Capítulo 13

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Habían pasado unos cuantos días desde que había empezado a hablar con Max y podría decirse que sus días eran divertidos

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Habían pasado unos cuantos días desde que había empezado a hablar con Max y podría decirse que sus días eran divertidos. El más joven le escribía constantemente o le enviaba fotos de su día a día, y por las noches le deseaba suerte en el trabajo, enviándole mensajes cada dos horas para preguntarle si estaba bien o si necesitaba que lo fuera a rescatar.

Max era un encanto, sin duda, y sus amigos se lo habían comentado: parecía tener al rubio como un perro faldero, que si le decía "salta", Max le respondería "¿qué tan alto?". Aunque se lo tomaban a broma, el mexicano no sabía bien cómo sentirse al respecto. Era cierto que, cuando tenía veintisiete años, su mundo se vino abajo en menos de seis meses viviendo en Mónaco, todo por culpa de un hombre que había jurado amarlo. Pero eso ya era parte de su pasado.

La idea de salir con alguien nuevamente quizá podría retomarse. Después de todo, su "lobo" había reaccionado ante las palabras, acciones y gestos del joven alfa. Incluso ahora se estaba arreglando para una cuarta cita, ese sábado de finales de junio, casi a una semana de la fiesta de Charles. Y aunque no lo aparentaba, cierto español se encontraba emocionado por la ocasión.

Terminó de echarse un perfume neutral y tomó una chaqueta por si hacía frío. El neerlandés le había pedido que lo esperara en una plaza cercana a su casa, ya que saldría del trabajo y lo recogería ahí para ir a cenar en un restaurante donde había hecho una reservación.

 — ¿Llevas condones, Chequito? —bromeó Carlos al verlo bajar.

— ¡Cállate, pendejo! No va a pasar nada, solo vamos a cenar. —respondió, sonrojado.

— Claro, claro. Ya van a ser las siete, ¿a qué hora es la reservación?

— A las ocho... mejor me apuro para llegar a la plaza. Nos vemos más tarde, Carlitos.

Se despidió de su amigo y salió con cuidado del edificio. Si se encontraba con algún vecino, los saludaba; muchos estaban ocupados en sus asuntos, pero algunos lo saludaban amablemente. Después de todo, cuando había cosechas abundantes, solía compartirlas con algunos vecinos de la zona. Las luces iluminaban su camino con gracia y elegancia.

Estaba emocionado porque, desde su primera cita, se había quedado con ganas de más. Mentiría si dijera que no estaba ansioso por ver al chico. Cuando llegó a la plaza, se acercó a la fuente para sentarse en una de las bancas cercanas. Había llegado diez minutos antes de lo acordado. Mientras revisaba su celular, un aroma a grosellas y miel llegó a su nariz: una omega bien vestida, que lo miraba con desdén desde la fuente.

No le dio mucha importancia hasta que la mujer se acercó.

— ¿Te echaron del trabajo, prostituta? —dijo, levantando la barbilla con aire altivo. Al no obtener respuesta, cruzó los brazos—. ¿El gato te comió la lengua, querido? Es impertinente ofrecerte a cualquiera en lugares públicos.

— Lo que haga o no debería importarte, ¿o es que me tienes envidia? —respondió él con desinterés.

— ¡Qué desvergonzado! ¿Yo? ¿Envidia de un... un acompañante de una noche, que usan y desechan? ¡Pff! Debes estar bromeando. —rió sarcásticamente mientras lo miraba de arriba abajo—. Solo estarían contigo por... bueno, ya me entiendes.

𝐀𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚𝐧̃𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora