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Takemichi observó el cielo gris mientras las gotas de lluvia repiqueteaban en el techo de su casa. Sus hijos, como siempre, estaban llenos de energía y apenas habían bajado del auto, los dos mayores, Mitsuya y Draken, salieron disparados hacia el bosque. Esto dejó a Takemichi en una encrucijada. No podía ir tras ellos porque Yuyu, la más pequeña, seguía en el coche, y no podía dejarla sola. Además, la tormenta no ayudaba; el miedo de perderse en el bosque era real, y dejar a Yuyu sola con Inui tampoco era una opción.

Takemichi respiró profundamente, intentando calmar la ansiedad que le corroía el estómago. Se decidió a salir cuando vio, a lo lejos, la silueta de Mitsuya corriendo de vuelta, con Draken colgado de su hombro como si fuera un saco de papas. Se apresuró hacia ellos bajo la lluvia, notando algo extraño en los ojos de Draken, estaban rojos, y la preocupación lo invadió.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué salieron corriendo de esa forma? —preguntó Takemichi, con el ceño fruncido y el corazón latiendo rápido.

Mitsuya fue el primero en responder, siempre tan tranquilo y sereno para su edad:

—No fue nada, mamá. Draken vio un animal y quiso perseguirlo, pero no pudo atraparlo y empezó a llorar.

Takemichi suspiró de alivio al saber que no había sido nada grave. Acarició el cabello de su hijo menor, secando suavemente sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Me preocupaste, mi amor —dijo mientras abrazaba a Draken con ternura—. Pero está bien, ya pasó. ¿Qué les parece si hacemos algo rico para cenar? Tú eliges qué quieres comer.

Draken asintió, aún con la cara hundida en el cuello de su madre, buscando consuelo. Takemichi le sonrió y luego, con un gesto, los guió de vuelta a la casa.

Una vez adentro, Takemichi notó a Inui jugando con Yuyu en la sala, haciendo caras raras para hacerla reír. La pequeña se carcajeaba con las ocurrencias de Inui, y al ver que Takemichi y los niños mayores regresaban, Inui se levantó con rapidez.

—Parece que regresaron sanos y salvos —comentó con una sonrisa.

—Sí, solo fue una travesura de niños —respondió Takemichi mientras se quitaba el abrigo empapado por la lluvia.

—Bueno, creo que es momento de irme —dijo Inui, mirando hacia la ventana donde la lluvia seguía cayendo con fuerza.

Takemichi miró también hacia afuera, las gotas rebotaban con violencia contra los cristales.

—¿Estás seguro? La tormenta está muy fuerte. Podrías quedarte a cenar y esperar a que pase lo peor —ofreció Takemichi, preocupada por la seguridad de su amigo.

—No querría molestar... —Inui comenzó a decir, pero una gota de agua cayó justo sobre su cabeza desde el techo.

Takemichi se sonrojó ligeramente, recordando que su casa, algo antigua, tenía algunas goteras.

—¡Oh, lo siento mucho, Inui-san! Se me había olvidado que la casa tiene algunos problemas con las goteras cuando llueve tan fuerte.

—No te preocupes, Hanagaki, está todo bien —respondió Inui con una sonrisa—. Déjame ayudarte con eso.

Ambos comenzaron a buscar recipientes para recoger el agua que caía en distintas partes de la casa. Encontraron varios vasos y cubos y los fueron distribuyendo estratégicamente. Takemichi no pudo evitar sentirse avergonzada por la situación, pero Inui parecía tomarlo con humor.

—Bueno, creo que ya está —dijo Inui finalmente cuando colocaron el último recipiente bajo una gotera persistente.

—Muchas gracias, Inupi. No sabes cuánto aprecio tu ayuda —dijo Takemichi sinceramente.

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