31. La libertad de renunciar a la vida

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Arcos Perdidos, 858 aps (Escala de presión abisal)

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Arcos Perdidos, 858 aps (Escala de presión abisal)

Me despierto aturdida por los vozarrones que están pegando dos de mis compañeros en el salón.

La luz que entra por las ventanas me calienta la piel y la primera alegría del día es descubrir que las melodías de los Cantapenas están menguando, ya sea porque sospechen que estamos en otro arco o porque nos hayan dado por muertos. Me restriego los ojos y, al abrirlos, a mi izquierda encuentro la risita reprimida de Vera mientras contempla cómo la desquiciada de Mei se tira de las puntas cortas del cabello negro y acusa a Thago de ser un inútil. Nevan revisa algo en su libreta y, por acto reflejo, busco a Kowl frente a nosotros. No está, ni él ni Nadine. Kirsi tampoco. Creo que he dormido más que la mayoría de mis compañeros porque casi todos van por la mitad del desayuno. Saco el agua y una barrita del bolsito y me uno al espectáculo.

El primer bocado me sabe a esparto.

—Yo no tengo la culpa de que cruzaras el puente sin asegurarte de que no hubiera bestias cerca —se queja Thago con sus musculosos brazos cruzados y apretados contra su torso.

—¡Pero si lo hubieras hecho mejor, mi cabello oriental seguiría intacto!

Qué manía tienen las Phiana'rah con su melena. O quizá sean las orientales en general. Recuerdo a Kalya asesinarme con la mirada cuando las hojas de mis dagas le rozaron las puntas. Y en parte agradezco que en Mhyskard no haya chicas tan impertinentes como ellas con la obsesión de tratar sus melenas como si fuesen sagradas porque serían un verdadero grano en el culo para el pueblo. No obstante, después del choque de realidad que me llevé con Tyro, esta vez abro mi mente. Puede que Mei y Kalya tengan razón. Que sus cabellos guarden relación con algo importante. ¿Y si son la fuente de su magia? ¿O un identificativo de la realeza? Bostezo hastiada, es demasiado temprano para esto. Para las preguntas y para sus gritos.

—Puse mi vida en peligro por ti, Mei —le dice Thago, frustrado.

—Y aun así me habrían matado de no haberme cortado la melena yo misma.

Una carcajada cínica prorrumpe en la habitación.

—Si tuvieras un ápice de decencia y autocrítica, te estarías hundiendo en la vergüenza por haber abandonado a Xilder en el puente —espeta Dhonos, recostado en el sofá, inmune a la capa de polvo que levanta cada vez que se remueve sobre el asiento.

Tyro, en la otra esquina de la habitación, agacha la cabeza.

—Mi vida es más importante que la de ese biólogo tarado —escupe ella.

—¿También es más importante que la mía? —salta Thago con un deje de reproche en el tono de su voz.

—Por supuesto. Para mí, sí.

Todo lo que sale de la boca de Mei es tan detestable que la barrita se me va por mal camino al tragar. Vera me da palmaditas en la espalda en cuanto se percata de que estoy luchando por contener el repentino ataque de tos. Me inclino sobre mi estómago mientras abro la cantimplora de agua y, entonces, la tos se me corta en seco al reparar en lo que está haciendo Nevan. Las iniciales en las últimas páginas de su libreta, eso en lo que ha estado tan absorto desde hace rato. Reconozco lo que está haciendo porque yo misma lo he hecho en mi libreta y, cuando se da cuenta de que le he echado el ojo, la cierra de sopetón antes de que pueda distinguir cuáles ha tachado y cuáles no.

©Piel de Cuervo ROMANTASY (PDC) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora