14. El preludio de la expedición

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Oasis Sumido, 270 aps (Escala de presión abisal)

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Oasis Sumido, 270 aps (Escala de presión abisal)

Pagaría por memorizar la sorpresa que se acaba de llevar Kalya, cuando con un movimiento diestro de muñeca ha dirigido su daga a mi abdomen y, sin apenas esfuerzo, me he deslizado a un lado para esquivar su golpe.

Es rápida y diestra. No la subestimo; jamás haría eso con un posible enemigo. Pero he de admitir que mi mente retorcida disfruta viendo cómo frunce el ceño porque no entiende que mis movimientos sean más ágiles que los suyos. A ellos les enseñan a combatirnos a nosotros porque somos su enemigo; a nosotros, en cambio, nos entrenan para luchar contra bestias. Después de un par de minutos yo sigo en pie sin un solo rasguño ni intención de rendirme, y ella tiene una expresión de rabia que va en aumento y sé que en cualquier momento explotará haciendo un movimiento más arriesgado. Es lo que quiero, provocarla. Que combata de verdad y no se contenga. Porque está claro que una Guardiana de Khorvheim suele asestar golpes más precisos que ella.

Yo ni siquiera he efectuado el mío.

—Tendrás que ir en serio si quieres acabar antes del amanecer —le susurro con una sonrisilla que la desquicia.

Puede que me arrepienta. Sobre la marcha, me esfuerzo en estudiar sus valores. Por qué razón golpea, qué emoción la mueve. Cuando el sentimiento de furia comienza a dominarla, lanza su muñeca a mi brazo, pero en un movimiento rápido efectúo una de mis técnicas personales de combate. Hago girar las dagas para cogerlas por el mango con la hoja hacia atrás, y doy un giro sobre mis tobillos. Un sonido afilado nos atraviesa. Son las puntas de su coleta negra cayendo después de que mi daga las haya cortado. Me enseña los dientes, arroja la daga al suelo y me pega un puñetazo en la barbilla que me hace trastabillar de espaldas.

—Cuidado, cartógrafa. No te pases o lo próximo que lanzaré a tu cabeza será la daga.

—Lo siento, he calculado mal —miento elevando las manos en un gesto de inocencia.

La derrota se hace hueco en mi pecho. Kalya no se parece ni por asomo a la asesina de la muralla. Recoge la daga del suelo y me apunta con ella.

—Prepárate.

El combate, de repente, parece un enfrentamiento serio en el que la Guardiana de la tropa quiere asesinarme por haberle cortado un milímetro de cabello oriental. Sí, puede que me arrepienta. No quiero asesinar a nadie inocente. Sus pisadas ágiles recortan la distancia entre nosotras y, estupefacta porque no me esperaba que se tomase tan a pecho lo de su pelo, mis movimientos se vuelven torpes. Consigo esquivarla una, dos veces, hasta que nuestras dagas chocan a la altura de mi brazo, a punto de cortarme el músculo. El brillo del acero refleja la luz de una luna ilusoria. Me mira feroz, con sus cejas finas inclinadas por el resentimiento.

Vaya, qué sorpresa. ¿Dónde has aprendido a pelear así?

La voz en mi cabeza me asusta, pero ya no me pregunto de dónde proviene. Desvío la mirada un instante, solo uno, y diviso la silueta oscura al fondo del oasis, apoyado de brazos cruzados bajo el árbol que se inclina por encima del agua.

©Piel de Cuervo ROMANTASY (PDC) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora