Doceava Captura: La Prisión de las Reinas

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Seth: ¡Vivan mis majestuosos hijos de perra, vivan lo que yo he soñado!

Gritaba apasionadamente mientras clavaba su machete en la araña más cercana. Su sangre ácida se esparcía exageradamente por el suelo. Seth, rápido y veloz, tomó el cadáver del arácnido y lo lanzó sobre los escombros que ocultaban a Wilson, con la intención de cubrir aún más a su camarada caído. Mientras tanto, dos arañas más se abalanzaban hacia él. Para sorpresa de los monstruos, Seth tomó a una de ellas por la cabeza con una de sus manos y, con una fuerza descomunal, la hundió en el charco de sangre ácida de su compañera caída. Luego, la aplastó con su pie y rápidamente clavó su machete en la cabeza de la otra araña que estaba a punto de atacarle. Lamentablemente, el baño de sangre ácida lo empapó debido a la posición en la que clavó el arma. El dolor que sentía en su cuerpo poco a poco superaba su tolerancia natural, pero no gritó ni lloró. No iba a dejar que sus enemigos lo vieran sufrir; no les daría ese placer. Canalizó el dolor para gritar con todo su ser y expresar una frase:

Seth: ¡¿Qué más tienen para darme?!

La reina araña silenciosamente ordenó a sus tropas detenerse mientras Seth sacaba su machete sin retroceder ni un paso.

Seth: ¡Si van a comer al hombre que está pegado a la pared, será sobre mi cadáver! ¡Sobre mi maldito cadáver!

Esa voluntad, ese valor, ese compromiso, eran admirables. Si existieran héroes en este mundo, estoy seguro de que serían como Seth. Me perturbaba ver su calma; era un suicidio. Esta era claramente su sentencia, pero él aún estaba allí, firme como el metal, inamovible como las montañas. Tanto Wilson como yo estábamos en silencio: él por su peligrosa situación y yo porque observaba como podía la batalla. No solo porque no podía hacer más, sino porque era mi manera de mostrarle respeto a ese gigante musculoso, lleno de cicatrices, quemaduras de ácido y veneno de las criaturas. Poco a poco, Seth se movió hacia la posición donde estaba Wilson para tomar su arma que yacía en el suelo. Aprovechó que las arañas estaban quietas para cogerla y disparar a las más pequeñas.

Seth: Si esto no te mata, al menos me llevaré a muchas de tus hijas conmigo, monstruosidad asquerosa.

En ese momento, las arañas comenzaron a moverse todas a la vez, excepto la reina. Desde las paredes hasta el techo, todas avanzaban hacia él. Sin temor, Seth comenzó a disparar hasta que se quedó sin munición. Una araña que estaba cerca se abalanzó hacia él, pero ya le había clavado su deteriorado machete en la cabeza. Estaba en tan mala condición por la exposición al ácido que lo dejó clavado en esa última araña, y de una patada la lanzó hacia atrás para ganar algo de tiempo.

Qawha: Se-Seth, aún tengo la mía.

Le grité con la poca fuerza que me quedaba mientras veía el arma a mis pies. Seth corrió rápidamente hacia mí, tomó el arma y comenzó a disparar con gran precisión, matando certeramente a muchas más. Pero, desafortunadamente, como con las otras armas, pronto se quedó sin munición. En ese momento, al ver a Seth completamente desarmado y en un callejón sin salida, entendí que era nuestro final. Solo cerré mis ojos, asimilando lo que iba a pasar.

Seth: ¡No cierres los ojos, pedazo de mierda!

Me gritó en la cara. Esa frase me hizo abrir los ojos por la sorpresa. Ya no tenía fuerzas para hablar; el dolor era demasiado y apenas podía mantenerme consciente.

Seth: No nos comerán como cobardes. Este es nuestro final, pero no caeremos como cobardes. La hermandad se impondrá, muchacho... Me alegra mucho haberte conocido.

Qawha: ¡Seth, yo... sniff! ¡Estoy orgulloso de haber sido entrenado por ustedes en este corto tiempo! ¡Con ustedes he aprendido lo que es ser un verdadero hombre!

Entre Sombras y CazadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora