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Aventuras en el Bosque: Más Allá del Río

Era un día soleado cuando los tres lobos más grandes decidieron explorar el bosque. Dejaron a su madre, Takemichi, con la pequeña Yuyu, quien insistía en acompañarlos. Sin embargo, por ser aún muy pequeña, no se le permitió ir. Takemichi, más permisiva con Izana, el mayor, confiaba en que, con él a cargo, todo estaría bajo control, ya que Izana tenía 10 años, mientras que Draken y Mitsuya tenían apenas 6 y 5.

—Hoy vamos a explorar más allá del río —anunció Draken con entusiasmo mientras caminaba en su forma humana por el sendero del bosque.

—¡Por supuesto que no! Sabes bien que mamá nos prohibió cruzar el río —dijo Izana, el mayor, con firmeza.

—Oni-chan tiene razón, mamá dijo que cruzar el río es peligroso porque es difícil hacerlo. Deberíamos escuchar a Izana —comentó Mitsuya, preocupado.

—Oh, claro, "escuchemos a Izana", bla, bla, bla —se burló Draken, adoptando una postura amenazante frente a su hermano menor—. Deja de ser miedoso, Mitsuya. Aprende a ser un lobo de verdad.

—¡No soy miedoso! Solo me preocupo por ti, idiota —respondió Mitsuya, molesto, a punto de comenzar una pelea con su hermano.

Antes de que la discusión pudiera escalar, Izana intervino con calma, aunque con cierta burla en la voz.

—¿Tú, Draken, qué sabes sobre ser un lobo de verdad? Solo llevas un año en el campo y ni siquiera como lobo completamente. En cambio, yo he vivido como un verdadero lobo toda mi vida —dijo Izana, desafiando la actitud arrogante de su hermano menor.

—Idiota… —murmuró Draken, dolido por la verdad de esas palabras.

Izana, tras un momento de reflexión, accedió a la curiosidad de Draken.

—Está bien. Vamos a cruzar el río. Yo también tengo curiosidad por lo que hay al otro lado.

Con esa decisión tomada, los tres comenzaron su aventura. Al llegar al río, descubrieron un árbol caído que conectaba ambos lados del cauce. Izana cruzó primero para asegurarse de que era seguro, seguido de Draken. Pero cuando llegó el turno de Mitsuya, el miedo lo invadió. No podía hacerlo; el temor a caerse lo paralizaba.

Justo cuando pensó que no podría cruzar, Izana volvió a buscarlo. Lo tomó con firmeza por el cuello en su forma de lobo y lo llevó al otro lado del río. Mitsuya, admirado, se sintió agradecido de que su hermano mayor no se burlara de él como lo había hecho Draken.

Una vez cruzado el río, descubrieron un paisaje magnífico. Al principio exploraron el lugar en su forma humana, pero, poco a poco, su lado animal emergió. Los tres se transformaron en lobos y comenzaron a correr con libertad, disfrutando de la naturaleza. El aire fresco y el entorno verde los llenaban de energía y entusiasmo. Eventualmente, encontraron un lago cristalino lleno de peces y sin pensarlo dos veces, se lanzaron al agua, fascinados por la belleza que los rodeaba.

—Oye, Draken, ¿no crees que estas flores serían bonitas para mamá? —preguntó Mitsuya, señalando unas flores coloridas junto al lago.

—Son lindas, pero Takemichi merece más que eso —respondió Izana con los brazos cruzados, observando el entorno.

—Por supuesto que no —replicó Draken, aún molesto—. Mamá ni siquiera se esfuerza por satisfacer a sus hijos como debería. Ni siquiera se merece que la llamemos madre.

Izana, furioso, golpeó a Draken en el rostro sin dudarlo.

—¡No vuelvas a decir eso de mamá! —gritó Izana, su voz llena de rabia—. ¡Ella nos dio la vida! ¡Nos cuida y nos alimenta! ¡Debes estar agradecido por todo lo que hace, por pequeño que sea!

Draken, herido tanto física como emocionalmente, se levantó del suelo y miró a Izana con resentimiento.

—¡Tú no sabes nada! —gritó, tratando de contener las lágrimas—. ¡Tú tienes todo! ¡Mamá te quiere a ti, y a Mitsuya, y a Yuyu! ¿Qué me queda a mí? ¡Nada!

En un acto impulsivo, Draken decidió cruzar de nuevo el río, esta vez en su forma humana, desafiando las advertencias de Izana.

—¡Draken, ten cuidado! —gritó Mitsuya, alarmado.

—¡Eres un idiota! ¡Transfórmate antes de que te caigas! —le gritó Izana, pero Draken, enfurecido, ignoró sus advertencias.

Justo cuando Draken intentaba cruzar el río, sus piernas fallaron y cayó al agua, siendo arrastrado por la corriente. Izana no dudó ni un segundo y saltó tras él, luchando contra el río para alcanzarlo. Finalmente, logró agarrar a Draken por la camiseta y se aferró a una roca para no ser arrastrado también. Con la ayuda de Mitsuya, lograron llevar a Draken a la orilla.

—¡Te lo dije, idiota! —le gritó Izana, empapado y furioso—. ¿Por qué no escuchas? ¡Siempre tienes que hacer lo que te da la gana, aunque arriesgues tu vida!

Draken, temblando de miedo y frío, no pudo contener las lágrimas. Entre sollozos, habló con odio:

—¡No quiero ser como papá! ¡No quiero parecerme a él! ¡Nunca lo haré! ¡No voy a darles falsas ilusiones a mis hijos ni los dejaré solos! ¡No permitiré que pasen por lo que nosotros pasamos!

Izana lo observó en silencio. Sabía que Draken estaba herido no solo físicamente, sino también por la ausencia de su padre. Sin decir nada más, lo abrazó, permitiendo que Draken se desahogara por completo.

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Ya en casa, Takemichi preparaba las camas cuando Izana entró en la habitación.

—¿Y qué pasó después? —preguntó la mujer, preocupada.

—Lo traje de vuelta. No ha dicho una palabra desde entonces, ni a mí ni a Mitsuya —respondió Izana, pensativo.

Takemichi suspiró y abrazó a Izana por detrás.

—Él solo está pasando por una etapa. Es un niño de seis años, Izana. Está confundido y dolido.

Izana la miró, con una mezcla de admiración y confusión.

—¿Por qué eres así? —preguntó—. ¿Por qué me tratas tan bien? Cualquier otra persona ya me habría echado de su casa.

Takemichi sonrió con calidez.

—Porque todos merecen un lugar donde sentirse amados. Un lugar donde puedan ser ellos mismos y aprender lo que es el verdadero cariño.

Izana bajó la cabeza, tratando de contener sus emociones.

—Mi madre me abandonó en el bosque… —dijo, su voz quebrándose—. No sé lo que es el amor.

Takemichi lo abrazó más fuerte, brindándole el calor y la seguridad que tanto había necesitado.

—Lo encontrarás aquí, Izana. Siempre tendrás un lugar con nosotros.

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