista la bola y la mujer de la recepción interrumpiría su trance con un chasquido de sus labios.
"¿Todo bien vaquero?"
El hombre no contestó, recobró la postura y se dirigió a su motocicleta sin mirar a la mujer.
"No te dejes engañar por espejismos, son comunes, pero no vienen acompañados por cosas buenas"
"Lo tendré en cuenta..."

"Me llamo Alejandra... Por cierto"

El hombre esbozó media sonrisa antes de partir.

"Johnny..."

El rugir del motor fue el único sonido a los alrededores.
El cerro de los hermanos mudos encontró el arribo del vengador: la cumbre estaba plagada de completo vacío, el único brillo al horizonte era el pueblo; fuera de ello, no había señal alguna de conexión con el exterior.

No encontró señales de la criatura, solo casquillos de bala y costales con cocaína ocultos tras arbustos.
Avanzó hasta encontrarse con una choza rodeada por charcos de lodo que atravesó con poco entusiasmo. Había luz en el interior, creyó que dentro encontraría a la mujer que Heredia había mencionado, aquella insolente enajenada de la fe, pero con el suficiente corazón para no dejar a su familia ni al pueblo por completo.

Johnny se asomó por la única ventana que daba al interior y pudo percibir el sonido de un televisor; golpeó la puerta con intensidad hasta que esta se abrió por sí sola.
La grieta hacia el interior del hogar solo mostraba oscuridad, prontamente disipada al ingresar y tropezar con basura y periódicos apilados. Ingresó sin mucha esperanza de ser recibido con amabilidad.
"Vengo de parte del padre Joaquín, me dijo que me asegurara de que usted estaba bien... Han ocurrido cosas extrañas en el pueblo y no es seguro en las cumbres"

Antes de poder adentrarse, la fetidez invadió sus fosas nasales, tan nauseabundo que por poco decide abandonar el hogar. El televisor alumbraba el cuerpo en descomposición de la mujer, con los ojos escurriendo y cientos de insectos devorándole. Pronto, el cúmulo de animales cobró una forma semejante a un humano, algo que Johnny había tardado en percibir.
Aunque la bestia carecía de rostro, Johnny sabía que lo veía.
Sin tiempo para maldecir, Johnny ya estaba atravesando la única ventana de vuelta al lodo. 

Los rayos y las gotas invadieron la cumbre, la luna jamás había estado tan oculta, y aún así, el engendro era visible para el extranjero. De pie, dejaría caer una cadena sobresaliente de su chaqueta, ya en el fango destelló como el sol recorriendo cada peldaño hasta que las llamaradas cubrieron a Johnny para revelarse como aquello que había de ser temido. Un vengador con una carga, más que un extranjero o un forajido, era quien podía hacerle frente a aquellos engendros del infierno; habrían de temerle al heraldo de la justicia y la penitencia, el Ghost Rider.

Ghost Rider: Heraldo De La Penitencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora