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Inui se había quedado a cargo de la pequeña hija de Takemichi, Chifuyu, una adorable niña de apenas tres años. Era tan dulce y tranquila que cualquier persona del pueblo cercano que la veía se derretía de amor. De hecho, algunos llegaban a bromear con la idea de "robarla" por lo encantadora que era.

Después de robarse algunas galletas de la cocina de Takemichi, Chifuyu e Inui decidieron salir al patio trasero para jugar. Mientras disfrutaban del aire libre, un ave apareció repentinamente frente a ellos, capturando de inmediato la atención de Chifuyu, quien comenzó a seguirla. Sin embargo, al estar tan absorta en su persecución, estuvo a punto de tropezar y caer. En el último segundo, fue atrapada por su hermano mayor, Draken, quien acababa de regresar con los otros dos niños.

—Yuyu, ¿qué haces aquí? —le preguntó Draken mientras la levantaba con cuidado, asegurándose de sostenerla correctamente.

—¡Oh, Draken! Veo que ya han vuelto —comentó Inui, llamando la atención de los cuatro niños.

—Inui-san, ¿dónde está mi madre? —preguntó Izana con respeto, como siempre.

—Izana, no seas tan formal. Me haces sentir viejo —respondió Inui con una sonrisa—. Sobre tu madre, fue a revisar a la señora Baji, que está enferma. Keisuke vino a pedirle que por favor la ayudara, y para no preocuparla, me ofrecí a quedarme cuidando a tu hermana.

Inui cargó a Chifuyu en brazos mientras los demás niños lo seguían hacia el interior de la casa. Sin que ellos lo supieran, a lo lejos, un lobo de pelaje rubio y ojos negros como el carbón observaba la escena con una mezcla de odio y celos.

Ese lobo era Manjiro Sano, quien había descubierto hace año y medio dónde vivía su "ex pareja" junto con sus hijos. Desde entonces, de vez en cuando, cuando sus deberes no lo ocupaban, se acercaba para observar a su familia desde la distancia. Aunque deseaba reunir el valor para acercarse, sabía que era imposible. No obstante, había visto cómo Takemichi había adoptado a otro niño lobo, lo que había llamado su atención, ya que el chico también poseía el don de la transformación. Manjiro había intentado investigar sobre él, pero no había encontrado ninguna información relevante.

Aunque le dolía verlo desde lejos, Manjiro debía admitir que se sentía aliviado de que sus hijos tuvieran una buena figura a quien admirar y seguir. Izana, a quien sus hijos respetaban profundamente, se había convertido en un buen ejemplo para ellos, y Manjiro lo agradecía. Sin embargo, algo que le preocupaba era el hecho de que Takemichi estaba luchando más y más para sobrevivir con el poco dinero que le quedaba. Fue entonces cuando tomó la decisión de enviarle dinero de forma anónima, tanto para él como para sus hijos e Izana.

Luego estaba Chifuyu, su pequeña hija, a quien no había podido ver crecer en sus primeros años de vida. Ahora que podía observarla, se dio cuenta de lo mucho que se parecía a él, aunque había heredado los ojos azules de Takemichi, algo que lo llenaba de felicidad. Le molestaba, sin embargo, ver cómo Keisuke e Inui se llevaban tan bien con ella, o cómo la pequeña se apegaba a ellos como un koala. Incluso se reía al ver cómo Chifuyu alejaba a Kazutora, sin motivo aparente, cuando este intentaba acercarse. Aun así, Manjiro estaba agradecido de al menos poder ver a su familia, aunque fuera desde lejos.

La primera vez que los observó, sin querer fue visto por su hijo Mitsuya. El pequeño, al verlo, salió corriendo y fue perseguido por su hermano mayor. Manjiro tuvo que huir rápidamente antes de que ambos lo vieran por completo, aunque su corazón se hizo un nudo al escuchar a sus hijos hablar de cómo se sentían desde que él se había marchado. Mitsuya incluso le regaló a su hermano pequeño el único recuerdo que tenía de su padre, solo para hacerlo feliz, lo que le arrancó una lágrima. Aunque no estaba con ellos, por un breve momento, Manjiro sintió una chispa de felicidad.

A kilómetros de distancia, en la ciudad, una hermosa mujer observaba la ventana mientras sostenía una copa de vino. Era Senju Akashi, quien esperaba con ansias el regreso de su esposo, Manjiro. Lo había conocido a la edad de seis años y, desde entonces, se había enamorado de él a primera vista. Pero aquel amor no era mutuo. A pesar de seguirlo a todas partes, Manjiro nunca le había prestado atención. Cuando él desapareció a los doce años, ella se resignó a comprometerse con otra persona, hasta que, años después, lo encontró jugando en un parque con un niño pequeño. Senju, aprovechando esa oportunidad, informó al clan Sano sobre el paradero de Manjiro, con la condición de que una vez regresara a su lugar como heredero, se casara con ella.

Su plan era claro: quedar embarazada de un heredero, fortalecer la alianza entre los clanes, y finalmente lograr el amor de Manjiro. Pero nada salió como esperaba. Manjiro no solo la evitaba, sino que en su propia boda ni siquiera la había besado. Dormían en habitaciones separadas, y cuando ella se le insinuaba, él la rechazaba de inmediato. Incluso intentó drogarlo, pero sus esfuerzos fueron en vano. Ahora, con la presión del clan Sano por concebir un heredero, Senju se encontró embarazada de su amante. Sin embargo, tenía que ocultar ese hecho a toda costa, pues no podría tener un aborto sin la firma de ambos padres, y su amante se negaba rotundamente a deshacerse del bebé.

De regreso en la casa, Mitsuya corría emocionado hacia Inui.

—¡Inui-san, mira lo que hice! —dijo con orgullo, mostrando una pequeña prenda que había hecho con la máquina de coser para niños que su madre le había regalado—. ¡Es para Yuyu! Su muñeca no tiene ropa, así que decidí hacerle algo. ¿Crees que le guste?

—¡Por supuesto que le va a encantar, Mitsuya! —respondió Inui, sonriendo—. Además, lo hiciste tú, su querido hermano mayor.

—¡Pero hablando de Chifuyu, ¿dónde se metió?

Ambos comenzaron a buscarla hasta que la encontraron en el patio trasero, donde se encontraba un pequeño lobo de pelaje rubio. De pronto, el lobo se transformó en la pequeña Yuyu, quien movía su cola de un lado a otro, contenta. Mitsuya, al ver la escena, sonrió emocionado al darse cuenta de que su hermanita también tenía el don de la transformación. Inui, por otro lado, no pudo asimilar la sorpresa y cayó desmayado con un fuerte estruendo, lo que llamó la atención de los otros dos niños en la casa. Todos corrieron hacia él, encontrándose a Mitsuya intentando ayudar a Inui, mientras una pequeña lobita jugaba a su lado, feliz e inocente.

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