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—¡Manjiro! ¿Qué te dije sobre cargar a Kenny de esa forma? Lo vas a marear y terminará vomitándote, y luego te quejarás —reclamaba una ojiazul mientras tomaba a su hijo de un año, quien se encontraba patas arriba en los brazos de su padre, girando sin parar.

—Ay, Michy, exageras —replicaba un peliceniciento con una sonrisa burlona, disfrutando del regaño de su esposa.

—Manjiro, literalmente eso pasó ayer —continuó ella, meciendo a su hijo con suavidad.

—Está bien, ganaste. Pero igual es divertido jugar así con mi pequeño lobito —respondió él, situándose detrás de su esposa y pellizcando la nariz de su hijo, quien solo reía, cómodo en los brazos de su madre.

—¿Cuánto falta para que nazca el siguiente bebé, Takemichi? —preguntó Manjiro, provocando que su esposa lo fulminara con la mirada por olvidar algo tan importante.

—¿En serio, Manjiro? A veces no sé qué voy a hacer contigo —le respondió ella, jalándole la oreja.

—Amarme, besarme, darme mimos... No sé, amor, hay muchas cosas que puedes hacer por mí —bromeó él, sin perder su actitud juguetona.

—Dios mío... Por lo que veo, el bebé nacerá en dos semanas, a menos que las contracciones lleguen antes —explicó ella, acariciando su vientre.

—No importa. Yo estaré aquí para ti —dijo Manjiro, quitándole a Draken de sus brazos—. ¿Verdad, bebé? Estaremos aquí para mamá y para tu hermanito o hermanita —levantó a su hijo en brazos, quien no paraba de reír, encantado de estar con su padre.

Una semana después, el segundo bebé llegó al mundo, un niño al que decidieron llamar Mitsuya. El parto fue más fácil que el primero, y tanto Manjiro como Takemichi estaban felices de recibir al nuevo miembro de la familia. Ken, que aún era un bebé, gateó hasta su padre para ver al recién nacido.

—Mira, Ken, este es tu hermanito. Ahora eres el hermano mayor —dijo Manjiro, acercando a Ken para que viera al bebé dormido en sus brazos.

Ken miró fijamente a su hermanito, que dormía plácidamente. Los dos adultos observaban la interacción con ternura, hasta que Ken, inesperadamente, levantó su pequeña mano y le dio un golpe en la cabeza al bebé, haciéndolo llorar inmediatamente. Manjiro, asustado, le entregó el bebé a Takemichi rápidamente, mientras regañaba a Ken por lo sucedido. El pequeño, al ver la seriedad de su padre, gateó indignado fuera de la habitación.

—Creo que fui demasiado duro con él —comentó Manjiro con remordimiento.

—¿En serio lo crees? —respondió Takemichi, cruzándose de brazos y mirando a su esposo de arriba a abajo—. Michy, deberías apoyarme —protestó él.

—Manjiro, es un niño. ¿Qué esperabas que hiciera? Solo está aprendiendo —contestó ella.

—Es cierto... Voy a buscarlo antes de que pase algo peor —dijo Manjiro, saliendo de la habitación en busca de su hijo.

—Pequeño lobo, ¿dónde estás? —llamaba Manjiro, recorriendo el pequeño departamento. Al llegar al cuarto de Ken, vio un pequeño pie sobresaliendo de debajo de la cama—. Hmm, ¿dónde estará mi pequeño lobo? —dijo en tono juguetón, mientras tiraba suavemente de los pies de Ken para sacarlo de su escondite—. ¡Te encontré! —exclamó con entusiasmo, pero pronto se arrepintió al ver cómo el pequeño comenzaba a sollozar.

—Ya, ya, Kenny... Todo va a estar bien. Cierra los ojos, no tengas miedo. El monstruo ya se ha ido y tu papá está aquí —le cantaba Manjiro suavemente, meciendo a su hijo hasta calmarlo.

—Papá, te amo mucho —dijo Ken con voz temblorosa, abrazando a su padre con fuerza.

—Yo también te amo, Kenny. No lo olvides nunca, mi pequeño lobo —le respondió Manjiro, besando su frente—. Siempre estaré contigo, sin importar lo que pase.

Takemichi, que había estado observando la escena desde la puerta, sonrió ante la interacción entre su esposo y su hijo. Caminó lentamente hacia ellos y se sentó un poco apartada, por si Ken decidía acercarse a su hermano. Para su sorpresa, el pequeño se apoyó en su padre para levantarse y, tambaleante, dio sus primeros pasos hacia su madre. Aunque cayó a unos centímetros de ella, en lugar de llorar, se levantó y gateó hasta su hermano.

—Lo siento, hermanito. No lo volveré a hacer, lo prometo —dijo Ken con una expresión sincera, acariciando la cabeza de Mitsuya, quien dormía plácidamente en los brazos de su madre.

—Ese es mi cachorro, el más hermoso del mundo —comentó Manjiro con orgullo, pero Takemichi lo interrumpió.

—Por si no lo recuerdas, Mikey, ahora tienes dos cachorros —dijo ella, sonriendo mientras observaba a su familia.

Pasaron dos años. Ken, ahora de tres años, y Mitsuya, de dos, estaban sentados viendo caricaturas junto a su padre, mientras su madre terminaba de preparar la comida. En la pantalla apareció un lobo que asustaba a los héroes, y Manjiro, en tono de broma, decidió imitar al lobo. Se acercó sigilosamente a sus hijos, logrando que ambos saltaran del susto. Sin embargo, mientras Mitsuya simplemente se asustó, Ken, sintiendo algo dentro de él, se transformó en un pequeño lobito, dejando a su padre completamente atónito.

—¡Takemichi! —gritó Manjiro, llamando a su esposa, quien corrió al escuchar el grito. Al llegar, quedó igualmente sorprendida al ver que su hijo mayor se había transformado en un lobito que ahora le gruñía juguetonamente a su padre.

—Mira, Ken, si quieres gruñirme, tendrás que ser más alto que yo. Aunque dudo que lo consigas con lo enana que es tu madre —bromeó Manjiro, ganándose un golpe en el hombro por parte de Takemichi.

—Ese es mi Ken. Bien hecho, cachorrito, te has convertido en un lobito hermoso y sano —dijo Takemichi, abrazando a su hijo.

Mitsuya, al ver lo que su hermano había logrado, apretó los puños y cerró los ojos, concentrándose con todas sus fuerzas. Poco después, también se transformó en un pequeño lobito, lo que le valió los mismos mimos que su hermano.

Cinco años habían pasado desde el nacimiento de Mitsuya. Ahora, Ken tenía cinco años y Mitsuya, cuatro. Ambos jugaban en el parque bajo la atenta mirada de su padre. Takemichi, mientras tanto, estaba sentado en un banco, con su vientre de nuevo abultado.

—¿Estás cómodo, Takemichi? No quiero que nada te pase —preguntó Manjiro, acariciando el vientre de su esposa.

—Mikey, ya te dije que estoy bien. Estar embarazada no me hace indefensa —le respondió ella, divertida.

—Lo sé, pero me preocupo por ti de todas formas —admitió él, mientras seguía acariciando con ternura el vientre de Takemichi.

—Ya hemos tenido dos cachorros sanos, Manjiro. Todo va a salir bien. Solo faltan unas semanas para que este nuevo miembro llegue. ¿Qué te gustaría que fuera esta vez? —preguntó ella, intentando distraerlo de sus preocupaciones.

—Me encantaría que fuera una niña. Ya tenemos dos varones, sería lindo tener otra mujercita en la familia —respondió, besando la frente de su esposa.

—Sí, sería lindo —asintió Takemichi, apoyándose en su esposo.

—Takemichi, ¿puedo hacerte una pregunta? —preguntó de repente Manjiro.

—Claro, dime —respondió ella.

—¿Me seguirías amando aunque yo no estuviera aquí contigo? —preguntó él, con una seriedad inusual.

—¿Por qué la pregunta? ¿Acaso piensas morir? —respondió ella, sorprendida.

—No, no... Solo es una pregunta hipotética. No pienses mal —aclaró él rápidamente.

—Bueno, en ese caso, sí, seguiría amándote, Mikey-kun, sin importar dónde estés. Siempre te amaré —le dijo, sonriéndole con dulzura.

—Gracias, Michy. Te amo mucho —dijo Manjiro, abrazándola con fuerza.

—Yo también te amo mucho, Mikey-kun. Prometo siempre amarte —respondió ella, cerrando los ojos mientras disfrutaba del abrazo.

Takemichi despertó de golpe, con los recuerdos de ese día inundando su mente. Se levantó de la cama, se dirigió al lavabo y, mientras

se lavaba la cara, no pudo evitar preguntarse si esos momentos felices con su esposo regresarían algún día.

—Siempre lo amaré... Pero, ¿podré perdonarlo algún día?

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