Capítulo 19

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Debe haber algo. Algo que tú quieras más que nada. 

Amor. Lo que quiero es amor.



Miranda recorre la cocina como si fuera propia. Abre los cajones con la familiaridad que te da el haber vivido años en una casa. Sin embargo, aquí la situación es diferente, apenas podríamos considerarnos algo más que compañeros de trabajo, algo más que conocidos. Algunos cuestionarían la facilidad que tengo para dejar entrar a las personas en mi vida. Es como ser un libro abierto que no posee más que una sobrecubierta. Las letras han ido desapareciendo a medida que el tiempo ha transcurrido. No hay mucho que contar cuando todo ha perdido su sentido. No obstante, el motivo de esta cercanía es más que evidente. Viktor le ha encargado cuidarme, y aunque esa medida no me satisface en lo absoluto, termina siendo un recordatorio de él. Una pincelada que quisiera ser capaz de sentir su superficie, aunque terminara manchándome los dedos. 

Observo a Miranda que empecinada en su labor corta los vegetales. Amablemente se ofreció a cocinarme, es algo que ha hecho algunos días desde que murió papá. Dice que abuso demasiado de la comida congelada, aunque ese fue precisamente su legado. Esta casa dejó de sentirse un hogar desde la partida de mamá. Y las pocas veces que Harold intentó recrear la calidez de una familia funcional pasaba a abochornarme con ese fulgor demasiado intenso. 

Pero ella no puede saber que un plato insípido y frío por dentro es capaz de hacerme sentir más en casa que cualquier comida cocinada con amor.  

—¿Isaac? —inquiere cuando la cocina ya se ha llenado de vapor y aroma a cebolla—. ¿Estás bien...? Perdón... —se arrepiente al instante que la pregunta ha salido de sus labios. Es la peor manera de iniciar una conversación cuando se ha sufrido la pérdida de un ser querido—. Es que te noto diferente... Ayer también estabas así. Casi no hablas, tampoco comes. ¿El otro día saliste, no es así? Por eso nos pediste a Seth y a mí que te dejáramos solo... Creí que eso podía ser una buena señal, pero actúas extraño.

El día que creí que atraparía a la persona que ha jugado conmigo, y terminé cayendo en mi propia trampa. O el menos eso pensé inicialmente. 

Lo más fácil era dejarse guiar por las aparentes señales. Si existía toda una conversación de respaldo que demostraba que yo le había estado enviando mensajes a Tobias lo más sensato era creerlo. Confiar en lo que mis propios ojos me revelaban como una verdad absoluta. Lo que además hacía sentido con los fragmentos recuperados de mi memoria —que no me dejan en una situación demasiado ventajosa respecto a la muerte de Gavin Brown. 

Pero... me niego. Me niego a creer que sería capaz de hacer algo así. Por más que todas las pistas apunten en mi dirección no me harán el culpable de sus delitos. Es cierto, yo crecí en Napdale y he idolatrado a Viktor desde la pubertad. También, la muerte de Harold haría que me descarten de la lista de sospechosos —tal como mencionó Tobias en el bar—, pero que la situación sea conveniente para borrar mis supuestas huellas no me convierte en el asesino. 

La noche que murió Gavin alguien más estuvo conmigo, y esa es la clave de lo que realmente pasa en el pueblo. 

Tobias y Cordelia forman parte de esa red criminal, ellos quieren hacerme creer que he perdido la cordura y que mi final sea echarme la culpa de la cadena de eventos desafortunados. Planearon todo esto para separarnos, para sacarme del camino fácilmente. Es un hecho que si Tobias fue a Rockie es porque está implicado en los asesinatos y amenazas, solo que intentó lavarse las manos para confundirme. A estas alturas no descartaría tener el celular clonado, o que alguien tuviera acceso a mi móvil cuando no me doy cuenta de ello, ya sea para enviar los mensajes o para borrarlos de la memoria.  

Epifanía de una obra mal terminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora