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Una vez que la casa quedó en silencio, Takemichi observó por la ventana cómo la lluvia continuaba cayendo con fuerza. La tormenta había disminuido, pero aún quedaba el sonido constante de las gotas golpeando el techo. Fue entonces cuando, en la distancia, algo captó su atención. Una sombra se movía a lo lejos, entre los árboles, pero no podía distinguir bien qué era. El corazón le dio un pequeño vuelco, y se puso alerta.

A medida que la figura se acercaba, pudo notar que era un lobo. Su pelaje blanco era hermoso, pero algo en su andar lento y tambaleante parecía mal. Justo cuando estaba a unos metros de la casa, el lobo colapsó en el suelo. Sorprendida y preocupada, Takemichi, sin importarle la lluvia, corrió hacia él. No podía dejarlo allí.

Cuando se agachó junto a la criatura, estaba a punto de tocar su pelaje suave y blanco, cuando algo increíble sucedió: ante sus ojos, el lobo se transformó en un niño. Si antes estaba sorprendida, ahora el shock fue mucho mayor. El niño estaba completamente desnudo, su piel morena contrastaba con su cabello blanco, y parecía tener entre 9 y 12 años, claramente más grande que sus propios hijos.

Sin perder tiempo, y aunque su mente aún procesaba lo ocurrido, Takemichi lo cargó en sus brazos y lo llevó dentro de la casa, protegiéndolo de la lluvia. El niño estaba helado al tacto, y su respiración era débil. Lo llevó rápidamente a su habitación, donde comenzó a secarlo con cuidado, frotando su cuerpo para generar calor. Al acercarse a su pecho, pudo sentir que su corazón aún latía, aunque de forma lenta.

Con las manos temblando, cubrió al niño con todas las mantas que pudo encontrar y continuó intentando calentarlo. Mientras lo hacía, aprovechó para examinarlo más de cerca. Su cabello blanco era lo primero que llamaba la atención, pero lo que realmente le preocupaba eran los moretones y hematomas visibles en su abdomen y pelo. Notó también una cicatriz en su oreja, pero aparte de eso, no parecía haber otras heridas graves.

—¿Quién eres? —murmuró Takemichi en voz baja, como si el niño pudiera responderle.

Se levantó rápidamente al recordar que en una caja que guardaba en la casa había ropa que quizás le quedaría. Aunque estaba segura de que la ropa de sus hijos no serviría, ya que el mayor tenía apenas seis años, buscó desesperadamente algo de su tamaño. Para su alivio, encontró algunas prendas viejas. Las lavó y secó lo más rápido posible mientras vigilaba de reojo al niño.

Una vez que la ropa estuvo lista, lo vistió con cuidado, asegurándose de que estuviera bien cubierto. Después de eso, decidió ir a preparar algo de comida para cuando el niño despertara, pero al regresar a la habitación, se encontró con sus tres hijos, observando al niño dormido con expresiones de total confusión.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó, llamando la atención de los tres.

—¿Quién es él? —preguntó Mitsuya, con una pequeña sonrisa en los labios—. Si es otro de tus hijos, ¿no debería ser más pequeño que Yuyu?

Takemichi no pudo evitar sonreír ante la lógica infantil de su hijo mayor.

—No, no es mi hijo —respondió con paciencia—. Lo encontré afuera en la tormenta, no podía dejarlo solo. ¿Entienden?

Los tres niños negaron con la cabeza, claramente sin entender del todo, pero sin oponerse. Takemichi suspiró y se inclinó hacia ellos.

—Bien, es tarde. Regresen a sus camas, mañana tienen que descansar. A dormir.

Aunque no estaban del todo satisfechos, los tres niños obedecieron y regresaron a sus habitaciones. Una vez que estuvieron fuera, Takemichi miró al niño que seguía dormido profundamente en su cama. Se veía más tranquilo, pero aún no sabía quién era ni qué haría con él.

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